Yoqui, el perro fiel de Balaguer

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

 

 

La historia está repleta de relatos de animales que fueron conocidos por la grandeza de sus amos. El  cuadrúpedo más notorio en la antigüedad tuvo por nombre Bucéfalo, el caballo propiedad originalmente de Filipo II rey de Macedonia y luego de Alejandro Magno.

 

Según lo narrado por Plutarco, autor de la obra «La Moralia», una recopilación de setenta y ocho ensayos sobre moral, el animal comenzó a ponerse bronco y solo el joven Alejandro consiguió tranquilizarlo volviendo su cabeza al sol, cegándole. En ese momento su padre Filipo II le dijo: «Hijo, búscate un reino que se iguale a tu grandeza, porque Macedonia es pequeña para ti».

 

También se cuenta de Toto, el famoso perro en la formidable película musical «El Mago de Oz», una adaptación de la novela infantil El maravilloso mago Oz, escrita por el literato estadounidense Lyman Frank Baum, en la cual una joven es arrastrada por un tornado en el estado de Kansas y dejada en una maravillosa tierra donde habitan brujas buenas y malas, un espantapájaros que habla, un león cobarde, un hombre de hojalata y otros seres extraordinarios.

 

Joaquín Balaguer, en su magnífica obra «Yo y mis condiscípulos», escribe: «El hecho de haber nacido en un campo contribuyó a familiarizarme desde niño con toda clase de animales domésticos». Y más adelante continua el afamado escritor dominicano: «Siempre he tenido perros en mi casa y siempre he sentido por ellos un cariño y una devoción no comunes».

 

¿Sería que el amor que sintió Balaguer por los perros tuvo que ver con la leyenda de aquel buen franciscano llamado san Roque, cuya vida fue salvada por un perro mascota que iba todos los días a lamerle la úlcera que una enfermedad había producido en su cuerpo?
No sabemos tampoco si el poeta y literato Joaquín Balaguer era supersticioso, lo que sí sabemos es que el perro es un animal fiel a su amo y, además, se cuenta que el perro es capaz de ver a los espíritus y sobre todo de advertir la presencia de la muerte y de avisar la maldad de otro contra su amo.

 

Cuenta Balaguer que Yoqui, su leal perro collie: «todas las horas del día y de la noche esperaba en la puerta de mi habitación». A manera de resaltar la fidelidad de este can el celebrado autor de «Yo y mis condiscípulos» nos trae la forma en que el poeta, abogado y político mexicano Manuel José Othón, autor de una obra póstuma «Himno de los bosques», se refiere con singular facundia a la nobleza del perro: Veamos: «No temas, mi señor: estoy alerta mientras tú de la tierra te desligas y con el sueño tu dolor mitigas dejando el alma a la esperanza abierta. Vendrá la aurora y te diré: despierta huyeron ya las sombras enemigas. Soy compañero fiel en tus fatigas y celoso guardián junto a tu puerta».

 

El poeta chileno Pablo Neruda escribió una «Oda al gato», que dices: «Los animales fueron imperfectos, largos de cola, tristes de cabeza. Poco a poco se fueron componiendo, haciéndose paisajes, adquiriendo lunares, gracia, vuelo. El gato, solo el gato apareció completo».

 

Refiere Balaguer con gran desconsuelo: «…la noche del 30 de mayo encontré al regresar a la casa que mi inseparable compañero Yoqui había sido envenenado. El autor de ese incalificable acto de crueldad fue un prominente miembro de la Unión Cívica que pasó frente a mi casa y arrojó por encima de la verja la carne envenenada. La agonía del animal fue larga y dolorosa y yo asistí a ella desgraciadamente impotente».

 

Si para el distinguido escritor santiagués la muerte de su perro Yoqui le oprimió el corazón, igual de inconsolable debió ser la pena de Josefina, la esposa de Napoleón Bonaparte, con la muerte de su can llamado Fortuna.

 

Se me ocurre traer a este trabajo, a manera de ilustración, la hermosa fábula de Esopo titulada «La zorra y el perro»:

 

«Penetró una zorra en un rebaño de corderos y arrimando a su pecho a un pequeño corderillo fingió acariciarle. Llegó un perro de los que cuidan el rebaño y preguntó: «¿Qué estás haciendo?» «Le acaricio y juego con él», contestó con cara de inocencia. «¡Pues suéltalo enseguida, si no quieres conocer mis mejores caricias!«.

 

Según lo narrado por el ilustre poeta y escritor hispanoamericano Joaquín Balaguer el malvado que lanzó la carne envenenada a Yoqui, su perro guardián, no se topó en su infamia con el aguerrido perro del cuento de Esopo ni tampoco con el feroz león que Napoleón trajo a Francia desde Egipto, en cambio, se encontró un mal día con una turba enardecida que le cobró, por otro motivo, la maldad ocasionada al leal animalito de esta historia.

 

Y, después de la muerte de Balaguer y de su perro fiel Yoqui, el gallo colorao trepado en el árbol agradable surgido de la tierra en el medio del huerto tiene que contemplar con tristeza desde su tumba egregia a perros herejes ladrándole a la luna, como el poema del poeta mejicano Jaime Sabines convertido en canción por Joan Manuel Serrat.

 

Imagino que si Yoqui le hubiese sobrevivido a su amo iría cada día a su lapida para dirigirle la oración de la mañana; en cambio, algunos de los que le pervivieron al fiel animalito son otros que se transformaron en cuervos.

JPM

 

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