¿Un joven católico menos?
POR:MARY ANN LOPEZ MENA
Si tuviera que describir mi vida en cuatro aspectos que me caracterizan, los resumiría diciendo que soy: (i) una joven –adulta- de 26 años de edad; (ii) abogada; (iii) docente universitaria; y (iv) cristiana católica practicante. Resalto este último aspecto pues es precisamente el motivo por el que me siento a escribir con ansias este artículo que les comparto.
Proviniendo de una familia católica, desde pequeña me inculcaron asistir todos los domingos a las 11:00 de la mañana a la eucaristía del Padre Maza en la Iglesia Santísima Trinidad de esta ciudad de Santo Domingo. Gracias a esto y otras actividades, mi juventud no ha estado ajena a las tantas manifestaciones que la “comunidad juvenil católica” efectúa en nuestro país.
Aunque admito que con el pasar de los años me he alejado considerablemente de las actividades señaladas, aún mantengo la costumbre de visitar el Santísimo al menos una vez por semana. Puntualmente, el de la Casa de la Anunciación.
Les confieso que en estos últimos tres (3) años me he estado preguntado con frecuencia ¿por qué cada día acudimos menos jóvenes a la Iglesia Católica? Resulta, para mi sorpresa, que hoy día 9 de diciembre de 2014, siendo las 8:20 de la noche, finalmente, obtuve respuesta (¡Gracias a Dios!).
Comparto con ustedes los breves pero inolvidables acontecimientos que dieron lugar a la contestación de la interrogante antes citada, en la fecha y hora señaladas.
Justo antes de salir con un amigo del Santísimo, entraron dos “ministros” de la Iglesia, -aclaro que eran “ministros” pues se dirigían a sacar a Jesús sacramentado de la urna para la Eucaristía que se estaba oficiando y llevaban puesto una tela triangular blanca en el cuello que los distinguía como “dirigentes de la comunidad”-, y mientras uno le vociferaba de la nada a mi amigo, tal cual vendedor del Estadio Olímpico, “quítate esa gorra que tú no estás en un parque”, el otro le decía, en el mismo tono del anterior, esta vez señalando al mismísimo Jesús sacramentado, “Señor, no escuches su oración pues él no sabe lo que hace”. Todo lo anterior por tener una gorra dentro de la iglesia.
El único comentario de mi amigo al salir del Santísimo fue, “yo que pensaba que Dios se preocupaba por el corazón, no por las apariencias”. Por mi parte, lo único que me pregunté fue si esos señores habrían considerado los problemas que podría tener mi amigo los cuales hicieron que olvidara quitarse la manzana de la discordia, antes de criticarlo.
Inmediatamente, y, en medio de un mar de emociones encontradas tras el atropello de dichos “servidores” y sintiéndonos como un par de “María’s Magdalenas” luego de recibir como pedradas las frases transcritas, recibí respuesta:
Somos cada día menos los jóvenes católicos practicantes pues nuestros dirigentes y nosotros mismos hemos olvidado que “Dios es el que justifica” (Romanos 8,33); que no estamos llamados a “juzgar por las apariencias” (Juan 7, 24) sino a “amarnos los unos a los otros” (Romanos 11, 10); y que “uno solo es el Juez, aquel que hizo la ley que es quien puede salvar y condenar” (Santiago 4, 12).
No importa la Iglesia a la que asistimos, asistíamos o vayamos a asistir, hoy recordé que estamos llamados a servir, a perdonar, a amar, pero sobre todas las cosas a no juzgarpues al final se ministra con el ejemplo no con el título de “servidor” de la Iglesia.
“Hermanos, no se critiquen unos a otros. El que habla mal de un hermano o se hace su juez, habla contra la Ley y se hace juez de la Ley. Pero a ti, que juzgas a la Ley, ¿te corresponde juzgar a la Ley o cumplirla?” (Santiago 4, 11).