Tamaulipas, México, hogar de ilustres dominicanos (3 de 3)
Al finalizar esta corta serie acerca de la presencia de varios dominicanos en Tamaulipas, México, especialmente en Ciudad Victoria, donde ejercieron papeles relevantes en actividades políticas, sociales y culturales, es necesario decir que ellos formaron un eslabón clave en la cadena de amistad que durante siglos ha unido a ambos pueblos latinoamericanos; a pesar de algunos ruidos esporádicos de las chicharras que siempre aparecen en sociedades como las nuestras.
Aunque es escasa la bibliografía de los emigrantes dominicanos hacia México (especialmente en el siglo XIX) al presente se ha podido hacer una modesta recopilación de las principales ocupaciones de algunos de ellos en el noreste de ese país del norte de América:
José Núñez de Cáceres, de quien en la primera entrega destaqué su variado protagonismo allá; así como en la segunda parte me referí al casi desconocido Simón de Portes, quien murió con más años que un bosque, pues varias versiones sobre su óbito coinciden en que pasaba de la centuria cuando cerró definitivamente sus ojos. Ahora hablaré de Adelaida Gil.
Importante es decir que varios científicos sociales, entre ellos Samuel Baily, Eduardo Mínguez, Milton Gordon y Richard Alba, sostienen (cada cual con sus matices) que el fenómeno humano de las migraciones no se limita a cuestiones etnográficas y demográficas.
A mi juicio los referidos, así como muchos otros, tienen razón. La cultura, en sus diferentes vertientes, es un componente imprescindible al momento de hacer las valoraciones de los nexos que se forman entre las personas que llegan a un lugar y las que los reciben. En muchas ocasiones también marcan el paso de vínculos históricos entre países y pueblos, a lo que los franceses llamarían liaison.
Ese ha sido el caso entre la República Dominicana y México. Hay muchos ejemplos al respecto, incluyendo la labor de divulgación cultural que realizó Pedro Henríquez Ureña en la capital de ese país.
Los dominicanos arriba mencionados, además de otros nuestros, forjaron fuertes filamentos que desde el siglo antepasado han robustecido tramos comunes de la historia bilateral de la República Dominicana y México.
Por eso es oportuno recordar ahora que: “La primera vez que se oyó en el hemisferio el título de benemérito de las Américas fue por acuerdo del Congreso dominicano, en cuyo seno Benito Juárez, campeón sin miedo y sin tacha de la libertad continental, era visto como una reencarnación de Bolívar, San Martín, Hidalgo y Morelos juntos, convocados por los dioses tutelares de América en el cuerpo de un indio mexicano”. (Obras Completas. Tomo XIX. Impresora Serigraf, 2009. Juan Bosch).
Adelaida Gil viuda Portes
La dominicana Adelaida Gil tuvo que exiliarse en México en la flor de su juventud. No pudo volver a su tierra natal. Se estableció en Tamaulipas, donde se casó con el abogado mexicano Domingo Portes, hijo del citado expatriado dominicano Simón de Portes.
Su esposo murió joven, devorado por una terrible enfermedad que consumió los pocos ahorros familiares. Ante esa espantosa realidad Adelaida Gil viuda Portes tuvo que criar sola, y bajo enormes sacrificios, a sus dos hijos que aún eran niños. Entre ellos estaba Emilio Cándido Portes Gil, que luego sería presidente de los Estados Unidos Mexicanos, entre otros muchos cargos relevantes.
Doña Adelaida Gil dejó su impronta en Tamaulipas y todo México. Dicho eso en razón de que aunque nadie lo dejara escrito la realidad fue que ella tendría necesariamente que ser una mujer en la cual palpitaba un elevado concepto de autoestima personal y un pensamiento relevante sobre la responsabilidad materna, social y política. La historia oral ha permitido que su memoria supere el paso del tiempo en la historia de allá y de aquí.
Los resultados de su vida en Tamaulipas la asemejaban al estilo de los personajes que aparecen en la obra “La asamblea de las mujeres”, escrita hace más de 2,400 años por el gran comediante griego Aristófanes, en la cual se resalta, entre otros temas, el papel que juegan las mujeres en la política.
Dicho lo anterior, aunque se sabe las dificultades que siempre han tenido las féminas para hacer valer sus derechos. Oportuno es recordar al respecto a la gran pedagoga y filósofa dominicana Camila Henríquez Ureña, que en un ensayo acerca de la mujer, publicado el 25 de julio de 1939, dijo entre otras cosas que:
“Sus derechos personales quedaban absorbidos por los del marido. Sus hijos no estaban bajo su autoridad, sino bajo la paterna…al llegar al siglo XIX vemos que no se ha producido nunca en el mundo una situación que haya permitido a la mujer el desenvolvimiento libre de su personalidad humana…La mujer no ha conocido más que restricciones”. (Camila Henríquez Ureña. Feminismo y otros temas sobre la mujer en la sociedad. Editora Taller, 1989.Pp 23 y 25).
Adelaida Gil viuda Portes, más que nadie, fue precursora de lo que se conoce en la historia de Tamaulipas, y de México en general, como el “portesgilismo”, encarnado en su hijo, el presidente Portes Gil, una de cuyas características era enmarcarse en las reglas constitucionales, pero aplicando matices de principios revolucionarios propios de su época y su sociedad y conceptos típicos del pragmatismo que crearon y desarrollaron los pensadores William James, Charles Sanders y John Dewey.
Doña Adelaida nació en la ciudad de La Vega. Los Gil de allí, según los registros genealógicos existentes, eran para entonces una sola rama familiar, con reconocida influencia social y económica en la región del Cibao.
De ahí que hay que presumir que ella estaba vinculada por lazos de sangre con los revolucionarios Basilio Gil, muerto en combate en el asalto que los restauradores hicieron a la fortaleza de los anexionistas en la referida ciudad de La Vega el 26 de agosto de 1863; así como de Dionisio Gil, exiliado por motivos políticos en Cuba, donde fue tan extraordinaria su hoja de servicios en los Estados Mayores de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo que se convirtió en el primer dominicano que le cupo el honor de tener una estatua en el extranjero, cuando erigieron la suya en la ciudad cubana de Cienfuegos.
Al terminar estas breves evocaciones de algunos dominicanos que marcaron en parte la historia de Tamaulipas, hay que reiterar que los tamaulipecos supieron aquilatar en el pasado, y lo siguen haciendo en el presente, a los aludidos, por su obra positiva en su tierra regional y por extensión en todo México, la hermosa tierra donde se saborea el tequila y el mezcal, con tacos y mariachis y se venera la virgen de Guadalupe.
JPM