Acerca de los nombres de calles y escuelas públicas

La muerte impacta fuertemente el alma, mucho más si esta ocurre  de manera  trágica o súbita. Es entonces cuando se abren las ventanas de la emoción y se cierran las puertas del razonamiento. La imagen del que fallece se eleva hasta lo más  alto  del honor, independientemente de lo intrascendentes y hasta nocivas que hayan sido sus acciones en vida. 

Es entonces cuando en la República Dominicana, al recién fallecido se le rinde un no siempre merecido  homenaje póstumo consistente en inmortalizar su nombre, asignándoselo a una calle, a una escuela o cualquier otra institución perteneciente a la administración pública.

Luego, en el futuro, vendrán las preguntas sin respuestas:

¿Por qué se le asignó ese nombre? ¿Quién fue esa persona?  ¿Qué hizo? ¿Cuáles fueron sus extraordinarios aportes en bien del desarrollo educativo, social y cultural   del país o de la comunidad en la que su nombre se exhibe de manera  eterna?

En Moca, por ejemplo, hay un liceo que se llama “Eladio Peña de la Rosa”. ¿Quién fue este señor? ¿Qué vínculos tenía con el pueblo mocano? Absolutamente ningún tipo de relación.

Eladio Peña de la Rosa fue un profesor, nacido y residente en la capital de nuestro país, que el  27 de octubre de 1969 murió herido de bala  en un incidente ocurrido en horas de la noche  en  el liceo Eugenio María de Hostos, en el momento en que aquí se celebraba una reunión de estudiantes. La muerte violenta del educador conmovió la conciencia nacional y  motivó protesta en todo el país. Eso fue más que suficiente para que hoy tres  liceos : uno en Moca , otro en Barahona  y  un tercero en  Santo Domingo, lleven su nombre, esto es,  se honró la memoria de alguien , no necesariamente por la magnitud de sus hechos en vida , sino por el impacto que generó su muerte .

En Licey al Medio, entrada la Reyna, existe otra  escuela que lleva el nombre de  un dirigente estudiantil  nativo de este municipio, asesinado  en 1970 por la policía  en Moca,  en cuyo liceo vespertino recién fundado, “Eladio Peña de la Rosa”, estudiaba.  En su entierro, los agentes del orden (policía balaguerista)  mataron a otros dos estudiantes.

¿Por qué le asignaron este nombre al precitado centro  docente?

 Sencillamente por la forma trágica en que se produjo la muerte del  susodicho estudiante, así como por  el  malestar general, la ira popular  y el impacto emocional  que este  hecho originó a nivel nacional; pero especialmente en los pueblos del Cibao.

Independientemente de los méritos que tanto  el educador  como  el estudiante  antes referidos pudieran tener, la medida de inmortalizar sus nombres  es susceptible  de cuestionamiento por cuanto en las respectivas comunidades existían, y aún existen, educadores con méritos más  que suficientes para recibir este homenaje. Porque, ¿cómo es posible que a un liceo mocano le llamaran “Eladio Peña de la Rosa”, marginando el nombre de esa brillante maestra y autora de textos escolares llamada Aurora Tavares Belliard? ¿Existe en Moca una escuela pública que lleve el nombre de esta insigne educadora e hija distinguida de la Villa Heroica?

Debe quedar claro: no por haber trabajado en una escuela durante muchos años, un maestro merece que esta lleve su nombre. Para merecer tal distinción, además de su ejemplar conducta, ese maestro tuvo que haber  hecho aportes  trascendentes o extraordinarios  que hayan contribuido al desarrollo social,  educativo, científico y cultural del país o de la comunidad donde ha desarrollado su labor docente.  A nadie se le debe otorgar distinciones extraordinarias por ejecutar acciones ordinarias. Pedro Martínez, nuestro héroe deportivo, fue exaltado este martes  al Salón de la Fama del beisbol grande, no simplemente por jugar en las grandes ligas, sino porque sus números, su  quehacer atlético y su comportamiento dentro y fuera del  terreno de juego fueron extraordinarios.

Con los nombres de las calles sucede lo mismo.

En nuestro país sobran los ilustres héroes, patriotas, escritores, filántropos, investigadores, líderes religiosos, sindicales, etc., pero a pesar de eso, las principales calles y   avenidas de la capital llevan los nombres de Abrahán Lincoln, John F. Kennedy, Winston Churchill, Charles Summer, Ortega y Gasset, Charles de Gaulle y otros extranjeros que honestamente  no sé que hicieron en bien de la nación dominicana.

Específicamente sobre John Kennedy, el acucioso historiador Bernardo Vega  ha objetado el hecho de  que el  exmandatario extranjero ostente la denominación de la transitada vía, por cuanto  en archivos oficiales de Washington  descubrió negociaciones y actitudes perjudiciales al pueblo dominicano que en determinados momentos de su gestión observó el gobernante estadounidense.

En Santiago existe un sector llamado Urbanización Real. La mayoría de sus calles llevan nombres de la realeza inglesa o española. Entre estas merecen citarse las calles  Princesa Margarita, Príncipe Carlos, Príncipe Alberto, Princesa Diana, Reina Sofía…

¿Existe una sola causa que justifique tan risible y  cómica medida? ¿Cómo es posible que un ayuntamiento apruebe semejante desatino, genuina expresión o fiel ejemplo de esa aldeana alcahuetería que tanto nos caracteriza a nosotros, los dominicanos?

Los nombres de calles y escuelas deben asignarse atendiendo a los mandatos del cerebro, no del corazón.  Las autoridades municipales  y el Congreso Nacional deberían tomar este asunto más en serio y extremar las exigencias en el momento en que se les someta inmortalizar un determinado nombre.

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