Baní y la casa del tamarindo
Vivía con mis padres Fabio y Loló en Baní y en la principal esquina el pueblo. Era la esquina noreste formada por las calles del aquel entonces Presidente Trujillo y José Trujillo Valdez y hoy con sus nombres de Duarte y Sánchez, como debía de ser.
En esa esquina, en una añeja casa de madera techada de tejas de barro cocidas al horno y de procedencia italiana, mis padres poseían un negocio de abarrotes y otras variedades de regalos y artículos para el hogar. El poco movimiento durante determinadas horas del día le permitían a mi padre dedicarse a la lectura, lo cual le apasionaba y era una herencia de su familia de profundas raíces intelectuales.
Mi madre estaba dedicada a sus actividades hogareñas. A mediados de la década de 1940 instaló un rentable negocio de forrar hebillas y botones. Desde 1948 mi padre se desempeñaba como corresponsal de El Caribe, que se había comenzado a publicar el 14 de abril de ese año. Además era el presidente del directorio provincial del Partido Dominicano.
Crecí en ese ambiente viviendo frente al parque y la Iglesia parroquial, lo cual me permitía ser testigo de las ceremonias religiosas más diversas. Llegué a ser testigo desde bautizos, misas solemnes, bodas y fallecimientos hasta las celebraciones anuales de las fiestas patronales de Nuestra Señora de Regla.
Como niño nos introducíamos a la vida de los adultos por el ingrediente que la esquina de mi casa era la preferida de los amigos de mi padre para disfrutar de una peña vespertina. Esta permitía estar al tanto de todas las noticias del pueblo, con el sazón de los chismes locales y saber de los acontecimientos nacionales de la política y quién podría ser nombrado por el dictador de entonces. Era la época que el mundo estaba convulsionado por la sangrienta II Guerra Mundial. Esta era motivo de los más diversos comentarios y análisis del desarrollo de la contienda.
Fui testigo en abril de 1949 de los preparativos para celebrar el centenario de la batalla de Las Carreras, en la misma comunidad a orillas del río Ocoa y unos 20 kilómetros al oeste de Bani. Mi padre fue el presidente del comité organizador, y por tanto, pese a mi corta edad, fui testigo en mi casa de los preparativos y planes de las celebraciones para ese 21 de abril.
Ese fue el escenario de la verdadera batalla con el enfrentamiento de los ejércitos de los dos países del período de 1844 a 1849. Las armas dominicanas alcanzaron una victoria de verdad contra sus rivales haitianos.
Trujillo organizó para esa magna ocasión un operativo que abarcó un concurso literario acerca de la efemérides, inauguración de un majestuoso monumento y unas maniobras militares con fuego real a orillas del río Ocoa. El primer premio del concurso literario le correspondió a mi tío César Herrera y una mención honorifica recibió el trabajo de mi padre acerca de los aspectos económicos del evento.
La concurrencia disfrutó del despliegue de fuego del ejército dominicano en especial por las actuaciones de las baterías de cañones de diversos calibres. Las compañías de soldados realizaron diversas maniobras para el disfrute del dictador y su amplia comitiva y de los asistentes que desde lejos contemplábamos el ejercicio militar. Para mi fue impresionante contemplar y escuchar el tronar de los cañones y los disparos de fusilería con el desplazamiento de los soldados que a rastras ocupaban las posiciones asignadas con el desalojo de las tropas enemigas.
Nuestra casa en la esquina ya mencionada estaba ubicada en un solar bastante grande en donde existían en el patio numerosas matas de frutas que en las épocas de estación nos permitían disfrutar de sus frutos. Así había una mata de tamarindo frondosa y alta que con su sombra nos permitía disfrutar del fresco; luego estaba la mata de jobo con un ramo que como un puente cruzaba un espacio de tres metros, descansaba sobre el techo de la cocina y era el deleite para cruzarlo. También había matas de hicacos, cereza, cajuil, limoncillo, granada y las flores que cultivaba mi madre en el resto del patio.
