Aprender del fracaso

Una vez más, empresarios del transporte público sucumbieron en el intento de sumir a la población capitalina en el caos y el desorden callejero.

Trataron en vano de imponer el tigueraje, bajo amenazas y el terror a que están acostumbrados.

La gente dijo ¡NO! y siguió sin detener el ritmo cotidiano de la vida de la ciudad, haciendo un fo a la pretensión de esos millonarios empresarios del transporte y el lumperismo polítiquero que les acompaña.

Es popular el reclamo de que los precios de los combustibles bajen.

Y si bien es atractiva la demanda de que el gobierno gane menos en los impuestos a las gasolinas, el diesel y el GLP, hay que determinar de dónde saldrán los recursos para seguir el ritmo de ejecución de obras, de los programas de desarrollo y de asistencia social, del avance del sistema educativo, de la modernización y garantías de eficiencia de los servicios de salud y de las soluciones que se aplican al sempiterno crítico suministro de energía eléctrica.

Por más que quisieran ocultarlo en los estribillos de ‘reivindicaciones sociales’, fue un estruendoso fracaso las pretensiones de los desbandados grupúsculos de intelectualoides de oscuras oficinas, vocingleros mediáticos y frustrados políticos de rumbos erráticos y díscolos escudados en las camisetas verdes que aún quedan de aquel movimiento social que nació el 22 de enero pero que fue sepultada por la estupidez de ilusos que se creyeron que nuestra población les seguiría a ciegas y cerraría filas con sus fatuas promesas.

No me cabe dudas -y reitero comentarios anteriores en este mismo espacio y en los programas de televisión y radio en que participo a diario– que la oposición y esos grupúsculos de fracasados políticos y bullangueros ocultos tras la denominada ‘sociedad civil’ lo que pretenden es anarquizar el país con demandas de reivindicaciones comunitarias y sociales, como un último intento –luego de estrepitosos reveses– por tratar de arrodillar a un gobierno y su partido que, realmente, han hecho groseras galas de su poder en todos los niveles del Estado, lo que les permite controlar el país, muchas veces de manera poco flexible y hasta dentro de la amplitud que caracteriza la democracia.

Por ello, es oportuno el escenario para que el gobierno actúe en consecuencia.

Lo primero es dar explicaciones claras, entendibles, realistas, de porqué el precio que pagamos por los combustibles que consumimos está entre los más caros del mundo.

En algunas ocasiones, ministros de Industria y Comercio y otros técnicos del área económica oficial han pretendido explicar las fórmulas mediante las cuales imponer cada semana los precios de los derivados del petróleo, pero la gente no los entiende, y muchos no les creen.

Hoy, entonces, en vez de envalentonarse en el fracaso de esta intentona desaprensiva y hasta subversiva de empresarios del transporte público, debiera motivar la apertura de diálogos y acuerdos que ayuden a revertir los motivos que se enarbolan para esas protestas.

 

rlgonzalez50@gmail.com

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