Charlotte Corday: ¿asesina o heroína?
¿Si grandes determinaciones en momentos difíciles las tomaron mujeres, por qué se habla del sexo débil? Narra Sófocles (496 a.C.-406 a.C. ) el dramaturgo de la Grecia antigua en su tragedia que, una mujer llamada Antígona, fue quien decidió enfrentar al todopoderoso rey de Tebas Creonte[Fn1] , a sabiendas de que eso significaba condenarse a muerte como una especie de suicidio. Hay que tener el máximo valor para castigarse asimismo a pena capital sin importar el grado de sufrimiento que esto puede acarrear.
Un triángulo de coraje parece estar unido en los vértices de su ferocidad, como he adelantado, desde siglos antes de Cristo ya Sófocles, nos presenta la imagen de esa mujer heroica que conociendo la ley que prohibía que no se podían enterrar los cadáveres de las personas que luchaban y morían para derrocar el régimen, y sin embargo, Antígona tomó la decisión de no dejar sin sepultura el cadáver de su hermano y corrió con la consecuencia de que fuera enterrada viva como condena. Nada de eso le importó, asumió su responsabilidad sin medir las consecuencias.
En otro escenario, la revolución francesa la iniciaron las mujeres que decidieron enfrentar la servidumbre del rey Luis XVI, le cortaron la cabeza a la mayoría de los guardias que protegían el palacio de Versalles. En esa misma época en plena Era del Terror, una joven mujer, también vestida de coraje, Charlotte Corday, la Antígona contemporánea, asumió la responsabilidad de enfrentar a los jacobinos y decidió matar al primero de los verdugos intelectuales, a Jean Paul Marat. Y para completar el referido triángulo, en el caso específico de nuestro país, la doña del coraje, María Trinidad Sánchez, es la primera que enfrenta sin miedo alguno al tirano Pedro Santana, aunque esto le costó su fusilamiento.
La Revolución Francesa y la Era del Terror
Ciertos hechos son tan contundentes que sus imágenes jamás se borran de la mente de quienes fueron sus testigos ni de aquellos que las conocieron por las narraciones de la historia, por esas razones resulta importante poner en contexto tales acontecimientos: A finales de 1792, la Convención Nacional de la Francia revolucionaria, sentenció a la ejecución al monarca rey Luis XVI (1754-1793). El lunes 21 de enero de 1793, a las nueve de la mañana salió de su celda en una prisión de París y lo llevaron a la Plaza de la Revolución, protegido y seguido por una multitud de más de 20 mil personas de los sectores más empobrecidos de la ciudad.
Una vez allí subió al patíbulo, donde esperaba el famoso y brutal Charles-Henri Sanson, que siendo las diez y 20 minutos de la mañana, con una tranquilidad pasmosa activó el mecanismo de la máquina de la muerte: la guillotina. El filo impiadoso de la cuchilla cortó de un tajo la cabeza del rey de 38 años de edad, la cual fue levantada chorreante de sangre y mostrada como un trofeo a una multitud que gritaba: ¡viva la revolución!, ¡viva la revolución!
Con la muerte de Luis XVI acabó la monarquía en Francia, pero también fue el inicio del periodo más sangriento de la Revolución francesa, conocido como la Era del Terror, que estaba caracterizada por la feroz represión por parte de los revolucionarios del partido de los jacobinos, mediante el recurso al terrorismo de Estado, dirigido esencialmente contra los girondinos, que eran acusados de contrarrevolucionarios y ejecutados hasta por simple sospecha.
El académico y prestigioso historiador estadounidense Donald Greer (1960), estimó que el balance de muertos durante el período de nueve meses del Terror, podría establecerse entre 35.000 y 40 mil víctimas. La guillotina, llamada igualmente la “navaja nacional”, se utilizó por primera vez el 15 de abril de 1792, cuando se ejecutó a un vulgar ladrón. Inicialmente vista como un instrumento de igualdad, sin embargo, pronto adquirió una sombría reputación por su lista de víctimas conocidas.