NOVEDAD
Mis instintos de ingeniero constructor ya estaba en ciernes puesto que aprovechando la mata de tamarindo decidí junto con mis amigos del barrio construir una casita en el sitio en donde varias ramas de la mata se separaban y permitían emular las casas en los arboles que uno veía en las películas de Tarzán en el cine Enriqueta de nuestro pueblo.
Al tener mi padre una ferretería aproveché su condescendencia cómplice en aceptar que utilizara los clavos que necesitaba para asegurar la madera que sobraban de las cajas de los pedidos que llegaban. También aprovechaba restos de madera de un almacén que había tenido mi padre en la época de la II Guerra Mundial.
La casa del tamarindo fue una novedad en el barrio del centro de Bani y junto a mis amigos la disfrutamos por varios años. En tiempo de vacaciones subíamos a leer, compartir sueños, hablar de los juegos de pelota cubana o de las novelas radiofónicas que se escuchaban en las emisoras de Cuba en los primeros años de la década del 50 del siglo pasado.
Pero con el avance de la edad y de los estudios para marchar a la universidad, la misma fue abandonada. Me dejó un gran recuerdo junto a los amigos que a estas alturas de nuestras edades la recordamos en una añoranza normal para esa condición.
Fue la época que conocí a Armando Almánzar Rodríguez, cuyo padre era inspector de educación en Bani y vivía frente a mi casa por el lado norte de la Trujillo Valdez. Ya desde esa época Armandito se perfilaba como un fanático de las películas.
Me acuerdo que llevaba en una libreta de contabilidad sencilla de dos columnas las películas que él iba disfrutando. En un riguroso orden alfabético las iba insertando en su libreta. Páginas más páginas de esa primera libreta las iba llenando y se complacía en narrar las escenas principales de las mismas. Con su memoria prodigiosa se acordaba perfectamente de las escenas y trama de esas cintas incluyendo las mejicanas del montón.
En la casa del tamarindo compartíamos con los demás amigos del barrio las vivencias de Armandito con las películas. Esto se interrumpió cuando a mediados de la década del 50 su padre fue trasladado a Azua. Los demás amigos en tiempo de vacaciones disfrutábamos de la casa ya que mis padres me habían impuesto un horario para que no descuidara los estudios de intermedia y los primeros cursos de la secundaria.
La obra de ingeniería del árbol en el tamarindo se completó con otra nueva obra. Se me ocurrió la idea de excavar un túnel al pie de la mata. Tan solo con una coa y un pala preparé un pozo de unos seis pies de profundidad y de un diámetro de cuatro pies. Longitudinalmente excavamos con mis amigos un túnel de unos dos pies por dos pies y diez pies de largo lo cual fue para todos nosotros una gran hazaña.
En ningún momento pasó por nuestras mentes el riesgo que corríamos en caso de un derrumbe por la naturaleza del terreno banilejo de aluvión con mucha grava y arena. El túnel duró por varios años hasta que un huracán en 1954 aportó un volumen apreciable de lluvia que inundó a todo Bani y en consecuencia el techo del túnel colapsó con un gran estrépito.
El patio de mi casa en Bani fue territorio muy apreciable en mi etapa infantil de mi vida banileja. Hasta una vez apenas con ocho años se me ocurrió llevar cabo un programa de excavación de zanjas para imitar a las que se hacían en las calles del pueblo durante la instalación de las tuberías del acueducto que construía la empresa constructora norteamericana Lock Joint Pipe. Para 1947 ya Bani estaba de fiesta al disfrutar de agua en tubería y se inició la eliminación de las detestables letrinas que a muchos nos producía un estreñimiento crónico.
Indudablemente esas manifestaciones de mis inquietudes por la construcción se comenzarían a manifestar cuando pude iniciar mis estudios de ingeniería civil en 1956 gracias a los sacrificios de mis padres y al gesto de un gran amigo de la familia, el señor Lorenzo García López, ya fallecido. De esa manera pude iniciar esos estudios, luego de un accidentado final cuando estuve preso en 1960 por razones políticas. Creí que no podría concluir mis estudios.
