Una lectura del poema “Santo Domingo, año cero y en curso…”

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EL AUTOR reside en Santo Domingo.

POR RONNY RAMIREZ

Frente al temible panorama que ha impuesto la pandemia del Covid-19 en el país, me
viene a la memoria un poema que abre con pulso de escalpelo el cuerpo agonizante de
nuestra patria. Se trata del poema “Santo Domingo, año cero y en curso”, que escribiera
el poeta dominicano Orlando Muñoz (1972) hace más de diez años. Me resulta curioso
que dentro de las condiciones excepcionales en que vivimos, el país siga padeciendo y
reproduciendo las mismas dolencias que han mermado su espíritu a lo largo de la
historia. El alma herida y negligente. Un pueblo fragmentado y desprovisto de ideales
de colectividad y solidaridad. Políticos que esconden y atesoran grandes fortunas a
expensas de las calamidades, que dejan con aire mesiánico un rastro de migajas en el
camino de los hambrientos y desolados. He decidido hacer una lectura del poema a
partir de la crisis actual del coronavirus, específicamente desde el confinamiento y sus
desafíos psicológicos y sociales, de cara al mañana. Es una lectura muy personal, por lo
que me permito ciertas arbitrariedades y también permanezco abierto a discusiones y
cambios.

Llama la atención, en primer lugar, la estructura chorreante del poema, que se arrastra
con resignación y vergüenza cual animal herido y resoplante. Pienso que la
versificación responde precisamente a la intención de recrear una herida sangrante, de
exponer un discurso lleno de puñaladas, como si fuese testimonio mismo de su
contenido. El poema cae sin puntos ni comas y el poeta enuncia a pesar de, toma fuerza
a modo de un melodramático Carmen Cygni y clama por su tierra ultrajada. Y levanta
su voz como un grito en el desierto, para plantear la pregunta inútil e inevitable:
¿Acaso no es hora?
¿No es hora
De ver la hora
En los relojes derretidos?
¿No es hora de los vendavales
Sobre el mapa del espanto?
Ah
Trópico
Triste
Trepidante
Trastornado
El guiño a Dalí no es gratuito, si se tiene en cuenta la noción del tiempo que subyace en
el discurso, minada de hormigas y sombras. Un tiempo que queda desprovisto de su rol,
que avanza y ha perdido, sin embargo, el valor de la continuidad. Podemos ver este
fenómeno en la actual coyuntura del coronavirus; cómo la concepción del mañana está

siendo sofocada por la incertidumbre y la desesperanza. Cómo, bajo una máscara
improvisada de normalidad, los seres humanos se mantienen en ascuas, pero también
procuran salir por la tangente de las amenazas del día a día.

Por otro lado, el poema destaca esa sórdida indiferencia que parece impregnar la
concepción del trópico que maneja. No la geografía alegre, el sabor del mestizaje, el
candor dulce que parece caracterizar el caribe y su gente, sino la desidia y el más
amargo sopor. El pesimismo que supura del poema como de carne ya putrefacta. No
terminamos de despertar, de quemar las mentiras que carcomen nuestra bandera, de
reivindicar el amor desvalido como moneda corriente.

Aludiendo al poema, ¿Acaso no es la muerte quien resuena en las calles desiertas, no es
ella quien anda de nupcias en bicicleta cuando cae el toque de queda?
Es aquí donde la realidad de muchos dominicanos se torna cruda y despiadada. Miles de
personas relegadas en sus hogares sin nada que comer y sin modo de buscar comida.
Miles de personas abusadas por sus familiares o parejas a puertas cerradas. Miles de
personas enfermas y desatendidas, entregadas al arbitrio de la suerte. Y el poeta se
mantiene en su oficio, al margen, pero consciente de cuanto padece su entorno. O quizá,
tratando de “hilar poemas imposibles” pretenda lanzar un rayo de esperanza, pero se ve
“atrapado en el diccionario” y perdido “sin causa”, tal vez por la certeza de que la
poesía no puede arrancarle el velo de novia a la esposa fúnebre.

