Breve historia del baño diario y la higiene personal
Por: HECTOR SILVESTRE HIJO
En el mundo civilizado de hoy el baño diario es visto como algo muy común, normal y hasta en cierto modo indispensable. La higiene personal es el concepto fundamental a la hora de hablar de aseo, limpieza y cuidado de nuestro cuerpo. Pero todo esto no siempre fue así.
Los antiguos egipcios y hebreos ignoraban la existencia del jabón. En su lugar usaba una arcilla espumosa para higienizar el cuerpo.
Tanto en Egipto, como en Grecia y en Roma el baño adquirió implicaciones de carácter religioso, de poder y riqueza. Los faraones, reyes y emperadores usaban desde leche de cabra hasta los más finos aceites y cremas para el cuidado de la piel.
Sin embargo algunos griegos detestaban el baño ya que, según ellos, el aseo personal era símbolo de debilidad y flaqueza. A pesar de ello los helenos rindieron honor a la diosa Higía, protectora de la salud y la limpieza, y de cuyo nombre deriva la palabra «higiene».
En la antigua Roma la cultura del baño alcanzó gran significación. Los emperadores romanos llegaron a construir baños públicos, llamados las termas romanas, donde podían juntarse entre 2,500 y 3,000 personas por día. Estas asombrosas instalaciones disponían de agua fría y caliente, masajistas y cremas perfumadas.
Las cosas empezaron a cambiar a partir de la Edad Media. Con la expansión de las grandes pandemias y enfermedades se pensó que el agua era el transportador por excelencia de las infecciones. Los muy concurridos baños públicos empezaron a desaparecer.
A partir de aquí surge el baño «en seco», que consistía en pasarse un paño seco por las partes más expuestas del cuerpo, cara, brazos, etc.
A esto se le sumo la actitud de la Iglesia hacia el baño, ya que los más connotados líderes religiosos consideraban el aseo como «un lujo innecesario y pecaminoso».
Con el fortalecimiento del cristianismo, el baño fue abandonado casi por completo en toda Europa.
Paradójicamente el Renacimiento no le puso interés al cuidado del cuerpo e higiene personal.
En 1492, como resultado del primero de tres viajes de Cristóbal Colón, se produjo un choque de civilizaciones que cambiaria el transcurso de la humanidad. Cuando Colón y sus subalternos llegaron al «Nuevo Mundo» una de las primeras cosas que observaron en los nativos era su amor por la naturaleza y por el baño diario en las zonas donde había agua.
A pesar de que eran vistos como inferiores, Hernán Cortés no pudo disimular su asombro por la higiene en el recién «descubierto» Continente.
Diego de Landa, misionero español, observó que en el sur de México «los indoamericanos se bañaban mucho y que eran amigos de buenos olores y que por eso usaban ramilletes de flores y yerbas olorosas…»
Landa también contempló, con notorio asombro, que «los indoamericanos se lavan las manos y la boca después de comer». Costumbre casi inexistente en el Viejo Continente.
Cuando los informes llegaron a España la reina Isabel dicto la siguiente orden: «No deberán bañarse con tanta frecuencia como hasta aquí lo han hecho porque, según nuestros informes, les causa mucho daño».
Vespucio registro sobre las nativas lo siguiente: «No tienen nada defectuoso en sus cuerpos, hermosos y limpios…»
A pesar de todo la pobre y escaza higiene europea fue motivo de preocupación para muy contados pensadores de la época, entre ellos el filosofo y político francés Michael de Montaigne, cuando, entre otras cosas, escribió: «Estimo que es saludable bañarse, y creo que algunos defectos de nuestra salud se deben por haber perdido la costumbre, generalmente observada en el pasado, de lavarse el cuerpo todos los días».
Entre los siglos XI y XII los árabes llevaron a España, y luego a Italia: el PERFUME. Que, aunque inventado miles de años antes, había desaparecido de Europa a partir de la expansión del cristianismo a raíz de la caída del imperio romano.
La llegada del perfume a Europa fue todo un éxito comercial. A medida que disminuía el interés por el baño aumentaba la demanda del «nuevo» líquido aromático para disimular los malos olores del cuerpo. Mientras más fuerte y potente el perfume, mejor!
Luis XIV de Francia se bañaba únicamente por recomendaciones de su doctor. En esos tiempos las damas más entusiastas del aseo se bañaban, como mucho, dos veces por año. «El hombre debía oler a aguardiente, sudor y tabaco» era un refrán popular de la época.
Durante el siglo XVI los médicos creían que al agua, y muy en especial el agua tibia, debilitaba los órganos y dejaba el cuerpo humano expuesto a las enfermedades más contagiosas.
Los franceses consideraban el baño una actividad poco saludable. El Palacio de Versalles, construido entre 1661 y 1692 bajo las órdenes de Luis XIV, uno de los complejos arquitectónicos más impresionantes de Europa, no tenía un solo baño.
Al final los europeos se llevaron gran parte del oro Americano, la higiene y el baño diario.
jpm