Causas de la violencia e inseguridad social en RD

Los niveles de violencia e inseguridad ciudadana ya provocan hartazgo social.  Es falso lo dicho por el Director de la Policía Nacional de que se ha producido una reducción de la violencia en el país.  Igualmente, es inexacto que la violencia se trate de percepción, como algunos apologistas del gobierno aducen,  porque las estadísticas de robos, asaltos, lesiones y muertes de «ciudadanos de a pie» van en aumento.

Nuevas variantes del delito se vienen presentando, como sicariato, secuestros,  utilización de niños en asaltos y asesinatos, la participación de miembros o ex miembros de las Fuerzas Armadas en estos delitos o en asociación de malhechores, la participación de extranjeros radicados en el país, entre otros modos de operación delincuencial.

El apacible país donde  las puertas de las casas pueblerinas se mantenían abiertas de par en par de día y de noche, quedó en el pasado.   La gente vive totalmente encerrada  en sus casas y dentro de los vehículos se mueven con todas las puertas aseguradas y los cristales tintados.  Ya no se da “bola” a nadie, por el temor a que ese que le esté pidiendo el favor de transportarlo gratuitamente en cualquier carretera o camino rural, sea un potencial agresor.

Hoy la socialización en el vecindario es escasa, incluso en la zona rural, donde los niveles de delincuencia también van en aumento.  Atrás van quedando los entretenimientos lúdicos, por temor a ser víctima de los cacos al retorno.  Los juegos barriales de domino ya son menos y/o han recortado el horario en los barrios  y campos.  Las iglesias han suspendido o aminorado los cultos y misas nocturnas, debido a la inseguridad.

En los barrios los pequeños  comercios han debido  instalar una red de hierro en el mostrador y recortar el horario  de venta.  En fin, la inseguridad ciudadana está provocando una paranoia colectiva.

¿Cuáles son las causas de la violencia?  La causal más importante es que el modelo capitalista neoliberal que promueve el consumismo, ha funcionado perfectamente para un segmento limitado de la alta y mediana  burguesía.  Pero las grandes mayorías del pueblo dominicano se sucumben en la pobreza, excluidas del acceso a poder satisfacer sus necesidades básicas, y de disfrutar del milagro o sueño, que Leonel Fernández definió como «Nueva York chiquito”.

En los últimos cincuenta años, la economía dominicana ha logrado un milagroso crecimiento económico, pero el mismo no ha tenido impacto social, ya que los excluidos de este medio siglo de bonanza son las mayorías nacionales.

Un segundo elemento causal es que el modelo consumista fija en el imaginario social, a través del marketing y la publicidad, unas expectativas de adquisición de bienes, lujo y confort.  Por ejemplo, en los últimos veinte (20) años, el consumo de finos vinos extranjeros (franceses, españoles, argentinos, californianos y/o chilenos) se ha multiplicado entre “parejeros”  y “aguajeros” dominicanos, que quieren diferenciarse de los demás, que  desde la era colonial ingieren  Ron Dominicano, que popularmente en los barrios sureños suelen denominar “lava gallos”.

Igualmente, por ser “comparón” el sujeto de clase media dominicano prefiere, aún sea para andar   solo en la ciudad,  el jeep todo terreno, que en esa búsqueda erótica permanente,  nuestro macho ha feminizado y bautizado con el nombre de “Jipeta”. El carro utilitario, compacto, de bajo consumo, “no está a la moda”, sino la Jepeta, por eso su gran demanda.  En la República Dominicana  somos líderes en la venta  de prestigiosas marcas europeas de  vehículos: Mercedes Benz, BMW (de Alemania), Jaguar, Range Rover (de Inglaerra) y otras marcas italianas.

Esta lógica mercantilista ha producido un desborde de las expectativas del sujeto dominicano.  Ya en el barrio más empobrecido sus pobladores quieren televisión pantalla plana o lett, un potente componente de música, un microonda, celulares de última generación, asistir a los espectáculos de las luminarias internacionales, llenar los paradisíacos Resort del Este, Puerto Plata o Samaná los días feriados, exhibir tarjetas de crédito por encima de los ingresos  netos, visitar a cada rato los mall   o grandes tiendas metropolitanas, comprar y exhibir  ropa “chic y cara”, de modistos y marcas extranjeras, entre otras vanidades pequeñoburguesas.

Sobre las ropas y calzados, los jodidos dominicanos  tienen en las “pacas”  o “sacúdelo” la panacea para también tener y exhibir ropas de marcas foráneas,  con solo cincuenta o cien pesos, “buceando” en los “abájate boutique” de nuestros deprimentes mercados pueblerinos.  Pero para encarar las otras necesidades ficticias, creadas por los nuevos dioses  del sistema  -el marketing y la publicidad- no  tienen recursos.  Ahí viene el problema.

Los barrios están llenos de jóvenes que no estudian ni trabajan, pero que necesitan ser parte de esa lógica de consumo, pautada por el modelo económico, de ahí que muchos se dediquen a asaltar, robar, matar o a la venta de drogas en los barrios.  Son elementos excluidos, marginados sociales, a los que la sociedad solo le ha dado un cuchillo, un machete,  una pistola o un revólver  para que “resuelva su vida” sea como sea.

Frecuentemente legisladores alzan su voz en el púlpito senatorial pidiendo “que le den para abajo” a los que delinquen.  Pero la solución entonces no puede ser “darle pa bajo”, sino transformar el modelo económico para inducir la inclusión social y romper la vigente asimetría socioeconómica.

Mientras las riquezas nacionales no estén mejor distribuidas, las ideas de progreso y bienestar en la patria de Duarte serán meras  ficción.

JPM

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