Ana María en el paraíso de brujas

Ana maría Acevedo y yo  hicimos amistad rápidamente por la similitud de carácter y la condición de “libres pensadores” que nos atribuyó Hipólito Mejía. Discutir con ella era fácil y difícil al mismo tiempo. Se aferraba a sus ideas de manera visceral. No temía decir lo que creía en ningún lugar. Tenía nivel profesional y cultural para explicar sus posiciones, algo no bien recibido en las organizaciones donde militó, donde los hombres solían estar en mayoría.

Ana María fue un “caso raro”, desde su militancia en el Movimiento Popular Dominicano, pasando por el PRD y siguiendo el PRM, por atreverse a decir lo que pensaba. Una mujer con más nivel y formación que la mayoría de los hombres con los que interactuaba o militaba políticamente. No llegó  a la política  arrastrada por la tesis de “ámala y llévala al partido”. Radhamés Abreu, su compañero, amigo y amante, de toda la vida, padre de sus hijos, lo sabe.

En más de una ocasión la vi discutir con el doctor Peña Gómez, del que fue una colaboradora y amiga entrañable, temas de gran importancia. No importaba la autoridad ni el liderazgo de nadie, Ana siempre mantenía su punto de vista. No discutía por discutir. No. Tenía un pensamiento estratégico que muchos no siempre entendían.

Durante muchos años fue “la encuestadora del PRD”. Y lo hizo siempre apagada a la ética. Aunque muchos la detractaban y la acusaban falsamente, la verdad es que Ana era una profesional mil por mil. Hipólito Mejía sabe lo que digo. Sus números nunca fueron alterados o amañados para complacer a éste o al otro, lo que también generaba conflictos.

Yo aprendí a quererla  y respetarla. Teníamos muchas coincidencias en la política, en el arte, sobre todo las plásticas y literatura. Ella era una lectora voraz. A veces nos decíamos “dos vainas”, pero sin ofensas ni maltratos.

Ana María luchó durante más de 15 años con un cáncer que finalmente la mató. Su batalla contra esta terrible enfermedad fue campal. No se rindió nunca. Hizo lo  había que hacer; fue a los lugares donde había que ir, vio a los doctores que tenía que ver. No desmayó nuca. Burló la muerte en muchas ocasiones. –Ahora sí, Juan, se muere Ana María- me dijeron más de una vez algunos amigos comunes. Pero no. Ella se levantaba. Wao, que fortaleza, cuántas ganas de vivir mostró esa espartana. La esperanza, el deseo de vivir para aportar, para ser socialmente útil, era demasiado grande. Su amor por la vida era inigualable.

La última vez que la vi con vida, en su casa, acostada, me habló con ternura. Me tomó de la mano.  Y volvió a pedirme – ¡tremenda vaina!-  que le colocara durante el sepelio la canción “Parao” de Rubén Blades. Prometió enviarme con Radhamés varias versiones del tema “A mi manera”, que tanto le gustaba.

Hace algunos años me dijo que tenía un sueño maravilloso. Le pedía a la vida darle tiempo para cumplirlo. Quería irse a vivir, aunque fuera por un tiempo, a la ciudad de Brujas. Me mostró un mapa y el lugar exacto donde le gustaría tener un “ranchito”, en la montaña, rodeado de árboles, de lagos y ríos. –Te enviaré un pasaje para que vayas y te pase unos días conmigo- me dijo.  De ese modo supe que Brujas era parte de Bélgica, cuya capital es Bruselas, con una población de once millones de personas. País inverosímil por su belleza.

Contrario a Radhamés, que cumplió el sueño de darle la vuelta al mundo, Ana no pudo vivir en Brujas. El cáncer no se lo permitió. Ni las encuestas, ni la política, ni los compañeros que no vi en la funeraria ni en el cementerio.

Ana deja un vacío grande en el país. No conozco muchas mujeres con su nivel, su dedicación y entrega. No conozco a muchas mujeres –tampoco muchos hombres- tan vehementes, capaces de ver, como decía Peña Gómez, más allá de la curva.

Espero que el tiempo y los recursos me permitan algún día ir a Brujas, ese lugar paradisiaco donde mi querida Ana quería vivir aunque fuera unos meses, para respirar aire puro y dejar la política que tanto daño le hizo a su salud porque la llenaba de stress y de angustia.

Si Dios existe, en el cielo le tendrá guardado un lugar como Brujas a mi amiga Ana María. Si no existe, será una pena, como diría Benedetti, porque ningún lugar sería mejor para que ella, que el paraíso de Brujas para por  fin, descansar en paz.

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