Arquitectura Art Decó en la Era de la T
La
arquitectura que floreció en la Era de la T –bajo el dominio omnipresente de T
en todos los órdenes de la vida pública y en la espiada esfera privada-
desplegó en sus proyectos las más diversas escuelas o tendencias en materia de
diseño. Realizando sus artífices verdaderas obras creativas en la
conceptualización y estética de sus líneas maestras, cuidando la adaptación
funcional al medio y al uso proyectado del espacio. Se trataba de obras
habitables, adecuadas a las condiciones del clima tropical –ventilación cruzada
en planteles escolares, hoteles, hospitales, oficinas públicas-, provistas de
luminosidad natural a través de amplios ventanales y tragaluces, con galerías,
jardines y patios concebidos para la sociabilidad amable en las residencias, en
espacios abiertos. Muchas enclavadas en zonas frondosamente arborizadas, como
Gascue, la Ciudad Universitaria y otras zonas, ambientalmente amigables.
Algunas mirando Sur hacia el Mar Caribe, aprovechando el pivote de los
farallones o terrazas de la ciudad. Respirando bocanadas de salitre salutífero.
El ingeniero
arquitecto Humberto Ruíz Castillo (1895-1966), oriundo de Las Matas de Farfán,
quien realizó estudios universitarios en Santo Domingo y Bélgica, fue exponente
de esa versatilidad de estilos que se fraguó en la Era, encarnando algunos de
sus proyectos una clara influencia del Art Decó. Cuya huella se halla en la
Iglesia San Juan Bosco en la calle homónima a Dr. Delgado, dominada por esbelta
geometría rectangular, con su afilada torre como aguja desafiante de un
rascacielos y terminación exterior sobriamente rústica. Entre cuyas paredes
pasé muchas horas en contrito secuestro salesiano, anexa al complejo educativo
de la orden de Papá D.B., Domingo Savio y Ma. Auxiliadora. Emblema de una
barriada en la que mis padres Francisco y Fefita plantaron su vivienda en 1940.
Todavía en su bóveda resuena el eco catequizador de los padres Andrés, Enrique
y Vicente, cuando el aroma misterioso del incienso se confundía con el perfume
fresco del ilan ilan. Y se ofrece hoy
la ostia purificadora en las manos piadosas de Jesús Hernández –quien atesora
para el colectivo nacional la magna Biblioteca Antillense.
La estética de
Ruíz Castillo me sedujo en El Conde con Duarte, enamorado desde niño de las
líneas onduladas del Edificio González Ramos, que nos invitaban a siluetear los
sueños a través de sus ventanales de las tres plantas superiores mientras las
vitrinas del nivel de calle mostraban las novedades de la moda. Me atrapó como
un converso contemplativo y gozoso al acudir por vez primera al Cine Elite de
don Joaquín Ginebra en la aristocrática Pasteur y dejarme arropar por sus
paredes revestidas de relieves artísticos, en blanco resaltante sobre la
placidez de unos colores pasteles, los accesos enmarcados en bloques de
cristal, el amplio lobby con dos salas laterales para bar y espera, el
confortable salón de proyecciones rematado por la curvatura del escenario. Para
mí, situado en el mirador de la frontal Farmacia Pasteur de mis tíos Álvarez
Sánchez y Pichardo Sardá, en inmueble de don Gustavo Volmar –padre de mi
querido primo Gustavito-, el Elite era una grata visión obligada. Que se acrecentaba
cuando me sumergía en la atmósfera del cinematógrafo y me dejaba encandilar por
su magia.
Y qué decir
del Colegio Santo Domingo de la Avenida Bolívar, donde mis primas hermanas
Rosalía y Lucilita Álvarez Pichardo se formaban bajo el alero de esta arquitectura
sabia y hermosamente funcional. Todas obras realizadas a mediados de los 40 en
sociedad con el ingeniero Leonte Bernard Vásquez. Icónico, el Edificio de
Casimiro Velazco de cuatro niveles en Mercedes con Santomé (Colmado La
Metralla), con sus persianas cubriendo ambos costados del ángulo formado por la
esquina, rodeado por balcones corridos en los pisos superiores residenciales.
Entrañable, el Teatro Max de la Avenida Duarte, que aún sobrevive convertido en
templo evangélico –un mérito de estas sectas que han preservado el cascarón
estructural de antiguos cines. La Ciudad Universitaria lleva su huella en el
diseño del Alma Mater junto al francés André Dunoyer y en el Instituto de
Anatomía Patológica.
Nuestro
arquitecto también ayudó a un mejor vivir. Levantó casa de dos plantas
(residencia y comercio) de la familia Mondesert en la calle José Reyes.
Reconstruyó la residencia de Enrique Henríquez en Salomé Ureña con 19 de Marzo
y la del Dr. Antonio Elmúdesi en Duarte esquina el parquecito del patricio.
Hizo vivienda en madera al Lic. Aníbal Sosa Ortiz en el Ensanche Arvelo y
chalet a Mario Pelletier en Azua frente al parque Duarte. En 1941 reconstruyó
la residencia de Miguel A. Recio de dos pisos, situada en la Avenida México
detrás de lo que sería luego el Palacio Nacional, con una fachada sobrecargada
de arcos góticos en la galería, soportados en piedra caliza. Con salida
vehicular por la Avenida Francia, nos servía a los moradores del barrio para
acortar distancia. Inmueble que alojó la Dirección de Minería y fue demolido
para dar paso al Edificio de Oficinas Gubernamentales, proyecto del amigo
Pedrito Haché en los Diez Años del Dr. Balaguer. A Ruperto Soñé le construyó en
la Josefa Perdomo y a la Sta. Consuelo González Suero en la 16 de Agosto con Imbert,
en San Carlos. Su estampa aparece en el Club Esperanza de San Francisco de
Macorís.
