Criadero de inútiles
En asuntos de crianza no hay un manual y no puede haberlo porque cada ser humano está marcado por rasgos que lo diferencian hasta de sus gemelos.
No es fácil determinar la fórmula del éxito para tener una sociedad de seres útiles, que aporten cambios.
Lo que sí es seguro es que será muy difícil que una educación cuyo pilar es la sobreprotección genere entes capaces de transformaciones. Sus excepciones las habrá, claro.
Uno de los errores más comunes que cometen los pobres cuando ascienden en el plano económico y social es prevenir que su prole repita el historial de vicisitudes.
Ahí viene entonces darle todo lo que no tuvieron en su niñez. Ropa cara, viajes, carros aumentan su ego y disminuyen el espíritu de sacrifico, la capacidad de luchar para ganar las cosas por méritos propios.
Tal vez así como han criado a sus vástagos quisieron ser desde siempre esos proveedores alegres, a los que la pobreza no les dio qué ostentar.
Construyen una nueva clase de acomodados acostumbrados a que los papis les suplan hasta los empleos. Por eso, muchos profesionales de nueva generación jamás andarán con un currículo de desodorante (debajo del brazo).
Para eso tienen padres que con una llamada obtienen un nombramiento, sobre todo, en el sector público, que sigue sin dolientes y lleno de empleados cuyo único mérito es haber trabajado por el triunfo de un partido.
Así nos acostumbramos a una generación de gente que exhibe como mayor logro sentarse a hablar de lo que consumió la noche anterior en un bar de moda o de lo que compró en el extranjero en su más reciente viaje.
Es de esa manera como esos antiguos pobres crean otro tipo de pobres, los pobres de espíritu. Los que no tienen más que exhibir que lo que otros le han dado y su único esfuerzo es el que hacen para tomarlo.
jpm