Carlos José Tejada y el recuerdo del terremoto de 1946
Lo hube de conocer en el tercer piso de un centro médico capitalino. Entrado en sus 76 años de edad se veía con la madurez de los años como un guaicarán. El diálogo había comenzado con Carlos José mientras esperaba el turno para verse de rutina con la psiquiatra que lo atendería ese día.
Con su aspecto y su hablar me daba la impresión que Don José era del Sur Profundo.
¿Usted es oriundo de donde? –le pregunté.
Yo soy del Cibao –me respondió.
¿De qué parte del Cibao es usted? –le volví a inquirir.
Yo soy de un lugar que le llaman La Isabelita cerca de Ranchito y de Jeremías en La Vega.
«Usted no me lo va a creer, pero eso me lleva al recuerdo del terremoto de 1946 cuando yo apenas tenía 6 años de edad», me dijo como yéndose a un mundo que jamás había regresado después de aquellos aciagos dias de frustraciones, temores y desasosiegos. «Por primera vez en mi vida vi los arboles mecerse de un lado para otro venir sobre mí y ver como la tierra se habría ante tan poderoso cismo.»
El terremoto de República Dominicana de 1946 tuvo una magnitud de 8.0 y se registró en Samaná, provincia del noreste del país, el 4 de agosto de 1946 a las 17:51 UTC (12:51 hora local vigente). Una réplica ocurrió cuatro días después, el 8 de agosto a las 13.28 UTC con una magnitud de 7.6., nos dice Don José. Fueron los dias más marcados de mi existencia y jamás he podido borrar de mi mente, nos dice con sus ojos trémulos y su hablar un poco balbuceante.
Yo me crié entre platanales, porque desde Palmarito, Jeremías, Ranchito y La Isabela se sembraban plátanos buenos. Recuerdo que desde ese cruce nosotros íbamos a misa en la Iglesia Católica de la Vega. Caminábamos más de 14 kilómetros todos los domingos. Yo apenas era un niño. Para ese tiempo la gente era muy religiosa. Tenían más confianza en las cosas de Dios y en la fe que uno depositaba en algo que uno jamás había visto ni oído. El día del terremoto fue que me di cuenta de la fe de los pobladores de La Isabelita, nos dice en su diálogo este hombre con sus ojos ditirámbicos y su pulso tembloroso. Vive una escena prodigiosa y terrible.
Todo parecía un desastre aquel domingo aciago y sorprendente. Recordemos, según se recoge en las crónicas de entonces, el Domingo 4 de agosto de 1946 a las 12:55 p.m.: Fuerte terremoto, se sintió en la isla de Santo Domingo, con una magnitud de 8.1 en la Escala de Richter que generó, a los pocos minutos un maremoto a las costas de toda Bahía Escocesa (la cual se extiende desde Arroyo Salado hasta Cabrera), penetrando en algunas zonas, como Arroyo Salado, más de cinco kilómetros tierra adentro, inundando por más de tres semanas a algunas zonas, destruyendo siembras, y poblados (Matancitas, Nagua, El Juncal de Cabrera, Punta Morón – entre las secciones del Limón y Las Cañitas en Samaná, Sánchez, Sabana de la Mar, Rio San Juan y Miches por ejemplo) y cobrando aproximadamente 1,970 vidas en territorio dominicano en los poblados de Puerto Plata, Matancitas, Villas Julia Molina, Arroyo Salado, El Bajío, Río Boba, y algunas vidas en Puerto Plata, Santiago.
Don José nos dice que fue a bañarse al Charco de Toña Linga como le llamaban al balneario en el río Camú. El trampolín donde se subían los niños y jóvenes de aquella época para lanzarse al charco era una anacahuita milenaria. Un árbol de 10 metros de altura, d copa densa y follaje persistente, con hojas y flores blancas que se usan en medicina popular contra afecciones pulmonares. Por esos lugares también existían los históricos samanes donde los moradores pernoctaban para coger la brisa del valle.
Nos relata este hombre entrado en años que a eso de las 12.15 del medio día salió del charcoToña Linga al terraplén que había y cuando caminaba rumbo a la carretera de repente vio los árboles moverse para encima de él, hacia los laterales y algunas partes de la tierra agrietarse. Pensaba que el mundo había comenzado su fin. De repente se quedó impávido sin saber qué hacer. Salió corriendo dando gritos a puro pulmón pidiendo auxilio y buscando la carretera que tanto la había llevado a la abadía católica de la Vega. Cuando finalmente Don José llegó a la carretera, mas 60 personas de rodillas dándose en el pecho y pidiendo misericordia al Altísimo. Lo más terrible del caso fueron las réplicas de aquel terremoto que nos sembraba el pánico en aquellos lugares donde no había nada para ayudarnos como refugio, nos afirma uno de los sobreviviente de aquel terremoto.
Más de 1,100 replicas se reportaron en los meses siguientes. Cuando ese terremoto ocurrió, la República Dominicana no disponía de recursos humanos ni tecnológicos para localizar y medir la intensidad de los sismos. Todos los detalles técnicos referentes al terremoto del 4 de agosto de 1946 fueron transmitidos por vía telegráfica a las autoridades dominicanas desde las estaciones sismológicas localizadas en los Estados Unidos, Puerto Rico y Cuba.
La memoria histórica de nuestro país debe ser refrescada permanentemente para que estemos alerta y en capacidad de enfrentar eventos como este. En el año 1946 la población Dominicana no superaba los 3 millones de habitantes; en el día de hoy triplicamos esta población. También en ese año los edificios de más de 30 pisos. Esto acompañado de la existencia de un código de construcción que regule las edificaciones y que marque una normativa de ingeniería sísmica, nos hace más vulnerables que en esa época. Demás está decir que en República Dominicana no existe cultura de prevención de desastres, la que podría desembocar en una catástrofe de gran magnitud.
Recordemos que la Isla de Santo Domingo pertenece a la Placa del Caribe y que tiene dos fallas importantes que han acumulado energía, esto apunta a que en cualquier momento podríamos sufrir un terremoto similar al de 1946. Por lo que debemos hacer aprestos para nuestros planes de emergencia, establecer las rutas de evacuación de nuestros entornos, casas, escuelas y empresas, entre otros.
Que nos sirva este relato para estar aguzados y prevenidos de las catástrofes naturales que dentro de nuestro mundo histórico han sucedido sin que tengamos claro de que sacudirse de nuevo la tierra en estos entornos nos llevarían a un mundo mucho mas tétrico que el que vivió Don José y las marcas del terremoto de 1946 que las lleva como cruz no presupuestada en su existir.
Volvemos donde todo comenzó al escuchar con asombro el relato de Don José:
Dios es nuestro amparo y fortaleza,
Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida,
Y se traspasen los montes al corazón del mar;
Aunque bramen y se turben sus aguas,
Y tiemblen los montes a causa de su braveza. Selah
Salmos 46:1-3
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