Venezuela

Nicolás Maduro no es ni sombra de lo que fue Hugo Chávez, pero tampoco
creo yo que el presidente de Venezuela aspire a heredar ese liderazgo
excepcional, sino a continuar o profundizar la revolución social que
inicio su fallecido antecesor, un modelo de gobierno que se convirtió en
referente para pueblos oprimidos América Latina, Asia y África.

Venezuela padece hoy los efectos de una extendida
ofensiva de violencia impulsada por sectores poderosos nacionales y extranjeros
que procuran crear un escenario de crisis política y convulsión social
que se lleve por delante al gobierno chavista.

Es oportuno aclarar que en Venezuela no hay- al menos no
todavía- una crisis política ni institucional, sino un proyecto insurreccional
en marcha que aspira a crear una situación de ingobernabilidad, mediante
sabotaje a la economía.

No se niega que el gobierno de Maduro ha incurrido en
errores, algunos matizados de graves y que su conexión con la clase media ha
sido casi nulo, posiblemente por creer que en Venezuela es posible
realizar un trasplante del modelo cubano.

Por sus enormes riquezas petroleras, la patria de Bolívar debería estar
ya a las puertas del desarrollo, pero un tipo de capitalismo salvaje ha
succionado por décadas la plusvalía que genera la explotación de esos recursos
y de otros muchos, por lo que lo único del pueblo que ha aumentado han
sido las favelas.

En América latina es imposible imponer una dictadura del
proletariado o una especie de Dictadura con Respaldo Popular en alianza
con sectores de una burguesía progresistas, por lo que la Revolución
Bolivariana esta compelida a producir un giro hacia la moderación económica y
política.

Venezuela no es ni será Cuba, aunque la Revolución caribeña tiene
mayores posibilidades de surcar el camino del modelo chavista, tal y como
lo concibió el comandante Chávez, basado en un capitalismo humanista con
el estado como promotor de la redistribución de la renta pública.

En vez de ese discurso político que fue superado con el 20
Congreso de la URSS, en los albores de la Guerra Fría, al gobierno de Maduro le
conviene impulsar una alianza estratégica con la burguesía progresista, en una
especie de frente contra la oligarquía, que asociada a los imperios
todavía domina amplios espacios de poder político y económico.

La revolución bolivariana no puede pretender sofocar fuego
con fuego ni vincular su proyecto con otros que ya no son referentes en
el traspatio latinoamericano. Para poder completar la obra del comandante
Chávez se requiere prudencia, sin producir virajes violentos que
causan vuelcos fatales.

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