Cuando amaba la campiña fronteriza

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El autor es escritor. Reside en EU

El toquido acompasado emitido de manera combinada por la mano derecha y el auxilio de un palito en la otra que arranca furiosos rugidos del cuero que una vez fue vaca y ahora tambora, irrumpe de repente en lontananza, anunciando y convocando, a la vez, al bullicioso acontecimiento que, sin lugar a dudas se avecina, en casa de Los Reyes. 

Ni tardo ni perezoso, y poniendo un poquito de atención, empiezan a definirse, también, los metálicos chasquidos de un inconfundible instrumento que, por su sinigual sonido, no puede ser otro más que la güira. 

Y si se aguza el oído, flotando hasta el infinito en las alas de los imponentes vientos que de cuando en cuando corren de manera alocada en la frontera, se pueden entrever las notas embriagadoras, como de dama en celo, de un frenético acordeón tocado, de seguro, por un virtuoso de la música, del placer y de la vida, harto conocido en estos predios, por el estilo envolvente y apasionado que le impone a las notas del descollante instrumento. 

Cual que fuese la ocupación a que se estuviese dedicado, la subyugante provocación que se insinúa desde la lejanía constituye sobrado motivo para recoger los bártulos, casi con el corazón en las manos si se me permite la exageración, y partir a paso acelerado en dirección a la casa de Hipólito y Vitalina en donde a todas luces se está montando un fandango al mejor estilo de Ercilio, el más dedicado de los hijos de esa gran familia, en asuntos de fiestas, mujeres y alcohol. 

En llegando a la añosa casona, por donde han desfilado en las últimas décadas los más sazonados acontecimientos en la rutina vivencial de los moradores del caserío de Pueblo Nuevo, Capotillo y casi toda esta parte de la frontera, comienza a avistarse el avispero humano envuelto en risas, muestras de alegría y hermandad que caracterizan a este respetable conglomerado humano, querido por muchos, respetado por todos y temido por uno que otro que talvez no se supo colocar a un lado, cuando  la razón y la prudencia así se lo indicaban. 

La fiesta ya está montada. Los convidados abarrotan casi todos los espacios del vasto patio y la acogedora enramada y de cuando en cuando, siguiendo un curioso rito afectivo que caracteriza a los miembros de este linaje, se interrumpe el parloteo para darle paso a efusivas muestras de cariño provocadas por la llegada de un nuevo conmilitón. 

Las más bellas, coquetas y atrayentes damiselas, ‘de buenas ancas y sedosa crin’, como diría un experto en asuntos de yeguas de paso fino, se hacen dueñas del entramado y en segundos, los galanes caen bajo los subyugantes efectos del encanto de tales primores y encantos. 

Sin descanso ni tiempo para parloteos, Ercilio enciende la pista con cada una de sus endiabladas interpretaciones y sumidos en el hechizo embrujador de las mujeres de la frontera, los hombres conducen el paso, cuidando de no dar un traspiés que pudiese ponerles en ridículo ante la concurrencia o, en el peor de los casos, perder el favor de la pareja. 

Aquellos años de encanto, de incontables travesuras, coqueteos y aprendizaje en cosas del amor no se han ido ni se irán nunca del baúl de añoranzas y emociones que llevo a cuestas doquiera voy. Recientemente, escuchando a Marino Fernández, un virtuoso del acordeón como lo fue mi tío Ercilio, tuve la oportunidad de disfrutar en vivo y rememorar algunas de las inolvidables piezas  que forman parte de nuestro vistoso y variado folklore, tanto de la línea noroeste como del resto del país, al tiempo de escuchar valiosísimas informaciones en relación al merengue y sus más connotados exponentes, a lo largo de la historia, las cuales nos fueron suministradas por nuestro dilecto invitado. 

 Al observar la transformación que experimentaba este virtuoso merenguero al accionar su instrumento musical y escuchar las magistrales exposiciones con que fuimos premiados los allí presentes, por momentos me sentí transportado a aquellos años de infancia y juventud, cuando Ercilio Reyes nos halagaba con su imponente dominio del acordeón. 

Gracias al manejo de habilidosos y diestros exponentes del perico ripiao de la talla de Ercilio y Marino, nuestro ritmo vernáculo por excelencia seguirá reinando en el corazón de todos los dominicanos, para orgullo nuestro y de todos los que aman el buen merengue. Y ante ellos, me inclino, reverente!

JPM

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