Valoración de la emigración arábiga

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EL AUTOR es escritor y publicista. Reside en Santo Domingo.

 

En diciembre del 2010 le escribí una carta a mi amigo Quico Tabar, donde —y después de varias misivas que cursamos acerca de la altísima penetración haitiana al país—  le manifesté mi agradecimiento por ser —él— un digno representante de la inmigración árabe en República Dominicana. Le expliqué a Quico, que mi valoración por la inmigración arábiga la esparcía en la novela que escribía, donde narraba el asentamiento en el este dominicano de una familia libanesa y el progreso que diseminó en el entorno que le tocó vivir, aportando profesionales y militares de valía.

Con esto, traté de comunicarle que la inmigración árabe ha constituido un ramal étnico de extraordinaria importancia, destacándose muchos de sus descendientes en la medicina, tecnología, economía y política, amén de una exquisita culinaria.

En mi epístola no traté, sin embargo, de presentarle a Quico Tabar un análogo entre las migraciones árabes y haitianas al país, manifestándole que las improntas entre ambos asentamientos diferían, ya que los aportes haitianos a la nación, salvo algunas singularidades —como la de mi amigo Jacques Viaux, quien fue miembro de la Generación maldita del 60, y aportó su sangre a la resistencia nacional contra la segunda intervención norteamericana, en 1965—, se concentraron principalmente en las plantaciones de café, cacao y caña de azúcar, donde introdujeron cambios radicales y beneficiosos, gracias a los mulatos que no pudieron embarcarse hacia Francia, en 1804, tras las sanguinarias persecuciones de que fueron víctimas a raíz de su independencia, siendo obligados a cruzar nuestra frontera.

La mayoría de esos inmigrantes se aposentaron en San Cristóbal y sus alrededores, destacándose, entre otros, los Montás, los Leger, los Duvergé, los Boissard, los Renville, los Silié, los Aliés, los Chevalier (que aportaron sangre a Trujillo), etcétera.

Aunque Quico lo sabía mejor que yo, le recordé que la inmigración árabe cristiana comenzó a establecerse con fuerza en el país a finales del Siglo XIX y comienzos del XX, debido a las persecuciones musulmanas. Estas oleadas árabes instauraron en la nación comercios y fincas, mezclándose ardorosamente con nosotros, quienes aún luchábamos por autoidentificarnos.

Le dije, además, que entre los anunciantes de mi agencia siempre conté con empresarios palestinos y libaneses, con los cuales conversaba sobre la valía de los aportes arábigos a la historia del hombre, a través de una sólida cultura que ofreció a la historia inventos como el arado, el álgebra, el alcohol, el cristal, el espejo, el jabón, la cámara oscura, la bomba de agua, el molino de viento, el botón y, sobre todo, con su literatura, que penetró en Europa como un destello de luz a partir de Las Cruzadas.

Le expresé a Quico que de ninguna manera quería comparar las migraciones haitianas y árabes, porque sabía que en las almas de los expatriados se mueve una profunda nostalgia que los envuelve y aguijonea, aprisionándolos en su propia diáspora y conectándolos siempre al dolor que los obligó a emigrar.

jpm

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