Cafecito patriotero

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EL AUTOR es comunicador. Reside en Santo Domingo.

 

Quizás ninguna palabra recoja tanto del espíritu contemporáneo como esta: propaganda. En un solo haz junta toda una gama de lugares comunes presentes en el vivir moderno; desde el anuncio, publicidad, solicitud, invitación… hasta otros como orientación, doctrina, engaño, control.

 

Cae de lleno, a partes iguales, en los campos de comercio y de la política. En uno, para vender mercancía; en el otro, para vender ideas. Con lo que se produce un curioso trastrueque de funciones: la propaganda comercial trata de crear ideas alrededor de una mercancía; la política hace mercancía de las ideas. La operación psicológica y la motivación resultan en el fondo las mismas.

 

La propaganda se ha mudado al mundo virtual, o sea, ha viajado como una nuez formada de cáscara que no es real y los que viven como esclavos de ese mundo responden como almacigo sin corazón a la misma propaganda… marchan sin cerebros, porque su mundo no es lo real… es el mito y el espejismo de las cosas que suelen darse en ese mundo fantasmagórico. De cada cien que se convocan en el mundo virtual sólo tres aparecen en el terreno real. 

Por tal razón, en organizaciones políticas las afirmaciones: «tengo 400 inscritos, líder y al evento aparecen 10 personas, para ser juramentados es un prueba calamitosa de lo que es la propaganda virtual en nuestros medios. Es un fenómeno que se está dando hoy día en todos los lugares… solamente sacan ganancias los que dicen tener proyectos y como cepillos de iglesia tratan de trasquilar al «líder» (como les gusta esa palabrita a los sicofantes) con miles de proyectos que en consecuencia no dan ningún resultado a la larga.

 

El concepto se entiende mejor diferenciándolo de su pariente próximo: la convicción. Esta apela al raciocinio con argumentos de peso intelectual; aquella en cambio soslaya el juicio para dirigirse a los centros motores del instinto. Una emplea los recursos de la lógica para destacar una verdad; la otra se vale de los apetitos y las pasiones para inculcar lo que a menudo es una mentira. En este sentido se ha invertido el término… muchos políticos que no tienen luz propia como ciertas mercancías que no sirvan para nada argumentan su existencia poniéndose el traje político de quien otrora fue grande o la propaganda comercial se agarra de una pasta dental famosa, porque la que anuncian no tiene calidad como la otra…

 

El sonido, el color, el sexo, la condición social, el temor, la venganza, el deseo de felicidad, entre muchos más, son los resortes que comúnmente se utilizan para ejercer acción sobre el arbitrio. De esa manera se presenta a los ojos el instante de un beso protegido por la seguridad de un desodorante; o por los oídos la musiquilla pegajosa que recuerda una marca de cigarrillos; o a las emociones en conjunto, las insignias, himnos, y banderas de cualquier movimiento redentorista. Porque hay tantos lobos que quieren ser ovejas y tantos Judas que desean ser redentores…

 

La repetición constante del jingle o del slogan escogido es uno de los procedimientos de mas efectividad. Bien sea algo que habla de las bondades de una pastilla contra la acidez estomacal, o de un refresco de soda, o bien de cosas tan diferentes como la restauración de un imperio, la superioridad racial de los arios o la de los dominicanos, o el «benefactor y padre de la patria nueva»; o «por ahí viene llegando el nieto… el liiiiiiiiider», ¿será que no tienen luz propia?, esos patrioteros de dulce jalao.

 

Todo eso pertenece al dominio de la propaganda. Y todo, sea en lo comercial, sea en lo político, responde invariablemente a un plan de índole psicológica dirigido a producir determinados efectos sobre la personalidad. Efectos inductivos que se han de traducir en formas ya previstas de conducta. La autonomía individual se inhibe sin que el sujeto se dé cuenta. Deja de pensar y discurrir por sí mismo. Se obnubila y se convierte en un idiota. Se nutre intelectualmente de una dieta que le han preparado en los laboratorios de la propaganda organizada. 

Como dice el legendario Hatuey De Camps Jiménez le dan un emparedado envenenado. Su mente va abdicando gradualmente de la responsabilidad de decidir y se deja guiar por los trillos que una inteligencia ajena le ha trazado y puesto delante. De repente la propaganda comienza a funcionar y usted lo escucha gritar lo que antes no gritaba como un lacayo e idiota patriotero: ¡El liiiiiiiiiider! ¡Qué carajo liiiiider! En circunstancias extremas, se llega a eso monstruoso que el argot político ha llamado lavado cerebral.

 

La propaganda se manifiesta principalmente por los medios comunicativos de la tecnología; Facebook, Twitter, radio, televisión, prensa, cine. El gusto y el discernimiento van así quedando poco a poco a merced de las dirigencias mercantiles o políticas. Se canta una canción o se elige un candidato según los dictados más o menos sutiles de la propaganda.

 

El caso de la prensa es de los más interesantes. La forma en que se presentan las noticias, la que se lleva a cintillo, la página, la información que se destaca y la que se retiene, lo que se menciona y lo que se calla en el editorial, tienen siempre relación directa y apreciable sobre eso tan voluble y tan real a la vez que es la opinión pública.

 

¿Qué hacer, sin embargo, ante un hecho inescapable como este? la propaganda es un medio, no se olvide; su bondad o maldad depende del uso que de ella se haga. Como esas drogas que pueden  curar o matar según la dosis con que se administren. Pero, sea como fuere, plantea al hombre moderno el gran conflicto de la civilización: ¿persona o unidad?, ¿individuo o pieza? ¿sanitario o flotante? ¿Ser consciente o instrumento? ¿En qué carril te encuentras hoy día?

 

A los pichones de tiranos les gustan los hombres unidad; los hombres y mujeres pieza, los flotantes, los instrumentos, porque saben muy bien que ya les ha funcionado el lavado de cerebro.

 

Si hemos de creer en la filosofía humana que, aparte otras fuentes, recibimos del cristianismo, el hombre es sólo hombre cuando conserva intactas las facultades interiores que gobiernan sus decisiones. Y si se aspira a ese ideal, que es en verdad el más alto que puede concebirse en el nivel terrestre, hay que vivir perennemente en guardia para mantener la soberanía del pensamiento, y de la voluntad, frente al reclamo insistente y en veces hipnótico de la propaganda. De esa forma nos libraremos de los idiotas patrioteros que caen en las consignas, ¡El Liiiiiider!, porque la propaganda les extirpó el cerebro si es que alguna vez lo tuvieron…

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