Balaguer: ¿Con o sin razón?

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

Los desobedientes podrían tocar merengue a orillas del Yaque y flamenco en el Guadalquivir. El fandango se baila en Andalucía y en Huelva. En el Grijalva Miguel Aceves Mejía canta la Malagueña, que es de Méjico. No alcanzo a comprender cómo se sentiría el río Duero sin el poema de Gerardo Diego. Veamos una estrofa:

 

«Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja, nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Indiferente o cobarde la ciudad vuelve la espalda. No quiere ver en tu espejo su muralla desdentada. Tú, viejo Duero, sonríes entre tus barbas de platas, moliendo con tus romances las cosechas mal logradas».

 

El recordado profesor Juan José Estévez, que iba al rio Yaque a cazar tórtolas con plumas plateadas y picos de marfil, fue tan preferido en mi época de estudiante como la profesora doña Rosa Sméster en tiempos del alumnado del ilustre autor de la obra «Yo y mis condiscípulos».

 

Alguien diría frente a esta encrucijada sin tener que cruzar el río que es pasión o inquietud de poeta o tal vez debilidad generacional. Yo prefiero, en cambio, ver desde el monumento de Santiago el enigma del amanecer despuntando virginal por una hendija de la cresta del Diego de Ocampo.

 

La distinguida profesora Sméster, en su pasión por la poesía, no tuvo que ir al Duero a aprender literatura ni tampoco bailó flamenco en Andalucía a orillas del Guadalquivir. Empero, su discípulo Joaquín Balaguer bajaba de niño al río a oír el canto del ruiseñor y en sus orillas imaginó escuchar un recital de Borges en voces encandiladas. Veamos unas estrofas del poema «El ruiseñor y la rosa»:

 

«Canta, pájaro tierno, tu esperanza de primavera al rutilante sol, que allí está mi vivir y mi bonanza y es de su luz traslado mi arrebol. Cuando me agoste el fuego del estío mi espíritu los aires cruzará y el perfume tímido, amor mío, a tu marchito pico llevará. Y al soplar de las brisas de otro mayo florecerá mi amor y dulce bien y pálida luna con su rayo te alumbrará en un árbol del Edén».

 

Lo prodigioso de la enseñanza sobre literatura impartida por la ilustre profesora Sméster fue que su aula parió sus frutos portentosos en una de las ramas gloriosas y discretas de su discipulado. Fue el joven Balaguer que se dio un chapuzón de ilusión y premiada su poesía de juventud en las mismas aguas del río Tajo en la que se sumergió Antonio Machado cuando escribió su poema «Anoche cuando dormía»:

 

«Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que una fontana fluía dentro de mi corazón. Di: ¿Por qué acequia escondida, agua, vienes hasta mí, manantial de nueva vida en donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía soñé ¡bendita ilusión! que una colmena tenía dentro de mi corazón y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas, blanca cera y dulce miel».

 

Me da por entender que Balaguer había leído a temprana edad la obra «Madame Bovary», en la cual el escritor francés Gustavo Flaubert mantuvo en esta obra de manera morbosa un contenido sobre la moral de las letras. El prestigioso intelectual dominicano expresó en aquel momento de su hermosa juventud, que «…la peor obscenidad en que el autor podría incurrir sería la que recayera sobre el fondo de la obra y no sobre  las palabras».

 

Parecería que el poeta y literato y autor de la obra citada, comentada en este trabajo, era un abanderado de lo que el prestigio novelista y ensayista francés Albert Camus con tanta autoridad consideró: «Un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo».

 

Balaguer mantuvo y sostuvo brillantemente en sus narraciones literarias un respeto debido de las reglas de urbanidad y las buenas costumbres que Roberto Rosellini advierte y que el escritor santiagués y antillanista con iluminada modestia conservó estupendamente: «La búsqueda de la humildad es lo más importante, especialmente si quieres edificar una ética, si quieres alcanzar una cierta moral».

 

El autor del libro «Yo y mis condiscípulos» se mantuvo en todos sus escritos narrativos y en su obra poética discretamente distanciado de la zafiedad. Castiga este estilo diciendo que «en las narraciones de nuestros días no sólo se usa sino que se abusa de esos términos». Y continúa revelando en esta magnífica obra: «Muchas veces se emplean (vulgaridades) para hacer las narraciones de las cosas no solo más realistas sino también más picantes o para dotarlas de mayor sentido humorístico».

 

Sin embargo, Henry M. Brito, conceptualizando sobre el estilo, dijo: «El estilo en la lengua española es una herramienta indispensable para la persona que narra o escribe un suceso o una historia. El estilo es muy utilizado para dar forma a lo que se escribe».

 

Se habla, por otro lado, del realismo mágico del premio Nobel Gabriel García Márquez, en su libro «Cien años de soledad», con su fascinante imaginación y su acritud y también de otras de sus grandes narraciones como «El otoño del patriarca» y la estupenda novela «El coronel no tiene quien le escriba».

