Cosas de San Cristóbal: de aldea conuquera a ciudad moderna

Veamos, en la primera parte de este artículo, dos memorables citas contenidas en los trabajos historiográficos de dos reconocidos cronistas criollos, referentes a la sociedad de San Cristóbal de comienzos del siglo 20. En la última parte les muestro mis consideraciones conceptuales relativas a la trasformación o metamorfosis por la que tuvo que pasar esta población a partir del tercer decenio de dicho siglo. Ramón Marrero Aristy: en su trabajo La República Dominicana, Un Nuevo Factor en la Historia, nos dice: “….El sureño era preferentemente criador de ganado suelto, pero un ganado fustigado por la falta de agua y pasto. Verdor sí había en San Cristóbal, exuberante como el Cibao, aunque no llano. Pero San Cristóbal en la pobreza, aletargado. El pueblo era una estampa gris, pajiza, achatada bajo el sol, tendido a lo largo del camino como un cuerpo somnoliento.” Eduardo Matos Díaz, en Santo Domingo de Ayer, Vida, Costumbres y Acontecimientos; nos habla: La ciudad –se refiere a Santo Domingo– se nutría principalmente de los pequeños conucos de San Cristóbal, de los frutos que traían los campesinos en sus monturas, tras haber recorrido una larga distancia durante toda una noche, para llegar a la capital cuando empezaba a clarear el alba. Venían hombres y mujeres fumando andullo picado en sus cachimbos de barro. Sus trajes eran de “fuerte azul para los hombres y de “alistao” para las mujeres que, no obstante andar descalzos, pendientes de sus cuellos lucían collares baratos de cuentas de vidrio de distintos colores”. Hagamos un pequeño paréntesis, con esta experiencia personal, antes de continuar: En cierta ocasión, la prestante señora doña Celeste Mateo Aliés de Suazo, procreadora en S.C. junto a su esposo don Mario A. Suazo de una muy prestigiosa familia, me afirmó que ella bien recordaba a mi bisabuela doña Calixta Reynoso, madre de mi abuelo paterno don Sergio Uribe Reynoso, como una de las más activas campesinas integrantes de estas caravanas, con un voluminoso turbante, su cachimbo y uniforme de “alistao”. Prosigamos: Nuestra población, para la época citada, era una común de la entonces Provincia de Santo Domingo, al mismo nivel físico de los núcleos humanos de Guerra, La Victoria, Villa Mella, Bayaguana, Manoguayabo, Monte Plata y otras que también pertenecían a dicha provincia. Nos llamaban “campesinos” ya que no componíamos una sociedad urbana, sino únicamente rural. Y nos veían descalzos. Qué humillante!. No contábamos, ni con edificios ni viviendas perennes ni calles adecuadas ni escuelas ni hospitales ni vida de ciudad, como si tenían San Pedro de Macorís, Santiago, Puerto Plata y La Vega. No teníamos nada significativo que nos enorgulleciera. Mi padre y hermanos se formaron como bachilleres en S.D. porque no había en San Cristóbal escuela de este nivel escolar. Mientras estas ciudades podían exhibir calles y avenidas bien trazadas; edificaciones de concreto, hasta majestuosas; empresas comerciales de manufacturas de importación y exportación; tiendas modernas de abastos, muebles y tejidos; consulados; etc., nosotros solamente podíamos mostrar una plaza o mercado público como cualquier villorrio fronterizo, más una antigua Iglesia de adobe, madera y tejas; siendo todo lo demás, ranchería de tablas, caminos de herradura, pastizales, realengos y lodazales. Y nuestra gente esmirriada, descalza y abundantemente inficionada de parásitos y enfermedades que nos invadían por las extremidades inferiores desprotegidas. En los alrededores de la villa de San Cristóbal, existen ubérrimas y fértiles tierras de las que cada clan o familia tenía un predio no mayor de 100 tareas dentro del cual cultivaba un conuco para su uso y consumo, almacenaba la parte que pudiere, y el resto, si no lo vendía o cambalacheaba, lo trasladaba hacia la Capital a comercializar en las caravanas de acémilas que para ello se formaban. Discurría así rutinariamente, sin variación, la vida cotidiana de los sancristoberos, hasta el año de 1930 en el que viniera a dirigir los asuntos públicos del país un joven hijo de San Cristóbal, el general Rafael Trujillo Molina, quien se apoltronara por más de tres décadas en el poder. Ésto inmediatamente procedió a quitarle el carácter pastoril campestre a la sociedad de San Cristóbal; propósito que consiguió a muy pocos años cuando adquirió la mayoría de los predios agrícolas circundantes a la población. Concomitantemente con este proceso, se llevó a realización un amplio plan de construcción de obras públicas de todo tipo que llegó a colocar a la ciudad de San Cristóbal a la par con los más antiguos y progresistas conglomerados humanos de la República, que citamos. Al obtener San Cristóbal, con el discurrir de los años, carácter urbano y desaparecer el calificativo “campesinos” con el cual éramos conocidos por el resto del país, entonces los jóvenes no pudiendo dedicarse a la agricultura de subsistencia como habíanse acostumbrado sus padres y antepasados, ingresaron en grandes cantidades a la Escuela, a las Fuerzas Armadas y la Policía, a la Administración Pública, a la Universidad y a otras ocupaciones derivadas del modernismo como el Cuerpo Diplomático y las Bellas Artes, así como a la Industria y el comercio formal. Quedándole a San Cristóbal para su desahogo agrícola, las tierras de: Sainaguá, Cambita, Majagual, Los Cacaos, Jamei, Palenque, etc… Permítame, amable lector, terminar nuestro trabajo transcribiendo una sentida añoranza del segundo autor citado: “…Y como complemento no podemos olvidar las célebres conservas o “niños envueltos”, bien de coco guayado, bien de naranja, ambos a base de “ melao” en lugar de azúcar, los cuales venían envueltos en hojas secas de plátano que traían a vender los campesinos de San Cristóbal. Lamentablemente ya los habitantes de ese pueblo no sólo no los hacen, sino que no los conocen,”. (Dedico este trabajo con elevado sentido de amistad a los distinguidos sancristoberos Hipólito Bazil Suazo, Rafael García Valera, Sergio Uribe Castro, mi tío, y los hermanos Héctor Joaquín y Rafael Enrique Leger Aliés, todos profesionales del agro. Así como a la señora Lidia Santana Sierra, hija de don Babo Santana, residente por largos años en Nueva York y enterada al instante en esa ciudad, como también José Elías Domínguez, de todo lo que acontece en nuestro San Cristóbal).

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