Vivencias de María Magda Sans

María Magda Sans es el nombre de otra de las refugiadas republicanas que se radicó en Ciudad Trujillo a finales de 1939, acogida en nuestro suelo durante tres años y medio. Una resuelta barcelonesa funcionaria de la Consejería de Trabajo del gobierno de la Generalitat, que se desempeñaba como secretaria del consejero del ramo cuando debió abandonar la Ciudad Condal el 26 de enero de 1939, asediada ésta por las tropas franquistas en los días finales de la cruenta Guerra Civil.

 

 

Enviada por sus superiores a Gerona con su máquina de escribir a cuestas, donde se suponía debía organizarse la resistencia, el cumplimiento militante de esta tarea fue el inicio de sus peripecias, casi surrealistas, por las poblaciones catalanas desoladas, reportando partes de guerra a unas autoridades militares en desbandada.

 

 

Vivencias malhadadas que incluyeron sufrir ametrallamientos a cargo de aviones cazas franquistas, pérdida del medio automotriz de transporte y largas caminatas, todo ello para cumplir a pie juntillas con el deber asignado. Pasando por el dramático cruce a Francia por la frontera que supuso la movilización de más de medio millón de refugiados. El incierto destino y la vida plagada de constreñimientos en los campos de concentración franceses habilitados al efecto. De uno de los cuales, el de Verdún, nuestra heroína se escaparía. Su relato sobre esas tortuosas incidencias tiene un formidable valor testimonial, evidencia por demás del proverbial coraje catalán.

 

 

La tesonera María Magda Sans formó aquí familia con otro compañero de destierro, miembro de la Junta de Defensa de Madrid y dirigente de las Juventudes Socialistas Unificadas, quien la paseaba por la calzada de nuestro romántico Malecón cantándole inspirado Vereda Tropical (“quiero besar su boca, otra vez, junto al mar”).

 

 

Como sucediera con otros refugiados, al cabo de unos años, esta pareja decidió buscar nuevos horizontes, emigrando a Cuba y estableciéndose luego en México, donde echó raíces empresariales. De esta experiencia, la Sans nos dejó un valioso testimonio de guerra y exilio, cuya parte concerniente a su viaje desde Francia a América y a la estancia en República Dominicana hoy compartimos con nuestros lectores.

 

 

TESTIMONIO

 

 

Desde su mirador francés, reflexionaba nuestra autora. “Éstos fueron tiempos de mucha tensión. Muchos no comprendimos, de momento, el Pacto Germano-Soviético. Tuvimos que analizarlo en su profundidad, para encontrar el porqué. Era cuestión de ganar tiempo. La declaración de guerra interrumpió toda nuestra labor. A mí, se me documentó para embarcar por el puerto de Saint Nazaire, en el paquebot Flandre en dirección a Santo Domingo.

 

 

Fue el 26 de octubre de 1939 cuando el barco zarpó. Éramos un grupo de 250 republicanos españoles que formábamos una entrañable hermandad. La desgracia nos unía pero jamás nos sentíamos vencidos y las esperanzas vivían dentro de cada uno de nosotros. Navegábamos en plena guerra. El barco estaba pintado con camuflaje y a pesar de todo, éramos espiados por submarinos alemanes. Por las noches todo era obscuridad. El barco navegaba a obscuras para pasar más desapercibido.

 

 

“Hicimos escala en la isla de Santo Tomás. ¡Todo lo que íbamos viendo era tan diferente! Estuvimos unas pocas horas solamente. El día 7 de noviembre, desembarcamos en el puerto de Ciudad Trujillo, capital de Santo Domingo. Los habitantes de esta isla son, también, mayoría de raza negra; sus facciones son muy bellas. Hay también una minoría de raza india parecida en belleza, a los personajes que pintaba Julio Romero de Torres.

 

Una minoría es de raza blanca. Todos nos acogieron cálidamente. Para ellos, nosotros éramos una novedad. Para nosotros, todo lo que nos rodeaba era extraño. El calor era sofocante. No estábamos acostumbrados al trópico y los primeros tiempos necesitábamos constantemente tomar duchas de agua fría.

“Empezamos a vivir una extraña y nueva existencia. Se formaron Colonias Agrícolas que daban acomodo a varios de nuestros compatriotas y que fueron ejemplo para los habitantes de sus alrededores ya que, aparte del trabajo que desarrollaban durante el día, aportaban una vida cultural muy intensa. Además, se crearon fuentes de trabajo de diferentes índoles, tales como pequeñas fábricas de calzado y de muebles, etc. También eran incorporados a la vida activa del país a todos los profesionistas de las diversas ramas, como catedráticos universitarios, doctores, ingenieros, arquitectos.

 

 

Todos los españoles que allí íbamos llegando vivíamos muy hermanados y existía una gran solidaridad. Cada vez que anunciaban la llegada de un nuevo barco, corríamos al puerto para reconocer entre los recién llegados a alguien de nuestros antiguos amigos o compañeros de antaño.

 

 

TIEMPOS DOLOROSOS

 

 

“Vivíamos pendientes de las noticias de los frentes de batalla. Marcábamos en un mapa el movimiento de los avances o retrocesos de las operaciones militares. La angustia vivida cuando la ocupación de Francia por las tropas nazis, el pensamiento puesto hacia los miles de compatriotas que allí quedaron y la impotencia de no poder remediar nada, presidía nuestra vida. Fueron tiempos muy dolorosos para todos. Pero en medio de tanto sufrimiento, la vida continuaba y tratábamos de vivirla lo más positivamente posible.

