Tras las huellas imborrables de Rubén Darío

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

Quisiera hacer este homenaje desde el cielo y la tierra de Granada, pero no sé por qué tengo que irme a la ciudad de San Pedro Metapa o a Madrid. En este aniversario de Rubén Darío tengo que decir con ilimitada sequedad que ningún poeta nacido en América conquistó a Madrid como Rubén, bardo nicaragüense nacido en Ciudad Darío.

 

Como escritor estadounidense de profundas raíces antillanas, encaminé mis pasos pausados hacia  la calle 155 del Alto Manhattan, en la ciudad de Nueva York para visitar la prestigiosa Sociedad Hispánica de América, fundada el dieciocho de mayo de 1904 por el hispanista estadounidense, Archer Milton Huntington, y encontrarme con el célebre recuerdo de Rubén Darío.

El día ante había visto a once jóvenes en una sala virtual y reflexiones ¿acaso comienza por aquí el mundo o esta  escena es parte temporal de la edad robótica? Quise creer y entender que en ese instante por las redes de los jóvenes no pasaban Whi6tman ni Darío; pero Que cosa tiene la vida” dijo Alberto Cortes, ambos inolvidables humanistas aunque no se quiera ver forman parte de nuestro tiempo.

Penetré animado a ese templo sagrado de la Hispania y al traspasar el umbral recibo la brisa perfumada y sugerente que despiden los dioses de la inspiración poética y literaria. Inicio una intensa búsqueda y encuentro en aquel santuario donde reposan las divinidades eminentes, la figura emblemática de Rubén Darío que emerge refulgente y se inflama sobre el “valor de lo cotidiano”, como diría la escritora e intelectual portuguesa, Iris Milagros Zavala.

En un ángulo perfumado desde mi óptica observo sorprendido un manojo de brillantes maestros del universo literario reunido en una alegre velada lirica rodeados de jóvenes estudiantes, entusiastas e inspirado, extasiados escuchando voces en prosas y en versos que convertían aquel ambiente en un escenario de corte paradisiaco  o delicioso de poetas.

Aquí me aborda gratamente mis recuerdos aquella impresionante obra antológica modernista hispánica que lleva por título “La Corte de los poetas” (1906), de la prestigiosa autora, investigadora y catedrática acreditada de literatura española, Marta Palenque. La edición de esta hermosa obra estuvo a cargo de la editorial sevillana Renacimiento con la cual abrió su colección “Laurel”.

Fue precisamente en ese momento que nuestro personaje protagónico, Rubén Darío,  se dispone a declamar una de sus predilectas e inmemorables poesías “Canción de otoño en primavera” de la cual me voy a permitir algunas estrofas como un homenaje a la juventud:

“Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro…y a veces lloro sin querer. Plural ha sido la celeste historia de mi corazón. Era una dulce niña, en este mundo de duelo y de aflicción. Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera obscura hecha de noche y de dolor”.

En esta sublime y memorable velada imaginé que estaba entre aquellos jóvenes que asistían a oír las tertulias literarias que llegó a sustentar Rubén Darío en el Madrid de 1900, que estimularon en los jóvenes modernistas como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán, Jacinto Benavente, Francisco Villaespesa, Mariano Miguel de Val y Emilio carrere sobresalir en las artes literarias con elocuencia y altísima preponderancia intelectual.

Fue el propio Emilio Carrere, a quien la profesora Palenque describe como “altivo con su pipa y su melena, como un D. Juan con su ropilla y con su espada, quien hizo el milagro de esta serena antología expresando en su dedicatoria excelente: “¡Paso y honor al libro de la juventud!”, refiriéndose, claro está, a la obra “La Corte de los poetas y el modernismo hispánico”.

Luego de mi visita y del gozo estético que me produjo  esa velada en el sagrado templo encendido de la Hispania de Nueva York, se me ocurrió hacer un viaje traslaticio a la ciudad de Madrid, España, tratando de reencontrarme en la patria de Antonio Machado con el poeta nicaragüense.

Es justamente el ilustre poeta, brillante escritor español, Antonio Machado, quien me recibe en la puerta de entrada de la antigua, histórica e influyente villa cultural de Madrid y me dices: “Te invito a escuchar esta hermosa oda la cual he escrito como un homenaje a Rubén Darío”.

“Si era toda en tu verso la armonía del mundo, ¿Dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, corazón asombrado de la música astral. ¿Te ha llevado Dionysos de su mano al infierno y con las nuevas rosas triunfantes volverás? ¿Te han herido buscando la sonada Florida, la fuente de la eterna juventud, capitán? Que en esta lengua madre la clara historia quede; corazones de todas las Españas, llorad.  Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro, esta nueva nos vino atravesando el mar.

Pongamos españoles, en un severo mármol, su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo, nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan”.

En mi viaje de sueños y de exploración me encuentro adorablemente con una obra poética del celebrado e insigne poeta asturiano, Ramón de Campoamor de cuya influencia se llenó Darío el espíritu de una sagrada inspiración literaria. Y de repente me dispongo a entrar a la librería Hijos de Santiago Rodríguez, la más antigua y legendaria de España y afortunadamente me encuentro por delante con un poemario de índole dramático y filosófico  que tiene como titulo Doloras y con ardorosa pasión comencé a leer:

¡Sobre arena y sobre viento lo ha fundado el cielo todo! Lo mismo el mundo de el lodo que el mundo del sentimiento. De amor y gloria el cimiento solo aire y arena son. ¡Torres con que la ilusión mundo y corazón llena. Las del mundo sois arena, y aire las del corazón!”.

Debido a lo limitado del espacio que me concede el periódico, ello me contiene hacer el necesario peregrinaje a la ciudad de Santiago de los Caballeros de León donde vivió el egregio poeta nicaragüense, Rubén Darío.

Sin embargo, desde esta tierra americana le deposito alegóricamente una flor especial que tiene la facultad de lo imperecedero a manera de recordar su temprano fallecimiento y colocársela en su sacro mausoleo, como una forma de reverenciar solemnemente su eminencia poética y poder tocar con dulzura la lira que está en su escultura, como la tocada por el rey David para serenar a Saúl, besar al mismo tiempo el escudo de Mallorca que está gravado en su extraordinario monumento y repetir firmemente: “Y que sirvan de polen tus cenizas, en nimbo azul de un florecer humano salvándose las vallas fronterizas con versos y con rosas en la mano”.

jpm

 

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