Tomás Hernández Franco : Poeta y deportista (2 de 3) 

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El autor es profesor universitario de Lengua y Literatura. Reside en Santiago de los Caballeros 

«Un campeón dominicano de boxeo dominicano, Hernández Franco, bate al campeón universitario de París…». (Periódico La Información, 28 de abril de 1924)

Sin tener que remontar a la actualidad en que reyes y emperadores no vacilaron en bajar a la arena para medir sus fuerzas con todos los atletas en diferentes competiciones, recordemos que en la actualidad, Tunney, el campeón del mundo de boxeo, ya retirado, es un graduado en Leyes, en Filosofía y en Letras, que nunca ha abandonado sus actividades intelectuales y que en las dos mejores universidades del mundo, las de Oxford y Cambridge, de Inglaterra, es en donde están los mejores humanistas, los mejores helenistas, los mejores estetas, los mejores teólogos del mundo, los cuales son, al mismo tiempo, los mejores boxeadores, los mejores remeros, los mejores jugadores de football, los mejores atletas, en fin…

Recordemos también que Goethe, el estupendo poeta alemán, fue un gran atleta que practicó siempre la marcha a pie, la esgrima, la natación, la equitación y el patinaje. Que Lord Byron fue un nadador maravilloso que en mayo de 1810 atravesó el Helesponto a nado.
Que Lamartine fue un excelente montador de caballo, que Víctor Hugo y Alejandro Dumas admiraron el boxeo dejándonos, el primero de ellos, un excelente retrato de boxeador en el “Hombre que ríe” y que Teófilo Gautier mismo practicó diariamente el boxeo francés, que es mucho más peligroso que el inglés, y que el mismo Federico Mistral, el suave autor de Mireya, nos ha dejado en esa obra capítulos que pueden considerarse como los precursores de la actual literatura deportiva.

El músculo no mata inteligencia. Al contrario, el mente sana en cuerpo sano de que nos hablaron los latinos es hoy más que nunca una verdad, y sólo el deporte, su práctica leal y devota, puede procurar ese bello equilibrio que es y ha sido el ideal de todos los tiempos.

Veamos ahora, a la ligera, algo del simbolismo que hay en todos los deportes:

Tomás Hernández Franco

Los griegos, quienes, como ya hemos visto, fueron los padres del deporte, llevándolo hasta alturas que todavía nadie ha podido reconquistar, pusieron en todos sus juegos un origen simbólico que recorría, desde la ofrenda religiosa hasta la imitación de la guerra, y muchos mitos de la antigüedad viven todavía en todos los deportes, sin que muchos de los atletas que en la actualidad lo practican lo sepan siquiera.

Así, para poneros un ejemplo que puede ser de interés inmediato para ustedes, en el mismo beisbol, una reconstrucción de aquellos ejercicios en que el hombre necesitó, desde los albores de la historia del mundo, ejercitarse para conservar su vida cuando sólo disponía de las armas rudimentarias con que lo dotó la naturaleza.

Todo jugador de beisbol necesita ante todo ser un corredor. La carrera del beisbol no se parece a todas las demás carreras: el corredor no solamente necesita ir de prisa para llegar a una meta donde ningún peligro lo espera, sino que es una carrera que tiene todo el aspecto de una fuga, porque el corredor huye de la posibilidad del out que lo acecha o de la bola que lo persigue. Primer símbolo: el instinto de conservación del hombre primitivo.

Seguidamente un jugador de beisbol no puede tirar la bola como un niño que tira una piedra al azar. Necesita precisión en la tirada, saber con una exactitud de centímetro a donde va a parar la pelota después que salga de sus manos. Segunda aparición del hombre primitivo que sólo disponía de la piedra para abatir a sus enemigos, pájaros, hombres o fieras, en los primeros tiempos de su vida en la tierra. Las mismas frutas eran desprendidas a pedradas, y el hombre se acostumbró a la destreza de apararlas entre sus manos, en cabriolas difíciles, para que muchas veces no fueran a parar al fondo de un abismo o entre las manos hábiles de algún compañero más fuerte o menos diestro.

Viene luego el bate, arma ya más perfeccionada que la piedra, maza que sirvió en los lejanos tiempos como instrumento de ataque y de defensa. En el béisbol todos los esfuerzos físicos se emplean y todas las formas de ese esfuerzo se manifiestan claramente, pero también el cálculo, la fuerza de la inteligencia, la malicia, arma suprema que el hombre primitivo empleó como último argumento contundente para vencer a sus enemigos.

Así vemos el símbolo de ese juego, simbolismo que se descubre en todos los deportes actuales, pues no hay ninguno que no corresponda claramente a los íntimos reflejos que vienen rodando con los siglos en el subconsciente de la humanidad.

Como ustedes habrán visto, he venido empleando indistintamente las palabras deporte y sport. Sin embargo, la palabra deporte no significa exactamente sport y esta última palabra, ya internacionalizada y usada en todas las lenguas, nos parece más exacta.

Varias veces se ha intentado dar una definición de esa palabra que satisfaga a todos, y varios autores y autoridades en la materia se han ocupado de ello desde hace más de cincuenta años. Paul Adam nos había escrito en 1907: “Se llama sport toda obra coordinando una serie de actos físicos homogéneos y razonados a fin de aumentar la agilidad, el valor y la potencia del hombre”.

El poeta Rolmer lo definía: “El sport es un medio de vencerse o de vencer a un enemigo”. Y Marcel Prevost, de la Academia francesa, proponía la siguiente: “El sport es el ejercicio metódico e higiénico del cuerpo humano en vista de aumentar su fuerza, su agilidad y su belleza y de desarrollar la energía de la voluntad al mismo tiempo que procura reposo al espíritu”.

Todas esas definiciones pecan, como se habrá visto por vagas y por largas, habiéndose encontrado en Francia esta otra definición más precisa: “El sport es una lucha y un juego”. Simplemente, y es así en realidad, el sport es una lucha siempre, una lucha contra el tiempo, contra el espacio, contra la fatiga, contra la edad, contra el adversario, que sea hombre, cosa, idea o sentimiento, una lucha contra la pereza, contra el hábito y contra el fastidio. Es un juego también porque es una forma de la actividad cuyo objeto está en sí misma.

Esa lucha exige voluntad, paciencia, orden y método, cualidades que van con el éxtasis y la actitud contemplativa. Ese juego exige firmeza de cuerpo y de espíritu, optimismo y lirismo.

Admitamos, pues, esa definición que es la más precisa y la que mejor cuadra a la verdadera misión del sport, tal y como ha sido comprendido en todos los países. El verdadero sport es moral y moralizador, suprime las distancias, acerca todas las clases sociales, pone en contacto a todos los ciudadanos que de otro modo quizás no podrían jamás encontrarse en el mismo nivel. Todo lo que acostumbra al hombre a sostenerse de aplomo sobre sus piernas, a sostener los choques, a mirar fríamente a su adversario, encierra una virtud educativa que todas las democracias deben utilizar.

(*) – Versión de la conferencia “El Sport, su historia, su simbolismo, su filosofía y su influencia moral y material en la civilización”, dictada por Tomás Hernández Franco  en el Teatro “Apolo” de Tamboril el  27 de octubre de 1931. 

dcaba5@hotmail.com

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