LABOR PROFESIONAL
Estuve preso en la cárcel de la 40, pero finalmente gracias a los esfuerzos de mis familiares, en especial los de mi tío Rafael Herrera, pude completarlos para iniciar en 1962 una activa vida profesional. Participé en la ejecución de importantes obras esenciales para el desarrollo.
Así participé en la construcción del acueducto Haina-Santo Domingo con sus ramales de la calle Nicolás de Ovando y Avenida México. Por igual participé en la principal construcción que se inició en el país en 1969, que fue la planta metalúrgica de ferroníquel Bonao. Tuve una participación muy activa con la empresa inglesa que el profesor Juan Bosch contrató para llevar a cabo una serie de obras cuando asumió la presidencia en febrero de 1963. Incluso durante los acontecimientos bélicos de 1965 los trabajos no se interrumpieron para colocar la tubería del acueducto Haina-Santo Domingo. En julio de 1966, el agua desde el río Haina llegaba a la calle 30 de marzo.
Lo que comenzó como una travesura y sueño infantil de construir una casita en una mata de tamarindo en 1950, culminó en una carrera de ingeniero civil con muchas realizaciones para beneficio del país. Hace unos cinco años que me retiré para poco a poco dedicarme a lo que me apasiona con la escritura, ofreciendo destellos para una vida más útil a la sociedad.
ECOS DEL VALLE
Mi vida profesional dedicada al ejercicio de la ingeniería civil se entrelazó fuertemente con mi pasión, mi verdadera profesión, que era escribir como parte de esas raíces que llevo en mis genes procedentes de mis progenitores para sacar a relucir mis raíces intelectuales. Al lado de mi casa estaba la imprenta Ecos del Valle, perteneciente a la familia y estaba normalmente bajo la dirección de uno de mis tíos o de mi padre.
Por tanto crecí junto a la imprenta, y como niño, era un visitante molestoso cuando no pasaba de los seis años. Muchas veces alguno de los trabajadores me tomaba de un brazo y me llevaba a mi casa para entregarme a mi mamá para que no fuera a perturbar el trabajo en la imprenta. Eso incluía la preparación semanal del periódico Ecos del Valle. Este era muy popular en el pueblo por las informaciones y artículos de interés que se publicaban, las poesías de intelectuales banilejos ocupaban un lugar muy especial en alguna de sus ocho páginas.
Las informaciones deportivas se les daba un tratamiento muy especial ya que mi tío Luis María, que murió en 1947, dirigió el semanario por varios años, fue un gran deportista patrocinando equipos de beisbol junto a Vinicio Pimentel, destacado pelotero que era su compañero de trabajo.
Mientras crecía al lado de la imprenta la visitaba cada día para ver los empleados en sus faenas, mientras yo iba aprendiendo. Ya con once años me inicié como tipógrafo para ayudar en la preparación del periódico. Aprendí en las tardes a preparar las galeras y en las cajas para ir preparando el texto con la inserción de los tipos elegidos que eran de plomo para el artículo o la noticia que se iba a publicar en la edición semanal del periódico.
La herencia intelectual brotó impulsado por mi padre y por Quírico Valdez y Vinicio Pimentel para que escribiera las noticias deportivas. Así me convertí en redactor, de manera que tenía que asistir a las competencias para preparar las noticias sobre esos eventos. Con más edad, y antes de irme a la universidad para iniciar mis estudios de ingeniería, comencé a escribir artículos de opinión muchos inspirados en mis lecturas de las obras de José Ingenieros, Ortega y Gasset y José Enrique Rodó. Allí inicié tímidamente mi sueño de ser articulista en los medios de comunicación, a los cuales me consagré a partir de 1970 en el Listín Diario y luego, por varios años, en Ultima Hora.
JPM