Catorce niños muertos

 

 

La prensa publica la muerte de 14 niños recién nacidos en el hospital infantil La Altagracia que pudieron salvarse si el centro estuviera en condiciones aceptables, no en ruinas y abandonado, como está.

No es la primera, ni será la última,  vez que una tragedia similar ocurre.

Los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos continuaran muriendo por falta de atenciones médicas adecuadas mientras el Estado invierta alrededor de 1.5% de su Producto Interno Bruto en Salud cuando debe ser 5% -mínimo- como reclama el Colegio Médico Dominicano y sugieran los organismos internacionales.

El doctor Jesús Feris Iglesias dice que no es posible que el Estado, durante los diez años de educación de básica invierta el 4% y que para la salud que abarca desde la concepción de la vida hasta la muerte, apenas dedique menos del 2% porque la salud y la educación de un pueblo van de la mano camino al desarrollo.

El gobierno debió hacerle un Metro a la Educación y otro más grande a la Salud del pueblo. Esas eran y siguen siendo la prioridad nacional.

Los niños muertos en el hospital no tienen familia, no tienen nombre, no tienen ciudadanía. Apenas aparecen en las estadísticas del terror y de la sangre. Los hijos de nadie. Como dice Eduardo Galeano, “los nadies: los hijos de nadie, los dueño de nada. Los nadies, los ningunos, los ninguneados, (…) Que no son aunque sean, los que no hablan idiomas, sino dialectos, que no hacen arte, sino artesanía, que no practican cultura, sino folklore, que no son seres humanos, sino recursos humanos, que no tienen nombre, sino número, que no figuran en la historia universal sino en la crónica Roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata”. (En los “intercambios de disparos” con la Policía convertidos en jueces y asesinos de pobres)

Un hospital público es un almacén de enfermos condenados a la muerte. Acudir a uno de ellos es como estar en la antesala del cementerio. Así es como el gobierno va terminando poco a poco con los pobres. Un Sistema de Salud pobre para pobres. Los hijos de los funcionarios jamás morirán por falta de atenciones médicas porque nunca serán llevados a un hospital del Estado, los llevan al mejor centro privado o lo enviarán en un avión ambulancia para Estados Unidos, no importa cuánto cueste. Inequidad.

14 niños muertos inútilmente, hijos de nadie, mientras en el Congreso los abortistas clandestinos discuten a puertas cerradas si aprueban o no el aborto en determinadas situaciones.

La iglesia considera que el aborto es un crimen igual que la masturbación. Yo le pregunto, ¿lo qué pasó en el hospital infantil no  es un crimen mayor porque se trata de niños y niñas que ya habían nacido y podían crecer sanos y fuertes hasta convertirse en seres productivos que contribuyeran al desarrollo de la sociedad? ¿No es más humano proteger y cuidar a los niños que han nacido que los aún están por nacer? Sobre la tragedia los sacerdotes no se han expresado.

En cualquier otro país del mundo la muerte de 14 niños en un hospital por falta de atenciones adecuadas habría provocado un escándalo mayor que el de Odebrecht con sus 92 millones de dólares en sobornos a políticos sinvergüenza, obligando al presidente a cancelar la ministro de Salud, por lo menos. Aquí, país de políticos demagogos e indolentes, no pasó nada.

La tragedia del hospital me entristece hasta los huesos y me produce una impotencia que lo inunda todo. Me dio rabia ver a la vicepresidente de la República acudir al hospital y expresar solidaridad con los padres de los infantes muertos, en una acción política. La demagogia no puede llegar a esos extremos, señora. ¡No!

Leyendo la nota de los niños muertos recordé el poema de Miguel Hernández, El Niño Yuntero: “Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello. Nace, como la herramienta, a los golpes destinado, de una tierra descontenta y un insatisfecho arado. (…) Empieza a vivir, y empieza a morir de punta a punta levantando la corteza de su madre con la yunta…” El poeta termina preguntándose: “¿Quién salvará a este chiquillo menos que un grano de avena? ¿De dónde saldrá el martillo verdugo de esta cadena?” Y responde: “Que salga del corazón de los hombres jornaleros, que antes de ser hombres son y han sido niños yunteros”.

 

 

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