Adiós al arquitecto Rafael Del Rosario
Inicié el tercer año del bachillerato en Septiembre de 1965, teniendo 16 años de edad, a poco de concluir el conflicto armado iniciado en Abril de ese año, con el que se pretendía reinstaurar el gobierno encabezado por el Profesor Juan Bosch, derrocado dos años antes, en Septiembre de 1963.
Los estudiantes nos conocíamos entre sí, pues la mayor parte veníamos cursando estudios juntos desde la primaria y, en ese momento, teníamos todos la misma preocupación: el profesor de Física, Arq. Rafael Del Rosario, del que habíamos oído decir que era muy exigente y le gustaba reprobar a muchos de sus alumnos. Por algo le apodan “La Piedra”, nos decíamos.
Y en efecto, ese apodo lo había propiciado él mismo, pues siempre daba inicio a sus clases del mismo modo. –“Aquí -decía él- yo soy la piedra y ustedes el huevo. Si la piedra se lanza contra el huevo, se rompe el huevo, y si el huevo se lanza contra la piedra, se rompe el huevo”.
Pero en la medida que pasaron las semanas y los meses nos dimos cuenta de que no había tal piedra. El profesor Del Rosario era una persona sensata, comprensible y tolerante. Era notorio su empeño en que sus estudiantes aprendieran Física y Matemáticas más allá de las exigencias del programa y que el aprendizaje no resultara muy gravoso para los estudiantes.
Recuerdo que cuando terminamos el bachillerato en junio de 1966, se reunió con todos los que habíamos liberado el curso y nos dijo que esa misma semana nos daría una certificación provisional de conclusión del bachillerato, a fin de que no perdiéramos tiempo y aprovecháramos para inscribirnos de inmediato en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, que iniciaba un semestre en Julio.
Esa acción demostró su interés por sus alumnos, a quienes protegía al máximo. Para ese entonces ya había sido nombrado Director del Liceo Secundario Manuel María Valencia, en sustitución de la profesora Dora Sturla, que fue beneficiada con la jubilación, después de una larga labor docente.
Como despedida organizó un encuentro con los alumnos destacados para lo que consiguió un automóvil prestado y en él, como sardinas, nos fuimos a pasar una tarde en el balneario “La Toma”. Hasta donde recuerdo, esa fue la última vez que me reuní con mis compañeros, pues estos se inscribieron en la UASD y yo me dediqué a realizar todos los trámites de solicitud para ingresar en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de México, país al que partí en diciembre.
A mi regreso de México en 1978, ya como médico especialista, me encontré con que el Arq. Rafael Del Rosario era un reconocido profesional en su rama al que, con alguna frecuencia, mi hermano Frank como ingeniero, solicitaba la confección de planos.
Unos años después, yo mismo le solicité la elaboración de los planos para la construcción de mi casa, en la que aún vivo desde hace 33 años. Cuando me entregó los planos me dijo con una sonrisa: “Me siento muy satisfecho con el diseño que te logré”. Y de paso, debo decir que fue muy considerado con el cobro de honorarios por su trabajo.
Ocasionalmente nos encontrábamos en el parque Mirador por la mañana donde ambos caminábamos para ejercitarnos. Siempre recordábamos los años en San Cristóbal y las experiencias vividas en el Liceo Secundario Manuel María Valencia donde cursé el bachillerato y él fue mi profesor.
Dejó de ir al parque por quebrantos de salud. Primero tuvo que someterse a una cirugía de corazón abierto hace unos años, de la cual salió muy bien. Pero hace dos años lo intervinieron de un tumor cerebral que no pudieron extirparle en su totalidad y el pronóstico de sobrevida era muy pobre.
Como secuela le quedó un caminar lento. Las veces que lo vi se quejó conmigo diciéndome que lo poco que había ahorrado durante todo su ejercicio profesional había tenido que gastarlo en el tratamiento de sus quebrantos de salud y ahora estaba en cero y enfermo, de modo que ya no podría reempezar.
Las últimas noticias que tuve de él era que estaba en cama, pero consciente y con absoluta coherencia. Lamentablemente el domingo por la mañana, 13 de diciembre, su sobrino, el Magistrado Modesto Del Rosario me habló por teléfono para informarme de su fallecimiento. Sentí un vacío interior al enterarme de la noticia.
En la tarde fui a la funeraria en que expusieron sus restos. No conocía a sus hijos, pero sí a su esposa Doris, que también estudió el bachillerato en San Cristóbal y es hermana de Niña Polanco, que fue mi compañera durante todo el bachillerato. Allí me enteré que sería enterrado al día siguiente en San Cristóbal, pero no supe los detalles. Estuve pendiente en San Cristóbal el lunes con la idea de asistir al cementerio, pero no me percaté de la llegada del carro fúnebre.
Un amigo más que se marcha del mundo de los vivos. Ya tenía 86 años, pero se mantenía fuerte y podía vivir muchos años más, pero Dios no lo quiso así.
Descansa en paz, querido amigo, te recuerdo con gran afecto.
JPM
como siempre los relatos del maestro pena nina son un deleite para el alma , gracias
bonita historia, debemos de visitar nuestras gentes, familias, amigos, porque después que parten de este mundo nos queda un gran vacío. yo estudie en el liceo manuel maría valencia, pero en mi tiempo solo impartían el séptimo y el octavo curso.
Ésta ajitada vida,dónde el tiempo no alcanza y los días se van como el agua entre los dedos,lamentablemente nos hacen pasar por alto importantes detalles como visitar seres queridos muy importantes en la historia de nuestras vidas,ya en cama.tambien el detalle del coronavirus,ya que no queremos poner personas con dificultades de salud,en riesgo de infectarse,en una visita nuestra.paz al antiguo profesor,consuelo a sus familiares.