Trujillismo: una vaina que no ha muerto

 
 
Cuando estudié la licenciatura en Historia en la UASD (1984-89), confirmé que el sátrapa Trujillo y su atmósfera académica-cultural aún respiraban e impartían docencia, muy a pesar del famoso fuero universitario y, quizás, o sin quizás, a nombre de una libertad de cátedra. Lo digo, por algunos métodos de enseñanza que iban desde lo memorístico y anecdótico hasta la sentencia antipedagógica –de algunos profesores- de que había que cursar varias veces una determinada signatura para aprobarla.
 
Porque hay un error pedagógico-metodológico-cultural: creer que el trujillismo fue sólo una expresión-aberración física en el tiempo-histórico (1930-61), obviando sus secuelas ideológicas-doctrinarias: instrumentalización de la educación con el componente étnico-racial, el monopolio económico-político de sus herederos (no biológicos, sino político), la perpetuidad en el Estado de sus remanentes en una simbiosis cuasi imperceptible.
 
La mutación de viejas prácticas corruptas; y la peor, la entronización de esa cultura antidemocrática en los partidos políticos llegando casi casi –ya- a otro monopolio o emporio de una clase política de donde emergerá (mañana-mismo) los futuros actores o árbitros de los partidos, los poderes públicos y el empresariado. Tal vez, o porque intuyen, que las monarquías están en crisis, apuestan al disfraz generacional de los hijos y nietos. Y con ello, se repetirá la vieja historia circular de riqueza por generación espontánea.
 
¡Vaya milagro que será! Pero, por si apelan a algún sorteo de lotería (cosa que dudo mucho), solo para guardar las apariencias, abajo queda mi nombre. No se olviden: juego palé y caraquita, y de vez en cuando, la nacional. No habrá excusa.
 
Igual, lo de la V República, también, aunque por otra vía, vendría a ser la misma vaina envuelta en canto épico. Esto es: “mete el dedo ahí que la cotorrita no está ahí”. ¡Anja! Créanlo.
 
No mirar ese proceso de mutación y reciclaje, es, en cierta forma, hacernos pajas mentales con prohibición de libros, museos y recreaciones infantiles (Aida/ “A la sombra de mi abuelo”) sobre la travesuras –que no cuenta- de un sádico y asesino (Trujillo) que nunca anduvo solo, sino, acompañado de secuaces y esbirros  que aun escriben, tienen poder y se enojan. ¡Miremos a la redonda!, y veremos especímenes variopintos de esa estirpe por doquier.
 
Cierto que hay que olvidar, pero tampoco vamos a durar la historia (algo infinito) entera llorando y lamentándonos de lo vivito y coleando que aún está el trujillismo.
 
Vamos, pues, a empezar por la sugerencia del escritor Mario Vargas Llosa [por supuesto, antes de que escribiera su desaguisado artículo-calumnia, “Los parias del Caribe”]: hagamos un museo de los “Horrores de la Era de Trujillo”, discutamos y aprobemos un nuevo currículo educativo, empujemos para lograr el imperio de la democracia en los partidos políticos.
 
Exijamos y demandemos avances institucionales, ahoguemos con cambios y reformas el andamiaje teórico-jurídico-cultural del trujillismo de culto; pero sutilmente reivindicado, a través de un rentable negocio bibliográfico sobre la Era y el sátrapa que, aunque con un barniz de cientificidad –en algunos casos-, no deja de delatar al autor-participante (¡Que agallas!, protagonizaron la historia de la Era, y ahora –o mejor, desde hace rato-, la escriben sin tapujo desde una objetividad e imparcialidad que espanta y da vergüenza ajena).
 
Ya sabemos (por Juan Bosch, Juan Isidro Jiménez Grullon, Roberto Cassá, Frank Moya Pons, René Fortunato, entre otros historiadores) de los crímenes, de los horrores, de las torturas, de los asesinatos, de las violaciones, del saqueo y robo al país, y también, de la degradación material-espiritual en que Trujillo y su régimen hundió a la sociedad dominicana por tres décadas. Pero de lo que se trata ahora, es de descodificar el maldito código-Trujillo del entramado educativo-cultural que lo perpetua.
 
¿Cómo descodificar al maldito código-Trujillo educativo-cultural-académico? Sencillo, hagamos que la democracia dominicana se cimente en un sistema de justicia probo e imparcial; y ante todo, basada en un currículo educativo público-privado cuyos componentes ético-filosóficos perfilen un tipo de ciudadano que repele los falsos valores democráticos (jerarquía vitalicia de los partidos políticos, corrupción pública-privada, justicia de mercado, y un largo etcétera) y que exija que la política sea oficio y profesión de ciudadanos que resistan un arqueo a su trayectoria ética-económica-laboral.
 
Solo así, desterraremos al trujillismo y su realidad en la política, en los partidos políticos, las academias, la prensa, el poder (incluida toda la superestructura política-ideológica: Estado-Iglesia-Escuela-Justicia, y tres más novísimas: Sindicatos de chóferes, o como lo bautizó gráficamente don Radhamés Gómez Pepín “Los dueño del país”, Ongs y Sociedad Civil -a estas tres corporaciones C. por A., hay que hacerle, también, un arqueo contable de sus cuentas y asambleas donde decretan sus vitalicios gerentes-. Esto podría ser mucho, pero, inevitablemente, es lo mínimo para empezar. ¡Hagámoslo, pues!, y dejémonos de mojigangas.
 
 
Extraído de mí libro Oficio de loco
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