Carlos Gómez Ruíz: a 50 años de la revolución de Abril

POR DOMINGO ROJAS PEREYRA

Asqueados de la tiranía trujillista, sus padres, Facundo Gómez Peralta (Paco) y Flérida Ruiz Moreno, como otras familias dominicanas abandonaron el país. Radicaron en Aruba, donde vivieron la actividad de la Segunda Guerra Mundial.  Facundo y Flérida, dedicaron pasión, tiempo y dinero a alimentar sus sueños de regreso a la patria libertada, tanto que él, por su entusiasmo llega a ser pieza importante en el Partido Revolucionario Dominicano. 

En Aruba, el 19 de noviembre de 1946, nace Carlos, su único varón. Lejos tenían que 19 años después, moriría su retoño, defendiendo gallardamente los ideales patrios de su padre, en un importante barrio de la ciudad de Santo Domingo, llamado San Carlos.

Sus progenitores le envían a La Haya, Holanda, a cursar estudios. Ahí, a los 15 años de edad se entera del ajusticiamiento de Trujillo y del pronto regreso de su padre al trabajo por la libertad absoluta de su pueblo. Urge Carlos con tanta insistencia, que Paco se ve compelido a ir a buscarle.

 En Santo Domingo, un lugar que no conoce, se entrega por completo a la causa de su ídolo, Juan Bosch, quien hace una campaña persuasiva y viril que cautiva. El muchacho no se le despega. Inteligente y decidido como era, conquista al maestro, tanto, que con el tiempo Bosch afirmaría, que: “Carlos Gómez Ruiz era el único genio político que conocía”. 

La campaña electoral de 1962, le encuentra donde quiera y en todas partes. Parece una esponja y su capacidad innata de hacer amigos le lleva al lado de los que mandaban en el PRD. En casa de Bosch, se le mimaba. El PRD gana las elecciones y Carlos maniobra para que Bosch, ya presidente, lo nombre Primer Teniente de la Policía Nacional. Ahí tiene contacto con las armas y con los hombres armados. 

Depuesto el gobierno de Bosch y Carlos da con sus huesos en la cárcel. Simula enloquecer y logra que lo trasladen al manicomio, de donde sale prontamente. Tan pronto salió del manicomio se marchó a Puerto Rico a acompañar a Bosch. Largas y solitarias las conversaciones con su maestro. Un día, Bosch le plantea que regrese al país clandestinamente, porque los de Santo Domingo no se deciden. 

Carlos acepta encantado. Parte con nombre y pasaporte falsos en un buque español, viene de “marinero”. Su padre va al muelle a buscarle. No puede traducir su emoción. De inmediato lo entrega a Nassim J. Hued y la clandestinidad cubre su activismo. 

Es marzo de 1965. En pocos días organiza en Los Mameyes un atentado contra la vida del presidente Donald Reid Cabral. No tiene efecto, porque el mandatario suspende el viaje al barrio. Tenaz, Carlos le persigue. Lo intenta de nuevo en las proximidades del Hipódromo Perla Antillana. Nueva decepción. El presidente se cuida.

Estalla el 24 de abril. Carlos y su comando agitan la ciudad al canto de los disparos de sus armas. La protesta nacional fue inmediata y viril. El PRD se lanza a la lucha abierta desde el primer día. No hay tregua. José Francisco Peña Gómez da el pecho y encabeza la agitación por la radio y personalmente. José Rafael Molina Ureña, se mimetiza y penetra las hendijas militares, acompañado de Leopoldo Espaillat Nanita. Convulsionan las organizaciones de los trabajadores. Eugenio Mota Contín acaramela por radio la palabra de fuego. 

La llegada de este muchacho mueve todo, tanto, que Molina Ureña, artífice de la conspiración, le llama: “El Látigo de la Revolución” y Peña Gómez: “La chispa que encendió la Revolución”. Los campamentos “16 de agosto y 27 de febrero” se sublevan. El Capitán Peña Taveras, acompañado de un grupo de sargentos, hace prisionero al Jefe del Ejército Nacional, General Marcos Rivera Cuesta. Y Peña Gómez, desde Tribuna Democrática, que de nuevo funciona, anuncia la caída del Triunvirato y llama al pueblo a la calle, a respaldar la acción de los militares constitucionalistas. Reid Cabral calla por la fuerza a RTVD, pero por poco tiempo… 

Carlos Gómez Ruiz, recluta su comando, el primero en salir a la luz, porque este niño mártir, de apenas 19 años había inventado ese tipo de organización y la puso en práctica, cuando hace contacto con el Capitán Peña Taveras a quien visita en “El Polvorín”. Recibe armas del Capitán y luego se traslada a la jefatura de Estado Mayor de la Marina, donde Le entregan un camión cargado de armas y pertrechos que reparte en Ciudad Nueva esa misma tarde. 

