Una semana de martirio
La última semana de Jesucristo, antes de morir, se convirtió en un martirio para él. Era el período en que debía concienciar a sus discípulos sobre su muerte y resurrección, pero a la vez, crear las condiciones para que éstos supieran cual era su responsabilidad durante y después de esas cruciales circunstancias por las que tenían que pasar. Sin duda alguna, que era una situación de gran envergadura para el Maestro de Galilea.
Anunció que subían a Jerusalén, pero que allí sería detenido, enjuiciado, entregado a los gentiles, azotado, condenado y crucificado. Era el tiempo de la confiabilidad en sus discípulos, de la confrontación con la realidad de su misión, de la depresión psicológica y sobre todo de la definición total a la obediencia de la voluntad del Padre Celestial. Pero, a la vez, declarar la veracidad de la condición espiritual de sus discípulos. No había más tiempo, pues, había llegado la hora esperada.
Reunió a sus discípulos para instruirlos sobre la eucaristía (Santa Cena), la cual debía ser el recordatorio de su cuerpo partido por los pecados de todos, de la sangre derramada para la remisión de éstos. Pero, también, ante sus seguidores íntimos, desenmascaró al enemigo que anduvo junto a él, pero desconocido por los discípulos, a Judas Iscariote, quien le vendió, le traicionó y le entregó con un beso.
Jesucristo, en esa semana, evidenció ante el pueblo en Jerusalén y para todos los pueblos y tiempos, quienes eran las autoridades religiosas de la época, a quién obedecían y porqué estaban en contra de él. Por eso, ellas pagaron a Judas por la entrega, buscaron falsos testigos contra Jesús, le hicieron un juicio injusto, con el propósito de justificar pedir la muerte de éste ante Poncio Pilato. ¿Por qué entregar un judío a los gentiles? ¿Por qué aún sabiendo que Jesús era inocente pedir su muerte?
Jesús teniendo conocimiento de la crueldad del hombre y también sabiendo él, que Satanás estaba utilizando al hombre para hacerlo sufrir lo más posible, su mente estaba en una situación crítica, por eso sus continuas oraciones en Getsemaní. Los discípulos de él no entendieron el momento que vivía su Maestro, pues no velaban junto a él en oración, más bien, dormían por el cansancio. Era el tiempo de saber que estaba solo en esa difícil misión, sufrir y morir por todo ser humano.
La sociedad hebrea estaba siendo conducida por sus líderes religiosos y políticos a un enfrentamiento con Dios, y por ende al fracaso de la nación. No hay duda, que todo ésto preocupaba a Jesús, por eso ante los lloros de unas mujeres por la situación sufrimiento de Jesús, él les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientos que no concibieron, y los pechos que no criaron: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿En el seco, qué no se hará?» Lc. 23:28- 31.
El ser humano, es eterno, y por esta razón, Jesús tuvo que venir a morir, para que el humano tenga una posibilidad de ir a la vida eterna y no a la condenación eterna. Si la vida humana terminara con la muerte, entonces hoy no se hablaría de «semana santa». Esa semana de la vida de Jesús sobre la tierra, conllevaba padecimientos que pagaban la deuda causada por el pecado en cada humano, pero a la vez, satisfacía a Dios como redención, remisión y rescate de sus criaturas. El cumplió la voluntad de su Padre, al morir en la cruz.
Jesucristo sufrió con gozo, por la magnitud del bienestar que causaría a los humanos. El veía la ignorancia del humano, quien teniendo las Escrituras, las cuales les decían toda la verdad sobre su vida, éstos actuaban y actúan aún contra su bienestar. De ahí que, Jesús «sufrió tal contradicción de pecadores,» moría en mano de los humanos y con esa muerte los salvaba. Haciendo un bien y le pagaban con un mal.
La última semana de Jesucristo en la tierra, sacó a luz el plan de Dios, el cual consiste en hacer consciente a los hombres de que son pecadores, y que en consecuencia la condenación era la paga a ese extravío de ellos. Más el amor de Dios, consistió en mandar a su Hijo a morir por los hombres. Sólo a través de Jesucristo, los hombres pueden librarse del infierno. Por tanto, se debe considerar esta semana, como la semana de reflexión sobre la relación entre Dios y los hombres.
Se debe decir gracias Dios por bendecir a los hombres por medio de Jesucristo, y rogar que siempre siga bendiciendo a todos. Pero a la vez, pensemos en el prójimo por quien Cristo también murió. En estos días «si bebe , no maneje» y «si maneja vehículo, por favor no beba». No participe en riña contra su prójimo, pues, Dios también lo ama como a usted. Sea cortés y haga el bien.
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