Celebrando la vida con Ton Lluberes
Coexistí una temporada en Washington, entre 1977/78, con Ton Lluberes, quien sacaba su maestría en Historia Latinoamericana en George Washington University, mientras me hallaba como Guest Scholar en The Wilson Center, el memorial del presidente Woodrow Wilson, ubicado en el hermoso Red Castle del Smithsonian.
Ocupaba la espaciosa oficina asignada antes al historiador francés Fernand Braudel y entre los fellows, compartía con el laureado novelista chileno José Donoso, la hispanista Sara Castro-Klaren y el historiador James Lang, autor de Inside Development in Latin America: Report from the Dominican Republic, Colombia, and Brazil.
A veces invitaba a Ton a las actividades del centro. Encuentros memorables con George F. Kennan, veterano diplomático formulador de la doctrina Truman de contención, cuyo nombre designa el área de estudios rusos de la institución. Con los internacionalistas de Columbia y Harvard en clave asesora en el equipo de seguridad nacional de Carter, Brzezinsky y Huntington.Los influyentes Luigi Eunaudi, Andy Young y Bob Pastor. La carismática Sally Shelton, as de la política exterior de derechos humanos, luego venida a viuda de Bill Colby, ex director de la CIA hallado muerto en un afluente del Potomac. Con el historiador puertorriqueño Arturo Morales Carrión, de nuevo en el State al que sirvió con JFK.
The Wilson Center era un think tank dirigido por el afable James H. Billington, sovietólogo que encabezó la Biblioteca del Congreso entre 1987-2015. Mientras que el Latin American Program, estaba encabezado por el dinámico latinoamericanista Abe Lowenthal, quien fuera becario de Ford Foundation en Santiago, autor de la obra seminal The Dominican Intervention. En cuyo Comité Académico figuraban Fernando Henrique Cardoso -mi antiguo profesor en Chile-, Leslie Manigat -a quien conocí en la UNAM en el 74-, futuros presidentes, los economistas Albert O. Hirschman y Ricardo Ffrench Davis, los politólogos Guillermo O´Donnell y Phillippe C. Schmitter, quienes junto a Juan Linz desarrollaron estudios luminosos sobre autoritarismo corporativo y transición democrática.
En sus coloquios vespertinos solían participar personalidades como el expresidente peruano Fernando Belaunde Terry, el secretario de la CEPAL Enrique Iglesias o el de la OEA Alejandro Orfila.
El edificio, sede y símbolo de las oficinas centrales de Smithsonian Institution, contaba con uno de los más bellos comedores de la capital federal que aprovechaba una amplia bóveda del castillo iluminada a través de espectaculares vitrales. Allí se servía un buffet meridiano exquisito, al que convidé al amigo Ton.
Pero lo que nunca se perdía Ton era nuestro encuentro vespertino de los viernes. Era sagrado. De mi oficina partíamos a cenar al Da Vinci, un restaurante italiano sito frente a la Biblioteca del Congreso que le encantaba. Se iniciaba con Scotch on the rocks, entrada de pasta, ya fetuccini Alfredo, espaguetis a la napolitana o al pesto, salpicado de chianti Ruffino Classico. Plato fuerte: filete Stroganoff o Chateaubriand, guarnición de vegetales. De rigor, pan, mantequilla, oliva y parmesano. Postres con zinfandel. Coronación al cognac Hennessy VSOP. Y el aromático espresso bien cargado.
Para mi amigo jesuita esta experiencia era una real liberación gastronómica al escapar de la monótona rutina de cafetería universitaria. En la que aparte del clásico Burger, las French fries y el vegetariano salad bar, se ofrecía en plato seccionado el infaltable roast beef con salsa gravy, puré de papa, zanahoria, guisantes, maíz dulce, un biscuit, banana o manzana. Remachado todo aquello con el insufrible American coffee.
Al término de nuestro ritual de los viernes en Da Vinci, dada la cercanía del local con mi efficiency en The Coronet, en C Street, cerrábamos allí la noche con unos tragos conversaos. Durante un buen tiempo, el lobby del apartahotel permaneció ocupado por los movilizados líderes de la American Farmers Association, quienes hacían lobby ante el Congreso y llegaron a bloquear Washington con miles de tractores y camiones en demanda de mejor trato, en medio de uno de los inviernos más crudos de la historia. Tremendo espectáculo de los grupos de presión en acción.
En ese Washington bajo la administración del asceta baptista granjero de maní que se impuso al establishment conservador, mi amigo y yo seríamos testigos de una insólita protesta de ex agentes de la CIA depurados por el almirante Stansfield Turner, designado por Carter al frente de la agencia para disciplinarla. De los honores multitudinarios rendidos en la Rotonda del Capitolio al fallecido exsenador y vicepresidente Hubert Humphrey, arquetipo de demócrata liberal decente y del malestar que causó la presencia de Nixon en el ceremonial.
Antes, en abril del 75, había coincidido mi estancia en Washington con la caída de Vietnam y se respiraba un ambiente sombrío, marcado por dramáticas escenas del abandono de la embajada norteamericana en Saigón, encabezada por el veterano Ellsworth Bunker, quien fuera bautizado aquí en el 65 por el periódico Patria, “el Rey del Mangoneo”, al conducir las negociaciones con el gobierno de Caamaño para alcanzar una salida política al conflicto.