Fue la noche inquieta. Pero sólo inquieta. Carlos duerme en su casa de la calle Dr. Báez, a tan sólo cien metros del Palacio Nacional. Al amanecer ¡alerta! Atentos a la comunicación con Peña Taveras. La Aviación Militar Dominicana no se rinde. No obstante la presencia de Donald Reid, que como prisionero ocupa una habitación del Palacio Presidencial, bombardea con cohetes y ametralla la edificación. Luis Manuel Bordas Hernández, alias Manolo, un dominicano residente en Puerto Rico, que tomó parte de la abortada invasión de Cayo Confites y manteniendo una activa militancia antitrujillista, era miembro de la conjura perredeísta. 

Ese día está en casa de Quico Pichirilo, e ideó, que si se llenaba de gente el frente del Palacio, los pilotos suspenderían el genocidio. Manolo llamó a Peña Gómez, se trasladó a la verja del Palacio y arengando a los presentes y poniendo el ejemplo, se marchó a las escalinatas del Palacio. Como el Flautista de Hamelín fue seguido por todos. Por poco lo mata una bala disparada por un avión, porque evidentemente, estaba equivocado, no sabía con quién trataba. Carlos estaba presente, siempre fue dueño del escenario, su carisma conquistaba. La noche recogió el cansancio de todo el mundo.  

La mañana del 27 de abril trajo sorpresas y espanto. Los americanos habían resuelto invadir al país, en nombre de la protección a los suyos, amenazados de muerte por las “Hordas comunistas triunfantes en las calles de Santo Domingo”. Los militares constitucionalistas enterados de la ocurrencia, tocan la puerta de la embajada norteamericana. Se las abren con desdén. De nuevo la aviación bombardea Palacio y sus ocupantes optan por refugiarse en el primer piso. 

Se entera el presidente Molina de que su base militar le abandona. (Se fueron a la embajada sin avisarle). En medio del bombardeo le ordena a Leopoldo Espaillat que le llame a Caamaño a la embajada. Sube el hombre y logra la comunicación con la embajada. Quien coge el teléfono le dice que espere, que va por el coronel. Tarda tanto el emisario, que Espaillat resuelve volver al refugio a guarecerse. Al bajar ¡oh sorpresa! el coronel Caamaño daba su presencia. Vino a buscar al presidente para que participara en las conversaciones que los militares sostenían con el embajador Tarplet Benett.

En la Embajada Americana pasó este curioso incidente. Cuando salía el grupo, un funcionario de nombre McKleen les dijo preguntando: ¿Qué hacen ustedes aquí, si en el puente se está peleando? Los que quisieron le oyeron, los que no, no. Al rato, Caamaño comandaba la tropa en el Puente Duarte. Carlos Gómez Ruiz y su comando, que le seguía, estaban por ahí. Evidentemente durmió por los alrededores, porque esa noche no pernoctó en su casa. ¡A Mckleen lo trasladaron a Corea!

El 28 de abril, ataques norteamericanos del alto de casas de dos pisos y cañones que cruzaban la calle se desplazan por Santo Domingo. Pero el pueblo vive. La vuelta a la constitucionalidad sin elecciones no se detiene. Truena la Marsellesa hasta que Aníbal de Peña escribe el Himno de la Revolución que sale al aire y con sus letras patrióticas y su música pegajosa llama, “a luchar, a luchar, que empezó la revolución, a imponer los nobles principios que proclama la Constitución”. 

Esos versos con la alusión a Duarte, Sánchez, Mella y Luperón, recuerdan en el corazón de los combatientes la oración escrita en el frontispicio de la Puerta de El Conde: “Dulce y decoroso es morir por la Patria”, ¡Y cuánta gente con decoro murió! Ya las tropas regulares han recuperado el edificio del Palacio, pero no el mando. El mando lo tiene Caamaño convertido después del tropiezo de la embajada en el gladiador irreductible. 

