¿Y fue tan magno Alejandro?

La pluma excelsa del escritor Stendhal resplandece cuando en el primer párrafo de su novela “La cartuja de Parma”, subraya, “El 15 de mayo de 1796, el general Bonaparte hizo su entrada en Milán, al frente de ese joven ejército que acababa de pasar el puente de Lodi y de mostrar al mundo que, después de tantos siglos, César y Alejandro tenían un sucesor”. Yo me atrevería a decir que de César quizás, pero de Alejandro Magno jamás, por extraordinarias que pudieron ser las victorias logradas por Napoleón. Y lo expreso con pasión, ningún otro ser viviente que haya ejercido el oficio de guerrero superará las hazañas bélicas del magno Alejandro. Solo las maravillosas acciones de los personajes mitológicos en la Ilíada y la Odisea de Homero, lo lograrían opacar. “Aquiles es mi héroe”, solía decir después de un gran combate este inigualable titán de la historia. Un documental sobre este singular gladiador, colgado en youtube, y animado por un fondo musical épico, inicia con estas magistrales palabras: “En la historia gloriosa y terrible de las conquistas militares, hay un nombre que destaca por encima de todos los demás: un guerrero, un rey, una leyenda: Alejandro Magno (356 A.c. – 323 A.c.). Y añade: -“Nunca ha habido otro como él en el mundo”. El material recalca, “Nacido de una madre despiadada, educado por el más brillante de todos los filósofos, Aristóteles; motivado por un padre dominante, Filipo II (382 A.c. -336 A.c.), jefe supremo de Macedonia. Alejandro fue soldado luchador a los catorce años, general a los dieciocho y como si fuese poco, rey a los veinte”. Mas, fatalmente cadáver a los treinta y dos. Alejandro era un gigante desde pequeño. Su rostro y su cuerpo dicen los atributos de una personalidad sin arrugas ni pliegues en el temperamento. Firme y decidido como las rocas que las olas furiosas no logran destruir. Valiente por encima de las cumbres de la temeridad. Ágil pensador de extrema capacidad analítica. Estadista de los pies a la cabeza. Un verdadero diplomático aun con atuendos de soldado y un militar sin pausa aunque la guerra lo atrape vestido de diplomático. La enorme inteligencia de Alejandro Magno sorprendió a su progenitor y sembró el celo cuando siendo un adolescente combatió en presencia del padre y venció al enemigo. Filipo reconoció al instante que el hijo suyo procreado con la bruja Olimpia de Epiro, estaba destinado a ser grande, pero muy grande. “El mundo estará rendido a sus pies”. Así lo había proclamado su hechicera madre en los altares humeantes de Delfos. Filipo respiraba estupefacto, lo que presenciaron sus ojos, acostumbrados a mirar miles de hombres en el fragor de la lucha armada, fue un hecho que a su juicio sería irrepetible. “Nunca más esto se repetirá”. Decía el rey macedonio con sensación de envidia y de orgullo. Su vástago peleó con una destreza incomparable. Más que un soldado pareció un artista en pleno espectáculo entusiasmado con el toque triunfar de las trompetas, cuyo sonido inspiraba al manejador de la espada como si Alejandro fuese un escultor tallando en bronce la estatua de Ares, dios de la guerra. El poder militar era en las manos de este ambicioso general una botella de vino, mientras más bebía mayor resultaba el placer de seguir ingiriendo, y si la botella llegaba a su fin, otras alcanzarían a la mesa hasta no agotar los fondos de la embriaguez. Así mismo el mundo parecía no tener límites ante los ojos de Alejandro. Y pueblo por pueblo caían conquistados en el lúcido tablero de sus jugadas de ajedrez, donde su pensamiento guiaba con maestría sorprendente las partidas del tablero para no perder una ficha por insignificante que pareciera. Observado el movimiento de sus 43 mil soldados en el triunfo sobre el rey persa Darío y viéndolo avanzar en los caminos de sus 12 años de conquistas, llegando a recorrer cerca de 40 mil kilómetros por los territorios de los que ahora son Grecia, Turquía, Líbano, Egipto, Irak, Irán y Pakistán. Entonces se descubre que, sus estrategias parecían ecuaciones matemáticas, donde el cálculo del resultado se reflejaba con la fidelidad propia de los números. Pues bastaba mirar cómo planificaba el riesgo en la cantidad de posibles hombres caídos de su lado; las cifras de víctimas que causaría en las filas de los enemigos; el tipo de armas a utiliza; las condiciones del terreno y el clima; el tiempo empleado en la victoria y el espacio ya tomado. Todo estaba calculado, como cuando los contables se confían en que el cuadre del dinero dará las cantidades perfectas, “nada de más ni de menos”. Eso era Alejandro Magno, una máquina humana de exactitud matemática diseñada para ganar batallas. Y por eso es y aseguro que será, el más grande guerrero de la historia de la humanidad.

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