 

No obstante, para realzar el uso abusivo de la vulgaridad Balaguer nos trae certeramente, a manera de ejemplo, la novela «Maluco», del escritor uruguayo Napoleón Baccino Ponce de León. Me permito sólo reseñar unas cuantas líneas de esta nueva novela histórica del siglo XIX que aparece en la obra objeto de estudio:

 

«¡La muerte es hembra, os digo! Que no sabéis que es infiel y traicionera. Que con cualquiera se abre de piernas. Que os promete una vida mejor y os da polvo, gusanos y mierda».

 

Balaguer no hace referencia ninguna a las narraciones vulgares de James Joyce, como el «Ulysses», la otra novela «Piotr, el letón», de Georges Simenon y «En busca del tiempo perdido»,  del ensayista y novelista francés Marcel Proust, tres grandes novelas vulgares. Daniel Turvan nos habla de este tipo de novelas:

 

«No es que lo que se dice en una novela vulgar no pueda ser tan interesante como lo que se dice en una novela más compleja. En muchos casos seguros que es más interesante, porque el que una novela sea compleja no implica que también sea interesante. Pero la característica importante de este tipo de novela, de las novelas simples, sencillas o vulgares, entre las que se incluyen casi todos los bestsellers, es que las cosas se dicen sólo de una manera».

 

Empero, el prestigioso escritor dominicano señala: «El uso, no ya de la lasciva sino de la vulgaridad, es decir, de voces que se evita emplear salvo en la conversación muy íntima, no es lo que permite calificar de obscena una obra literaria».

 

Joaquín Balaguer hace una crítica pulcra sobre la novela de Pedro Vergés, publicada en 1980 en España,  con la cual obtuvo el premio XV Blasco Ibáñez, titulada «Sólo cenizas hallarás». Veamos lo que él dice sobre esta novela dominicana: «…se apela con frecuencia a esta expresiones llenas de vulgaridad que contrastan con la fluidez de la narración y hasta con la corrección y la soltura del estilo».

 

Me permito reproducir unas cuantas líneas de la novela de Vergés: «Lucila lo decía porque esa misma noche en que ella regresaba tempranito, con el tiempo contado, le ocurrió que al pasar por una calle oscura llamada Santomé, por ahí por el trozo que queda entre Conde y Mercedes, ¿no vinieron unos malditos tigres del diablo y comenzaron a perseguirla y a decirle mamacita, mama, nalguita de melcocha y a querer pellizcarla?»

 

Algunos críticos entrarían en contradicción con lo que dice Balaguer a continuación: «Esta prácticas, muy comunes en las novelas modernas, se utilizan en nombre de un llamado Naturalismo que nada tiene que ver con el que emplean y han empleado los grandes novelistas nacidos tanto en Francia como en España, con anterioridad a la aparición de Naná, de Germinar y de El doctor Pascal, las obras con que [Emile] Zola rubrica su famosa teoría sobre el llamado “Documento Humano”. Nada tiene que ver la vulgaridad con el verdadero Naturalismo».

 

Recomienda el destacado poeta y narrador santiagués que: «Cuando se trata de describir actos que se realizan y se han realizado siempre en la intimidad los grandes narradores lo hacen discretamente o emplean frases en las cuales se limitan a sugerirlos simplemente a los lectores».

 

Para enfatizar sobre la rigurosidad que debe observarse en el estilo literario que plantea Balaguer me permito traer aquí la opinión dada por el autor de la magnífica novela «Rayuela», Julio Cortázar, reproducido por la revista La Maga, en 1994. Éste habló de la diferencia estilística entre su narrativa y la narrativa borgiana y destaca:

 

«La gran lección de Borges no fue una lección temática ni de contenido ni de mecánica. Fue una lección de escritura. La actitud de un hombre que frente a cada frase ha pensado cuidadosamente, no qué adjetivo ponía, sino qué adjetivo sacaba. Cayendo después en cierto exceso que era el de poner un único adjetivo de tal manera que usted se caiga un poco de espaldas, lo que a veces puede ser un defecto».

 

Volviendo a Balaguer, refiriéndose a un grupo de novelas escrita por Emilio Zola llamadas «Rougon-Macquart», subtitulada «Historia natural y social de una familia bajo el segundo imperio», éste se expresó así: «La pornografía, exagerada muchas veces en detrimento de la ética y de las buenas maneras».

 

Y continúa finalmente el prestigioso ensayista dominicano tratando el tema de la vulgaridad en la literatura de autores que según él se precian de realistas: «En las narraciones de nuestros días, en que escenas de ese carácter se narran con crudeza y sin omitir detalles que antes se hubieran considerado ofensivos a la moral, la naturalidad y el realismo no recaen principalmente en el léxico que se usa sino en el argumento mismo de que el autor se sirva para impresionar la imaginación de sus lectores».

jpm

 

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