Ah
Trópico trepidante
Mío y triste
Trastornado
Un lienzo de imágenes absurdas
La
Esperanza
Por ejemplo
Totalmente atormentada
Retorciéndose
En el piso
Con sus ocho patas verdes para arriba
Me parece que esta imagen desentraña el corazón del poema. La incertidumbre y la
desolación ya consumadas que se tienden a la vista son aterradoras y hasta absurdas.
Frente a la crisis actual, ¿qué caminos nos esperan, qué abismos se abren a la vuelta de
la esquina? El poeta ha reducido la esperanza a la insignificancia de una araña,
atormentada y vulnerable, siniestra y absurdamente inmovilizada. ¿No es así como se
perfila nuestro futuro, como una pequeña criatura propensa al golpe fatídico de alguna
catástrofe? Ante tal escenario se pregonan culpables, se hacen preguntas que se
difuminan en el viento. Y el poeta interioriza:
Y
Entre cemíes que bostezan a lo lejos
Y monedas que danzan sobre el polvo
Tratando de abrir escotillones
Al mito de la verdad

Un poeta delira
Y una república de humo se tiende a su paso…
Ante la ignorancia de los dioses, el pequeño espectáculo del dinero en las calles, el
poeta socava su interior en busca de algo sólido en el mundo incierto. Me parece
acertado el uso poético de la palabra “escotillón”, término que viene del teatro, en virtud
de definir la fragilidad de lo que creemos como verdad. En el delirio del poeta se da una
catarsis, y su punto de vista toma más amplitud. Luego no sólo responsabiliza a los
“bandidos, funcionarios, y serpientes” de su falta de optimismo, sino al distanciamiento
de la gente, moldeada por la “hiel de las bachatas” y desentendidos o idiotizados en la
más absoluta vulgaridad, entre “romo/ y sol/ y golpes de barriga… Entre humo/y luna/ y
golpes/de vagina…con gigantescos/altavoces/que difunden/la virulencia del logos…”.
El poeta entiende que el mundo ha estado perdido desde hace mucho tiempo, y lo
confirma, no solo con la ausencia de Dios, sino también de la filosofía “Porque
Nietzsche y juanamecho/ han muerto/ y/ porque dios (en minúscula, ya pulverizado)
/desde entonces/ no ha vuelto a tomar la palabra”. Pero el autor reconoce que, pese a
todo, la esperanza siempre vuelve desde algún lugar, como si retumbara desde alguna
raíz inconsciente de nuestro ser:

Y aunque el ave
De mal agüero
Se precipita y grazna
Un día cualquiera
Sobre el filo en furia
De la guadaña
Un sí biológico y fraterno se impone
Orlando Muñoz apela por la respuesta natural, el impulso vital del ser humano. Dicha
respuesta no es enteramente racional, sino instintiva y hasta primitiva si se quiere.
Frente a las vicisitudes hostiles que vivimos y las que se avecinan, el ser humano no
deja de avanzar y creer. La misma naturaleza nos empuja, el mismo acto de
supervivencia se sobrepone a cualquier calamidad. He aquí la fuerza de la vida misma
frente a la muerte y el olvido. La crisis del coronavirus ha socavado el imperio de los
seres humanos hasta sus cimientos y lo ha hecho temblar. Las grandes
desestabilizaciones han mostrado al mundo como un castillo de naipes. En mi opinión,
tanto el poema como la misma tragedia de la pandemia actual, no dejan de ser una
invitación a reflexionar sobre nuestra posición en el mundo. Las cosas que hacemos y
permitimos, las cosas que se venden como ciertas y normales. Los tiempos de crisis
siempre han representado grandes desafíos, pero está en nosotros cómo respondemos y
qué tomaremos para volver a edificar el futuro.

of-am

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