Un pueblo unido, jamás será vencido

Es totalmente falso el argumento esgrimido por algunos, de que los dominicanos no son valerosos ni tienen tradición de lucha anti-imperialista.
Si hacemos una simple revisión a nuestra historia, comprobaremos que sí tenemos coraje y que es sólido y abundante el patriotismo nuestro. Lo demostramos contra las invasiones de los Estados Unidos de los años 1965 y 1916, pero fundamentalmente luego de que en 1861 se produjera la anexión de la República a España.
Me he animado a hacer estas reflexiones debido a que, precisamente un día como hoy, en 1865, los españoles comenzaron a abandonar el país luego de que los dominicanos (un país pobre y atrasado, pero valiente) les diéramos una “pela de calzón quitao”, a pesar de que ellos eran una de las principales potencias del mundo y tenían un ejército poderoso y bien armado.
Los argumentos de la anexión
Para analizar el tema debemos remontarnos a los años posteriores al 1858 cuando el gobierno de Pedro Santana, agobiado por las dificultades, concibió la «luminosa» idea de buscar auxilio de una potencia extranjera que ayudara a resolver los problemas de estabilidad política y seguridad económica que entonces tenía el país. En este sentido, puso su mira en España, de la cual consideraba que los dominicanos no debieron nunca haberse separado.
A pesar de que la Corona Española no estaba muy entusiasmada con la idea, los emisarios de Santana lograron convencerla de que aceptara anexar la República Dominicana como provincia de España, bajo el compromiso de “primero, a no restablecer nunca la esclavitud en territorio dominicano; segundo, a considerar al territorio dominicano como provincia española permitiéndole disfrutar de los mismos derechos de las demás provincias; tercero, a utilizar los servicios del mayor número posible de funcionarios públicos y militares dominicanos en el nuevo gobierno que surgiera a consecuencia del tratado que se firmaría; cuarto, a amortizar todo el papel moneda circulante en la República Doinicana en aquellos momentos; y quinto, a reconocer como buenos y válidos, todos los actos de los gobiernos dominicanos desde 1844 hasta la fecha”. (Cita extraída del Manual de Historia Dominicana, de Frank Moya Pons).
La anexión fue proclamada formalmente en la Plaza de la Catedral el 18 de marzo de 1861, pero de inmediato surgieron los problemas pues el nuevo panorama era muy distinto al que Santana y sus colaboradores habían concebido. El primer inconveniente se le presentó al propio Santana, cuando se percató de que en materia de autoridad él no podia seguir gobernando a su antojo, ya que dependía del Capitan General de Cuba, Francisco Serrano. Es así como todos los funcionarios y militares que él había nombrado comenzaron a ser sustituidos por españoles traídos desde Cuba y Puerto Rico.
El mayor revés lo registró Santana con los militares que le habían sido leales, los cuales en su mayoría no fueron aceptados como miembros del Ejército Español pues sus hojas de servicio fueron consideradas deficientes.
Con la población civil también hubo problemas . “Tan pronto como los españoles llegaron a Santo Domingo descubrieron que el pueblo que ellos venían a gobernar no era tan hispánico como les habían asegurado pues la población en su mayoría era de color y sus costumbres habían diferido enormemente de las españolas después de varios siglos de aislamiento y, lo que era más decisivo, después de 22 años de convivencia con los haitianos y de otros 17 años de vida independiente. De buenas a primeras las diferencias entre los soldados españoles y la población dominicana empezaron a manifestarse. Algunas de esas diferencias fueron graves desde el principio mismo de la anexión, en especial aquellas que tenían que ver con la raza y el color de dominicanos. Este fue un tema de constante conversación entre todo el mundo pues los españoles ofendían constantemente a los dominicanos haciéndoles ver que en Cuba y en Puerto Rico ellos serían esclavos y tratándolos con evidente actitud de superioridad, cosa ésta que tuvo sus efectos incluso entre los mismos dominicanos, pues los más blancos empezaron a alejarse del trato de sus amigos de color, para no correr el riesgo de ser asimilados a ellos o considerados inferiores por los españoles que ahora gobernaban”. (Manual de Historia Dominicana, de Frank Moya Pons).
También hubo problemas:
a) Con los comerciantes, porque el nuevo gobierno se negó a amortizar el papel moneda, como les había prometido Santana y les obligó a pagar altos impuestos por las mercancías que adquirían no provenientes de España.
b) Con los campesinos, porque los soldados españoles les incautaban constantemente sus animales de carga.
c) Con muchas familias, porque el nuevo arzobispo, Bienvenido de Mozón, les comenzó a obligar que contrajeran matrimonio.
d) Con el clero dominicano, porque el mismo Arzobispo les prohibió que simultáneamente fueran masones y les autorizó a retener sólo 50 pesos mensuales para sus gastos.
Estallido de la rebelión
Por estas y otras cosas, la rebelión estalló a principios de febrero del 1862 y dio paso a una guerra que duró casi dos años, durante los cuales los dominicanos de las distintas regiones fueron levantándose consecutivamente y demostraron una increíble sagacidad, pues como se enfrentaban a un ejército numeroso y bien armado, optaron por la “guerra de guerrillas”, fundamentalmente en los campos de la línea Noroeste, contando con la colaboración de Geffrard, el entonces presidente de Haití.
“La guerra se convirtió así en una pesadilla para los españoles, que en ningún momento encontraban un enemigo compacto y visible que se les enfrentara, con excepción de aquellos puntos como El Sillón de la Viuda, que era el paso hacia el Cibao, en donde desde el principio el Gobierno Restaurador destacó fuerzas permanentes al mando de Gregorio Luperón, primero, y del mismo Presidente Salcedo, después, con el encargo de cerrarle el camino a las tropas de Santana que desde Monte Plata y Guanuma querían vencer su resistencia para invadir el valle del Cibao”. (Moya Pons).
Un factor que favoreció a los dominicanos es que los españoles no se adaptaron nunca al clima dominicano y comenzaron a padecer enfermedades. “Las diarreas, los vómitos y las fiebres producidas por las aguas infectadas y los mosquitos, además del rámpano, les fue restando a los españoles alrededor de 1,500 soldados mensualmente que, tan pronto caían enfermos, tenían que ser enviados a los hospitales de Puerto Rico y Cuba para que no murieran en Santo Domingo”.
Muy pronto España se convenció que era imposible continuar esta guerra, ya que los dominicanos mayoritariamente se habían rebelado y estaban demostrando más destreza, valor y superioridad. A pesar de ser un pueblo débil, pobre y «mal comío», estos últimos duraron luchando dos años durante los cuales provocaron a España más de diez mil bajas y unos 33 millones de pesos (de aquella época) en pérdidas.
El 3 de marzo de 1865 la Reina de España se vió obligada a derogar la anexión. El 10 de julio, un día como hoy, los militares de este país comenzaron a salir masivamente del territorio dominicano
Es así como la Guerra de la Restauración fue una de las jornadas más bellas y patrióticas, en razón de que por primera vez, en forma unánime y organizada, los dominicanos se enfrentaron a un imperio y, a pesar del enorme poderío de éste, lograron vencerlo haciendo galas de la estrofa del Himno Nacional que reza:

¡Salve! el pueblo que, intrépido y fuerte,
A la guerra a morir se lanzó,
Cuando en bélico reto de muerte
Sus cadenas de esclavo rompió.
La gesta tiene un enorme significado. Es, posiblemente, es la mejor demostración que los dominicanos hemos dado de que es cierta aquella máxima que dice: “Un pueblo unido, jamás será vencido!!”.

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