Los primeros del siniestro certamen fueron el rey Luis XVI y la reina María Antonieta, a sus 37 años (1755-1793) y numerosos protagonistas revolucionarios como el Ministro de Justicia del Gobierno y uno de los principales líderes de ese proceso, guillotinado por órdenes de Maximilien Robespierre, cuando su amigo y compañero de aula en la infancia, Georges Danton (1759-1794) tenía 34 años de edad. Luego siguió Louis de Saint-Just (1767-1794), diputado y presidente de la Convención Nacional, decapitado a sus 26 años de edad. Otro famoso que perdió su vida fue Antoine Lavoisier (1743-1794), considerado como padre de la Química moderna. Se dice que cuando su cabeza iba a ser cortada por la guillotina, alguien gritó: ¡pasarán siglos y Francia no tendrá otra cabeza como esa!
La carnicería continuó con el poeta prerromántico André Chénier (1762-1794), cuyos versos, según la Enciclopedia Británica, «silban y cortan como balas envenenadas» y que le costaron su vida en la guillotina a los 31 años, interrumpiendo la carrera del que pudo ser uno de los más grandes genios de su literatura. Cuatro días después ejecutan en la misma guillotina a quien dio la orden de su muerte: Maximilien Robespierre (1758-1794), el más importante y carismático de los dirigentes de la Revolución Francesa, decapitado a los 36 años.
En la enumeración no escaparon las mujeres, se comenzó con la esposa del rey Luis XVI, María Antonieta, continuó con la feminista, dramaturga, militante girordina y autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, Olympe de Gouges (1748-1793), condenada en un juicio sumario a la pena de decapitación, guillotinada a sus 45 años de edad.
La lista lúgubre prosiguió con el influyente abogado y periodista Camile Desmoulins (1760-1794), actor en primer plano de la Revolución Francesa, decapitado por motivos políticos, había cumplido 34 años, y una semana después ejecutan en la guillotina a su esposa Anne Lucile Duplessis de Desmoulins (1770-1794), tenía 24 años de edad.
En pocos episodios de la Historia Universal la intriga política alcanzó los más altos peldaños de la pasión, llegando a los niveles de lo trágico y de la evidente locura. Los imperdonables excesos de este período de acción del Comité de Salvación Pública, continúan oscureciendo los nobles ideales de la Revolución presidida por Maximilien Robespierre, junto a Jean Paul Marat (1743-1793), un aliado aún más extremista, científico y director del periódico El amigo del pueblo, el cual se dedicaba a publicar los nombres de los contrarevolucionarios y luego eran sentenciados regularmente a muerte.
La osadía de Charlotte Corday
En Francia, la Era del Terror provocaba estragos emocionales en la mente de una joven de provincia que le surgió la peligrosa osadía de ponerle fin a la masacre política del grupo gobernante. Charlotte Corday, eligió su martirio desde que tomó la determinación de enfrentar la tiranía de la Era del Terror, pues sabía que para acabar con el veneno letal había que acuchillar la serpiente de Marat. Entonces viajó desde su pueblo para tratar de conversar con Jean Paul Marat, su carnada consistió en decirle por cartas a Marat que la recibiera en su casa para entregarle una lista de contrarevolucionarios conspiradores. Después de algunos escarceos Marat le abre las puertas de su residencia. El escritor Alphonse de Lamartine (1790-1869), cuenta los hechos en su libro Historia de los girondinos:
Marat pasaba el tiempo en su bañera por una enfermedad que tenía en la piel, es en ese lugar que recibe a la visitante, Charlotte evitó detener su mirada sobre él, por miedo a traicionar el horror que le provocaba a su alma este asunto. De pie, bajando los ojos, las manos pendientes ante la bañera, esperó a que Marat la interrogase sobre la situación en Normandía. Ella respondió brevemente, dando a sus respuestas el sentido y el color susceptibles de halagar las presuntas disposiciones del demagogo. Él le pidió a continuación los nombres de los diputados refugiados en Caen. Ella se los dictó. Él los escribió. Luego, cuando había terminado de escribir esos nombres: «¡Está bien!» dicho con el tono de un hombre seguro de su venganza, «¡en menos de ocho días irán todos a la guillotina!».