Ruíz Castillo,
un católico observante, fue arquitecto eclesiástico consagrado. Edificó el
Seminario Santo Tomás de Aquino en la entonces Gefrard hoy Abraham Lincoln, una
construcción que marcaba el límite de la expansión de la ciudad por su
vertiente Oeste. El templo parroquial de Puerto Plata con dos torres. El
Colegio Inmaculada Concepción y la fachada de la Capilla San Antonio, en La
Vega. La Iglesia Nuestra Señora de la Altagracia en Santiago, junto a J.A.
González. La Iglesia Sagrado Corazón de los salesianos en Moca. Para la sede de
la Nunciatura Apostólica, diseño del arquitecto M. Redini, el profesional
criollo firma y figura responsable de los planos. Aparte de su febril labor
profesional, que le acreditó como ingeniero asesor de RLTM, Humberto Ruíz
Castillo fue profesor universitario, decano de la Facultad de Ciencias Exactas
y presidente de la Asociación Dominicana de Ingenieros y Arquitectos (ADIA).
Esta Era de la
T lo fue también de la industria cinematográfica donde el Art Decó reinó, la
cual fue registrando en sus décadas innovaciones tecnológicas que amentaron el
número de espectadores. El cine conformó una nueva civilización y nuestro país
marchó en el sentido de los tiempos. A los teatros preexistentes como el
Capitolio, Colón, Independencia y Quisqueya, se sumarían otros a partir del 30,
tanto en Santo Domingo como en las demás ciudades. En julio del 32 abriría sus
puertas del Teatro Encanto en El Conde, propiedad de Alberto Perdomo, abuelo de
nuestro amigo homónimo cultor de la ópera, el bolero y la literatura.
Remodelado en 1950 por Amable Frómeta, Rafael Bonnelly y Octavio Pérez (Trene),
bajo el Circuito de los García Recio que operaba el Rialto y designado Santomé,
destino de tandas infantiles dominicales a las que me llevaba mi madre. A
mediados de 1935 el arquitecto D. A. Molineaux terminó MiCine en la Avenida
Mella, propiedad de Francisco Boy, mientras Raúl Salazar hizo lo propio con el
Teatro Ramfis de Pedro Pérez P. en la San Martin. Ese año el constructor Samuel
Mendoza levantó para José D. Ortega un cine en San Francisco.
En 1938 se
edificó en Santiago un teatro cine por cuenta de Luis J. Sued, a cargo de L.F.
Alvarez. En 1940, Juan Bautista del Toro, ingeniero arquitecto egresado de
París, acometía la tarea del Teatro Olimpia, inaugurado regiamente en 1941 con
presencia de RLTM y programa de la Orquesta Sinfónica. Año más tarde le tocó al
Teatro Julia de Federico Gerardino, en el corazón de Villa Francisca, la sala
de espectáculos más grande (1,050 butacas en platea y 300 palcos) y concurrida
del país, obra consagrante de del Toro, quien marcharía al exilio y se
incorporaría en 1947 a la abortada expedición de Cayo Confites. El Teatro Julia
hizo época con sus presentaciones artísticas populares, asambleas políticas y
congresos, tal el Congreso Obrero de 1946, durante el breve lapso de apertura
del régimen. Siendo apenas un niño, asistí llevado por mi tío Bienvé a un ciclo
completo del cine de Gardel, al que acudía peinado a la gomina.
En el 41 el
capitán ingeniero Ramón A. Caro Brito, de la Cía. de Zapadores del EN, construyó el Cine Militar en la calle
Pellerano Alfau frente a la Fortaleza Ozama. En 1942 el ingeniero Luis T.
Pelegrin edificaba el Teatro Adela en Puerto Plata. Dos años más tarde La Vega
se sumaba a este movimiento con el Rívoli de José Russo, ejecutado por el
ingeniero F. S. Pimentel. Al siguiente, Marcos A. Gómez registraba el diseño de
un nuevo cine en la JT Valdez (Duarte) cuyo proyecto firmaba el Ing. Petrus
Manzano y los Sucesores de Antonio Brugal promovían el Teatro Rex en Puerto
Plata con el Ing. Enrique Alfau.
En 1946 José
Antonio Caro diseñaba el Colón de Santiago. En tanto Trene Pérez proyectaba el
Ercilia en Barahona, de Sócrates Lagares, y el Maritza en Moca, de Manuel
Vinicio y Rafael Perdomo Michel. Enrique Alfau –quien remodelaría el Teatro
Independencia y haría un punto fuerte en esta área-, construiría un cine para
Bahoruco Comercial en Barahona y otro para Teatral Seibana en El Seibo. En el
47 vendría el Alma de Miguel Alma, proyecto realizado por Ing. Rafael Bonnelly
en la Braulio Álvarez (hoy Teniente Amado G. G.), así como el Trianón de Marcos
A. Gómez, en esa vía con París, a cargo de Mario Jiménez Figueroa.
En esas salas
de la capital y en las que vendrían después pasé gratas jornadas. A veces en
doble función o en un tripletazo,
común en el Trianón. Restándole al sueño y al estudio. Un hábito que adquirí
desde niño, cuando Hortensia Piantini me llevaba a las 7 pm al Paramount. Con
su Hollywood entre los labios, la
mentica verde en las manos y esa toz seca de fumadora…