César Zapata entre la poesía y el cuento
Ser demasiado benévolo con un texto literario que acaba de publicarse puede dejar mal parado al escritor y no ayudarle tanto a recibir el reconocimiento de aquellos que buscan asombro en las obras que leen. A veces, decir demasiado de algo que tal vez merece poco, hablar sin reflexionar acerca de ello, crear hondura donde no hay profundidad, detectar innovación donde apenas aflora cualquier tipo de idea, es poner al autor en ridículo. Pero nada de lo anterior debe aplicarse directamente a dos libros recientes del dominicano César Zapata, sino a las presentaciones que de estos hicieron el periodista y narrador Rafael Peralta Romero y el ensayista y filólogo Odalís Pérez. La reunión de ambos en el mismo escenario para presentar uno los cuentos que aparecen en “Para todos nosotros caerá la noche” y el otro el volumen de poesía reunida “Sala de espera” de César Zapata, resultó en una inevitable conjugación de jocosidad y tedio. Jocoso por el discurso anecdótico y muy personal de Peralta Romero, y tedioso por la verborrea innecesaria de Odalís Pérez. La palabra más sospechosa pronunciada en aquel acto celebrado en el Centro Cultural de las Telecomunicaciones de Indotel, en Santo Domingo, tiene que ver con “innovación literaria”. Peralta Romero la usó categóricamente al ponderar los cuentos del autor, y Odalís Pérez la sugirió en ese discurso de estilo barroco que lo caracteriza y que no lo deja comunicar sus ideas con claridad. La innovación no es algo que se descubre con facilidad en un texto que no ha pasado todavía por una diversidad de cedazos, incluyendo el más implacable de todos que es el tiempo; tampoco es un elemento que pueda observarse a priori con una lectura precipitada como la que se hace para presentar un libro; pero el desacierto de juicio de valor es aun peor si dicha atribución de innovación se hace en presencia del autor y en público. Cuando ocurre tal hallazgo, porque detectar “innovación” es un hallazgo sustantivo dentro de lo que podríamos llamar la arqueología y la patología literarias, por lo general el autor no se entera porque ya no sería cosa de su contemporaneidad. En realidad, son pocos los escritores innovadores en la historia universal de la literatura. Y por eso la palabra innovación puede resultar tendenciosa y peligrosa, y jugar con su significado como parte de un espectáculo entre amigos, lejos de contribuir lo que hace es alertar y aumentar la duda del lector profesional que busca obras de calidad. Esto ocurre cuando los presentadores asumen el acto de puesta en circulación como un mero escenario promocional, y porque tal vez piensan que nadie los tomará en serio. ¡Craso error! Siempre he pensado que en la platea puede encontrarse ese individuo «casi invisible» que suele ser un agente literario diligente, o un editor poderoso, o un académico extranjero curioso, o un simple “literary scout”; este último es un sabueso libresco muy sigiloso que recomienda textos a editoriales internacionales y otras industrias afines. Observo que algunos de los problemas más graves de la literatura dominicana son la falta de sinceridad entre los mismos escritores amigos, la hipocresía de los cenáculos, y el culto a la personalidad de autores que merecen menos elogios de los que reciben por «obras tísicas» y en muchos casos malogradas al minuto de su publicación. Hasta que se tome conciencia de ese mal endémico, por demás difícil de curar, la literatura dominicana seguirá dando saltos a ciegas. El único consuelo es la posibilidad del juicio propio, de la lectura concienzuda y reposada, y de la valoración desapasionada que nos ayude a comprender la razón de nuestra baja autoestima literaria y a descubrir dónde se acumula la amarillenta y rojiza hojarasca del otoño. Tengo en mi agenda la lectura de “Para todos nosotros caerá la noche”, pero confieso que después de los excesos de la presentación de Rafael Peralta Romero y su exaltación de César Zapata como ente innovador del cuento, me asomaré a cada uno de los relatos con la misma actitud del suicida que desafía el peligro y las alturas al borde de un precipicio.