Con estas palabras, como si el alma de Charlotte hubiera estado esperando un último impulso para convencerse de dar el golpe, tomó de su seno un cuchillo y lo hundió hasta el mango con fuerza sobrenatural en el corazón de Marat. Charlotte retiró con el mismo movimiento el cuchillo ensangrentado del cuerpo de la víctima, y dejó que cayera a sus pies— «¡A mí, mi querida amiga!»—, y expiró bajo el golpe.
Ya todo estaba consumado: muerto el perro…
Charlotte fue apresada, sus únicas palabras en el tribunal, dichas con la fuerza de un trueno fueron: He matado a un hombre para salvar a 100 mil. La condenaron a la guillotina. La severidad de la decisión no cambió la firmeza de su rostro. La marcha hacia el patíbulo, la ruta al vía crucis[Fn2] de la guillotina era su evidente calvario. Solo bastaba esperar la hora, como el Cristo su crucifixión. La gente vociferaba horrores: asesina, prostituta, traidora. Pero su venganza estuvo en la suprema serenidad que Charlotte exhibía, una quietud de lago estancado, de mar sin olas, de aguas inmóviles que apenas reflejan la luz de la justicia celestial más que terrenal. Aquel cuerpo sin movimiento, esta especie de estatua de carne y hueso en absoluta mudez como un alma muerta, había elegido como única manera de lucha la calma en total silencio. Solamente con esta actitud, aunque la guillotinaran podía hacer que sobreviviera para siempre su dignidad. Los que llenos de rabia esperaban que la cuchilla filosa descendiera de golpe sobre el cuello de la condenada, aumentaban su ira al contemplar esta templanza de carácter que se entregaba a la muerte con la firme convicción del deber cumplido. Para ellos, moría una asesina, para la humanidad, se inmortalizaba una heroína.
La joven Charlotte murió guillotinada a los 24 años de edad, el 17 de julio de 1793. Se cuenta que en el momento en que su cabeza cayó al suelo, el ayudante del verdugo, un vehemente seguidor de Marat, la levantó del suelo agarrándola del cabello y con toda su soberbia la abofeteó varias veces, -¡wao, qué horror!-, demostrando más su cobardía que su valentía. Debió ser encarcelado por la ofensa a la entereza que hasta ese momento había mostrado la condenada.
Los enemigos jacobinos la habían acusado de tener amantes, por lo que a su cuerpo se le hizo una autopsia, confirmando su virginidad. Este último pleito en defensa a su integridad moral, se lo ganó Charlotte a sus verdugos después de ser decapitada.
Estando el poeta André Chénier preso, se enteró de que Charlotte Corday había sido decapitada por la muerte de Marat. El día antes de él ser ejecutado escribió sus últimos versos:
Oda a Charlotte Corday La serpiente negra –Marat-, liberada de su cueva impura. Entonces lo vi finalmente romperse bajo tu mano firme y segura. ¡La tela venenosa de sus días aborrecidos! En las entrañas del tigre, en sus dientes homicidas, viniste a preguntar y los miembros lívidos. ¡Y la sangre de los humanos que había devorado! Sólo la virtud es gratuita. Honor de nuestra historia. Nuestra vergüenza inmortal, vive allí con tu gloria. Sólo que tú eras un hombre y unos humanos vengados. Y nosotros, viles rebaño cobarde y sin alma, sabemos repetir las quejas de algunas mujeres, pero el hierro pesaría mucho sobre nuestras débiles manos. Un villano -Marat- menos se arrastra en este fango. La virtud te aplaude. De su alabanza masculina. Escucha, bella heroína, escucha la voz augusta. Oh Virtud, el puñal, única esperanza de la tierra, es tu arma sagrada, mientras el trueno deja que reine el crimen…
jpm-am
gracias dr. martinez. muy instructivo arti****.