Proliferación de medios: ¿A quién le creo?

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

La que pone título a este breve escrito es una pregunta que debería acompañarnos como si se tratara de la vestimenta. Como es más que evidente, este tiempo no está para menos.

Con tantos medios al alcance de cualquiera, con tanto desconocimiento sobre la incidencia de los medios en las personas, con tanta perversidad de gente que no escatima vías para lograr lo suyo y con la ingenuidad con que muchos “le dan pa’llá” a todo lo que les llega, lo más atinado es hacerse esa pregunta muy frecuentemente.

Es que, sencillamente, internet ha permitido que cualquier persona con acceso a la red pueda crear y distribuir contenido. Algunos hablan de “democratización de la información”. Lo real es que vivimos una etapa con gran saturación de contenidos. Primero con internet y ahora con la IA, tanto la velocidad como la cantidad de mensajes son “herramientas” para confundir y manipular.

Antes de que internet se difundiera tanto, los medios tradicionales tenían enorme y casi exclusiva incidencia en todo lo que circulaba como mensaje. Ahora esos medios, como táctica para mantenerse, compiten con una infinidad de nuevos medios que van desde las denominadas plataformas hasta redes sociales.

Pero lo peor es que, con la proliferación de medios, la calidad de los contenidos está seriamente afectada. Con tanta gente que no se pregunta “a quién creerle” sino que simplemente cree y “le da pa’llá”, la inmensa mayoría de medios sólo está enfocada en la cantidad de “tontos útiles” a embaucar.

Las plataformas digitales, especialmente las redes sociales, utilizan algoritmos que priorizan el contenido que genera más interacción. Por eso abunda tanto el contenido basado en estímulos emocionales. Por eso usan noticias impactantes, polémicas, chismes y otros recursos reñidos con los escrúpulos.

Y para que sea peor, con el uso de las denominadas «burbujas de filtro» logran dos propósitos siniestros: el primero, que quienes no acostumbran a hacerse preguntas solo vean contenido que refuerza sus creencias; el segundo es que, logrado ese primero, se polarice la sociedad y se dificulte lograr acuerdos.

Lo que ocurre es que gente inescrupulosa se dedica a promover noticias falsas (fake news) y contenido sensacionalista. Esa gente se siente “en su agua” con esos contenidos porque apelan a emociones como el miedo, la ira, la burla o la indignación. Eso solo deja de funcionar cuando las personas desarrollan la capacidad de discernir entre información veraz y contenidos para manipular.

Para contrarrestar esa corriente, nada mejor que fomentar la educación mediática y el pensamiento crítico. Eso solo se detiene con personas que aprendan a usar herramientas para evaluar la credibilidad de las fuentes y entender cómo funcionan los algoritmos que moldean su consumo de información.

Hace falta detenerse y entender que vivimos en una era de sobrecarga informativa, de infoxicación, donde el volumen de datos disponibles es abrumador. Eso dificulta la capacidad de las personas para procesar y analizar la información de manera crítica. Con eso, la atención se fragmenta, y es más fácil caer en la superficialidad.

Vivimos una etapa en la que el empeño por la inmediatez de las redes sociales y la cultura del «clic» fomentan respuestas impulsivas en lugar de reflexivas. Por fortuna, también hay movimientos que promueven el pensamiento crítico, como el periodismo de verificación de datos (fact-checking) y la educación en habilidades digitales. Pero en eso solo repara quien duda, y se pregunta antes de creer.

Y como si faltara más, ahora la inteligencia artificial (IA) está jugando un papel cada vez más determinante en la personalización del contenido. Eso puede ser beneficioso si se utiliza para compartir información relevante y de calidad, pero también puede ser peligroso si se usa para reforzar sesgos y limitar la exposición a diversidad de perspectivas.

La capacidad para razonar y tomar decisiones informadas dependerá en gran medida de la educación mediática y la conciencia sobre cómo funcionan las tecnologías que moldean nuestra experiencia informativa.

Finalizo con dos noticias: una mala y una buena. La mala: los estímulos emocionales seguirán siendo usados para manipular. La buena: también hay oportunidades para fomentar un consumo de información más reflexivo y consciente. Ante la mala y para aprovechar la buena, la pregunta que pone título a este escrito sirve como valioso punto de partida.

 nestorestevez@gmail.com 

JPM

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Félix R.
Félix R.
1 dia hace

Excelente. Gracias por tan edificante escrito.