De comedia y tragedia

Fue un sábado en la mañana en la casa en la primavera de 1979,  cuando un grupo de dirigentes, reunido en la residencia del sindicalista  Félix Alburquerque, ubicada en la calle Albert Thomas, del ensanche Espaillat,  acordamos renunciar del PLD en ese mismo día.

Antonio Abreu (Tonito) (qepd) motivó la propuesta de dimisión bajo el alegato de que  la organización fundada por Juan Bosch había extraviado el camino y que “la derecha política” había asumido el control de su dirección, argumento acogido a unanimidad,  aunque  creo que pudo convencer a la mayoría.

Esa primera gran división del PLD fue  alimentado por el grupismo, que a su vez  se alimentó en  la frustración o desencanto generado por los resultados de las elecciones  de 1978,  cuando la organización apenas obtuvo 18 mil votos.

Aunque  fue en la casa de Alburquerque  donde se acordó salir del PLD para fundar  otro partido, la decisión  fue tomada  días antes, al concluir una reunión de dirigentes y activista  en el local del Comité Intermedio Máximo Cabral, en la calle Abreu, de San Carlos.

En esa Asamblea,  el profesor Juan Bosch denuncio que alguien del Comité Central o del Comité Político filtraba a la prensa documentos clasificados  del Partido, tras lo cual llamo por su nombre a cada uno de los miembros del CC, a los  que pregunto: “¿Fue usted quien filtro esos documentos?”.

La respuesta de todos los interrogado fue  un lacónico “no, compañero Presidente”, menos la de Manny Espinal (qepd), quien le dijo al líder del partido que su  cuestionamiento  constituía un inaceptable irrespeto a su  persona y militancia política.

Concluida la reunión, baje las escaleras interiores del local junto a Manny, quien me dijo que no era posible permanecer en el Partido, después de lo que considero un agravio, pero además de molesto lo note muy triste, porque  ese compañero fue siempre un  auténtico patriota y gran revolucionario  muy asociado al pensamiento político de Juan Bosch.

Los dirigentes del otro bando  en pugna al parecer tenían  el propósito de convencer a Bosch de que expulsara a  al secretario general  y  a todos los que compartían  sus objeciones a  determinadas líneas políticas. Lo digo porque un  emisario me pidió   al salir de la asamblea  que le entregara el vehículo que tenía asignado, a lo que me negué.

De quienes renunciamos del PLD en 1979, la mayoría retornó al Partido, al convencerse de  que Juan Bosch tenía razón; otros  nos fuimos más a la izquierda, en la creencia de que la “Revolución” estaba al doblar de la esquina, mientras muchos se dedicaron al alquiler del Partido de la Unidad democrática, que fundamos dizque para promover la unidad de la izquierda.

Esa división de la que hablo se decretó mucho tiempo antes de la reunión en la casa de Félix Alburquerque, lo que me obliga a preguntar si  la historia puede  repetirse, por vía del grupismo o de excesivas ambiciones. El liderazgo peledeista debería ser advertido de que  una repetición de ese episodio no  se traduciría en comedia, sino en tragedia.

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