La situación es tal que para hacer retroceder al pueblo habría que cometer un genocidio como estuvo a punto de suceder, de no ser por un grupo de intelectuales americanos que se dirigieron al Presidente Johnson y le persuadieron para que no lo hiciera. Peña Gómez, movió esa tecla. 

Carlos, se va a las inmediaciones del Parque Independencia y con su comando aborda un jeep que le lleva en patrulla de reconocimiento por San Carlos, en busca de la identificación de la situación de Palacio, abandonado el día anterior por el Presidente Molina Ureña. Sube al jeep con su carga patriótica por la calle “16 de Agosto”, se detiene en la calle Imbert donde se desmontan sus ocupantes. Caminando en fila india llegan a la calle 30 de Marzo y en la esquina Abreu, se dividen las opiniones. Baltasar Jiménez, el mayor del grupo, sugiere seguir la Abreu y torcer por la Trinitaria hacia el oeste, para poder desplazarse pegados a las paredes de las viviendas. 

Por el contrario, uno de los hermanos León expresa que hay que seguir por la 30 de Marzo, que es un cobarde quien no lo haga. Primó la fanfarronería juvenil. No más llegar a la intersección de La Trinitaria, una ráfaga aleve alcanza a Carlos y a Los León. Carlos muere al instante, los dos heridos son arrastrados hasta cubrirles y llevarlos al hospital Padre Billini donde fueron operados. El cadáver de Carlos queda expuesto en la calle. En la mano tenía una metralleta y en el cinto una pistola. Mientras pasó el tiempo, y algunos jóvenes imprudentes, deseosos de armarse para pelear, murieron en el intento de apoderarse de ellas.

 Su padre compró un modesto ataúd y logró recoger sus restos, los habían rociado con gasolina, pero ni el fuego ni los gusanos pudieron acabar con ese indómito. Caamaño es juramentado como Presidente de la República, en una Asamblea Nacional celebrada en la Puerta del Conde. Frente a esta situación tan desagradable, Eugenio Mota Contín llama a Peña Gómez, se entrevista con él, le cuenta lo que ocurre y le pide que llame a Bosch a Puerto Rico. Así se hace. Peña informa, y Bosch con el rostro fruncido, da la callada por respuesta.

                         En el panegírico ante los restos de Oscar Santana, Peña Gómez expresa lo siguiente: “ …Carlos Gómez Ruiz, el joven que organizó los grupos armados clandestinos del Partido Revolucionario y que murió más tarde en la Avenida México peleando como un héroe contra los opresores de nuestra nación, recibió su eficaz colaboración. Él estuvo en las reuniones con el Coronel Peña Taveras, él fue chispa inspiradora de la revolución, él pasó junto a la juventud perredeísta aguardando la hora en que los militares constitucionalistas se decidieran a actuar para salvar la República. Cuando algunos de sus compañeros dudaban, él tuvo fe y su simpatía natural le granjeó el cariño y la confianza de todos los que tuvieron la dicha de conocerlo. 

De Carlos Gómez Ruiz y de él, se puede decir, que en ellos se confundieron en una sola, la bandera verde y negra del catorcismo, símbolo del dolor y la esperanza de nuestro pueblo, y la bandera blanca del perredeismo, símbolo de la pureza y el amor de los dominicanos patriotas. A ellos les estaba reservado en su destino, como meteoros fugases, perderse en la noche sin luna de la muerte. Ellos fueron dos abanderados de la revolución que sellaron con su sangre su amor a la libertad. 

Quién iba a pensar que aquellos muchachos entusiastas, valientes, decididos, llenos de fe y optimismo iban a rendir tan a destiempo las jornadas de la vida. Pero eso es la guerra, altar donde se juega la vida, donde se conquista la gloria y donde se encara la muerte…” No conocía esta tierra. Y vino a morir en ella y por ella. ¡En qué circunstancias! ¡Carlos Gomez Ruiz, mártir de abril!

drojaspereyra@yahoo.es

Carlos Gómez  Ruiz.
Carlos Gómez Ruiz.
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