 

 

“Carecíamos de noticias sobre nuestras familias y era muy difícil nuestra adaptación, ya que vivíamos con la mente condicionada a una transitoriedad, con respecto a nuestra permanencia en América. Todos nuestros esfuerzos estaban encaminados a un regreso más o menos inmediato a nuestra patria. Creíamos que del triunfo de las fuerzas aliadas dependía, en parte, la restauración de la legalidad constitucional en España.

 

 

“Los años fueron pasando y el tiempo ayudó a cicatrizar muchas heridas y restablecer y encauzar nuestras vidas, cada una, por diferentes senderos. Muchos de nosotros a los que la guerra nos había encontrado en plena formación, apenas empezando a vivir, más tarde, ya en América, encontramos entre nuestros compatriotas, la pareja adecuada para formar una familia.

 

 

“Entre mis pocas pertenencias, seguía teniendo una máquina de escribir portátil. Ella fue la introductora para que yo conociera al que fue y ha sido mi esposo. Nos conocimos porque una antigua y mutua conocida nos presentó. Él necesitaba una máquina de escribir para mecanografiar unos artículos y yo tenía una. Así empezamos a tratarnos Agustín y yo.

 

 

Simpatizamos y nos identificamos. Día a día fuimos descubriendo más afinidades y acabamos por enamorarnos. Nuestro noviazgo duró ocho meses y fue muy bello. Paseábamos por la avenida Washington, precioso paseo que la capital de Santo Domingo tiene y que bordea la orilla del Mar Caribe. Él, con su hermosa voz, me cantabaVereda tropical y otras muchas canciones de esa época, bellas y sentimentales.

 

 

“Decidimos unir nuestras vidas y, de esa unión, nació nuestra primera hija a la que pusimos por nombre Victoria. Vivíamos muy modestamente. La isla de Santo Domingo no ofrecía muchas oportunidades y, económicamente, era muy difícil para todos. Por tal motivo, tomamos la determinación de probar suerte en Cuba, después de haber permanecido tres años y medio en esta bella isla tropical.

 

 

CUBA Y MEXICO

 

 

“Cuba tampoco fue nuestra solución. Allí conocimos a personas encantadoras y encontramos más identificación, pero nuestra adaptación no pudo realizarse porque las leyes de trabajo de esa época eran bastante difíciles para los extranjeros. Allí nació nuestro hijo Agustín. Permanecimos en Cuba un año, al término del cual resolvimos trasladarnos a México, donde encontramos mayores afinidades e identidades. Fueron años muy duros pero, poco a poco, logramos volver a vivir.

 

 

“Mi esposo empezó trabajando como comisionista. Más tarde ocupó el puesto de gerente de una fábrica. Se asoció con otros compatriotas en el ramo de la construcción y luchó durante muchos años hasta labrarse una desahogada posición. Yo, por mi parte, cuando hizo falta, monté un taller de confección y durante algún tiempo ayudé a los gastos familiares hasta que ya no hizo falta. En México nació nuestra tercera hija.

 

 

“Nuestra vida económica iba mejorando pero siempre pensando en nuestra patria y en todos los acontecimientos políticos que en ella sucedían. Mi esposo fue un excelente maestro político para mí, ya que traía todo un historial que, poco a poco, fue volcando en mí. Él había sido un dirigente de las Juventudes en España y había formado parte de la Junta de Defensa de Madrid pero, por encima de todo esto, resalta su sensibilidad y ternura, sus conocimientos intelectuales y su gran humanidad.

 

 

“La lucha por la vida ha sido dura. Por fin, después de muchos intentos, mi esposo fundó una compañía dedicada a la construcción, colaborando con otras personas. Es muy reconfortante participar en la creación de algo. Yo, en pequeña escala, colaboré con mi esposo. Todo lo que es creativo, me fascina. Me gusta pintar un cuadro. En pequeña escala, en todo he podido participar.

 

 

“Creo firmemente que la emigración española ha aportado a sus patrias de adopción, un gran beneficio en todas las ramas que forman la vida de una nación. Nuestros hijos y nuestros nietos son una aportación muy positiva. Sentimos que hemos forjado seres humanos útiles a la sociedad, ya que muchos de ellos han destacado en sus diferentes actividades y están plenamente adaptados a su país.

 

 

“Nosotros, los transterrados, vivimos eternamente entre dos amores. El amor a nuestra lejana patria, a nuestras costumbres, a nuestras raíces. Es un amor nostálgico por todo lo que dejamos, sin querer dejarlo y, por otra parte, el amor a nuestra patria adoptiva, donde creamos nuevas raíces y tenemos grandes afectos. Siempre es lógico que la vida sea una mezcla agridulce. No todo es malo, no todo es bueno.

 

 

“Deseo dejar una constancia del profundo agradecimiento que el exilio español, todo, siente hacia México, país que nos acogió cual ninguno. Donde nos hemos sentido y nos sentimos como en nuestra propia casa. México nos dio la oportunidad de vivir con dignidad.”

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