EXPLORADORES
Con Ton Lluberes, mi querido compañero del Colegio Don Bosco y de la plácida avenida México, programábamos en el weekend visitas a los museos del complejo administrado por Smithsonian, uno de los atractivos que tiene la vida en Washington. En nuestra mira, el pedagógico American History, el fascinante Air and Space, el muy ilustrativo para los motivados en historia del desarrollo tecnológico, el Arts and Industries Building, que conserva parte de la Philapelphia Centennial Exposition de 1876. Y claro, el fundamental Natural History.
Nuestra programación incluía la maravillosa National Gallery con sus colecciones permanentes y expos temporales, así como presentaciones vespertinas de música de cámara. A iniciativa de Ton, fuimos un domingo al National Zoo a conocer los osos panda obsequiados por Mao en 1972, como parte de la política de distensión iniciada con la visita de Estado del presidente Nixon, ensamblada por Kissinger. Y también los conciertos del Folklore al Museo: Pete Seeger, Joan Báez, Peter, Paul & Mary.
Con la colega de The Wilson Center, Sara Castro-Klaren y su esposo, el historiador Peter F. Klaren, profesor de Ton en la universidad George Washington y autor de excelentes textos sobre Perú y la región Andina, hicimos buena liga. Motivo de convites amables en su hogar en Virginia, en los cuales participaba nuestro compañero jesuita, con pláticas eruditas y apasionantes sobre la historia azucarera, una temática convergente.
Fue una temporada productiva en Washington, con trabajos de investigación documental en entidades como National Archives, Library of Congress y Columbus Library de la OEA. De enriquecimiento con gente de la School of Advanced International Studies (SAIS) de The Johns Hopkins, en especial con Riordan Roett -quien había sido profesor mío sobre política exterior norteamericana- y Piero Gleijeses, autor de una obra fundamental sobre la crisis del 65. Justamente allí Melvin Mañón seguía unos cursos de relaciones internacionales y a veces me visitaba a The Wilson Center para charlar sobre sus experiencias.
Entre los dominicanos radicados en Washington, se hallaba el afable Arturo Calventi Gaviño, veterano funcionario del BID a quien frecuentaba, poseedor de una magnífica colección de mapas antiguos -hermano de Rafael y Vinicio, primo de los Bosch Gaviño. Rosa Tejada Tabar, amiga de infancia hija del Dr. Tejada Florentino, laboraba en nuestra embajada. El economista Guillermo Rivera, quien ha sido funcionario en el BID y en nuestra legación diplomática por décadas -antiguo compañero de dirección en el grupo universitario FURR en los 60-, establecido junto a su esposa María del Carmen Prosdocimi, consagrada crítica literaria.
En el 75 había conocido a Nicole, hija de Tad Szulc, quien me introdujo ante su padre -toda una celebridad del periodismo de investigación- en noches memorables en su apartamento. En 1978, Szulc publicó The Illusion of Peace: Foreign Policy in the Nixon Years, un examen crítico de esos años tormentosos de intervencionismo imperial abierto con golpes de Estado y feroces dictaduras militares.
Otra vieja conexión era el reverendo episcopal Phil Wheaton, director de EPICA, cuyo hogar generoso me acogió en el 75 y el entrañable William “Bill” Wipfler, director de la Human Rights Office del National Council of Churches. Ambos con servicios religiosos eminentes en Dominicana y América Latina. El último, autor de Power, Influence and Impotence: The Church as a Socio-Political Factor in the Dominican Republic.
Tras mi estancia en Washington, me esperaba la University of Pittsburgh, donde cubrí otra temporada académica en calidad de visiting senior professor del Center for Latin American Studies. Allí, José Moreno, Carmelo Mesa Lago, Cole Blasier, Eduardo Lozano.
En los 80, subí en el AILA a un Iberia rumbo a Madrid. El avión venía de Bogotá y se hallaba casi vacío. Era de noche y me acomodé en mi asiento en plan de echar un sueño en el trayecto, tras las interrupciones rutinarias de servicio de bebidas y la cena. Apenas tres horas de vuelo y entramos en una zona de tormenta que puso a tambalear el avión rudamente. Momento en que fui al baño. Al regresar a mi asiento, ¡sorpresa!, el queridísimo padre Ton se hallaba en el vuelo.
Aproveché y me senté junto a él. Sin mayor protocolo le disparé: “Ton, nos jodimos, esta vaina se va a caer. Como a mí se me secó la fe desde que Prémoli me sacó del Colegio, reza para que nos salvemos”. Con su santa calma, estampando una reconfortante sonrisa de confianza, me contestó: “No te preocupes Josecito que estos aviones Iberia son muy seguros y no se caen”.
Al parecer las mansas plegarias de Ton surtieron su efecto benéfico. Logramos cruzar la zona de riesgo y entramos a la clara de un día luminoso. La cara de arepa de mi amigo sonreía.
JPM