Sustituir los ruidos
«Y hubo tanto ruido, que al final llego… el final». Joaquín Sabina.
Yo no sé en qué edad usted decidirá «cuando es cuando», pero a mí me parece que a esta edad que suelo habitar (60) es el tiempo de apagar los ruidos. Los ruidos que producen todas las mierdas que escuchamos constante e insistentemente y es que somos maestros de la especulación y la ambivalencia.
La cantidad de «información» que recibimos a diario, en esta época de internet, es abrumadora. Quizás no nos demos cuenta, pero estamos perdiendo !Tanto! De nuestra vida que apenas «vivimos un poquito» desapegados de los medios y el resto estamos aferrados a toda «esa magia acaparadora» que nos embelesa con el celular.
Si tomamos en cuenta que nosotros mismos somos capaces de «lanzar» cualquier chochada a través de nuestro aparatito mágico y que con solo apretar un botón podemos alcanzar al mundo, deberíamos concientizarnos que si «eso que lanzamos abruptamente» no está ni siquiera claro para nosotros, entonces, debemos de abstenernos en promover «el ruido» que tambalea al mundo.
La imaginación anda suelta y descarriada, somos testigos de cientos de recetas y manuales y códigos y demás consejos para: ser mejores, más sanos, más flacos, más gordos, más espirituales, más creyentes, más, más, más… Estoy seguro de que muchos se han envenenado o fallecido de mil maneras gracias a «estos sabios» surgidos de la nada y desaparecidos hacia la nada misma.
Uno oye cada cosa y de repente entiende como cientos de personas emigran de la ciudad hacia una jungla siguiendo a «un mesías» como Jim Jones, y terminan tomando veneno donde todos mueren en busca «de la vida eterna». Así surge, años más tarde, «otro salvador» Osho, quien logra convencer a miles de seguidores ofreciéndoosle «esa misma vida eterna», aunque en este último caso, asumiendo esa «plenitud» de forma instantánea y sin necesidad de suicidarse.
Es tanto el ruido que hemos dejado de ser, de estar presentes, de mirarnos un poco hacia adentro. Nuestro cuerpo se ha «momificado» y petrificado al punto dé, que seriamos incapaces de participar en cualquier actividad que requiera el ejercicio de nuestro cuerpo.
Momias digitales, buscando una iluminación desde el ruido que nos agota a diario.
La política y sus «vivaces y leyunas palabras» son proferidas constantemente por aquellos a quienes solemos confundir como hombres «sabios» cuando en su mayoría son oportunistas. Los hechos del pasado así no los indican. ¿Cuántos políticos han resultado ser ladrones? La oportunidad hace al ladrón, dice el refranero popular…
Si a usted le sucediera lo que me paso a mí en lo alto de una montaña en Samana, se daría cuenta de cuanto ruido sufrimos muchas veces sin buscarlo. La señal del celular no alcanzaba esa lejanía de monte adentro. Subí con dificultad hasta la cima y desde allí, absorto con la espectacular vista, de repente noté que no escuchaba nada.
El silencio se hizo presente y como un niño sin sostén del brazo materno me sentí frágil y desprotegido. Nunca había alcanzado el estar conmigo. Nunca me había pensado como logre pensarme, nunca había sentido la falta de los otros y nunca llegue tan cerca de descubrirme desde adentro.
El impacto entre brutal y calmo me sacudió por un instante instándome a tomar conciencia de lo que «yo» era. Un ser debidamente equipado de atributos adecuadamente dispuestos para integrarme al entorno, pero no solo a «ese entorno humano» sino a «ese todo» que conforma la naturaleza y su conjunto.
A la ausencia de ruido pude sentir como mi yo, mi alma o mi consciencia, como les queramos llamar, se hizo presente brindándome una sensación de alivio y libertad solo alcanzada en los primeros años de la niñez.
Volver al centro, desprendido de todos y enraizado en mí, lo que soy, lo que pienso que soy, y lo que soy en verdad. Una luz que se nos escapa constante gracias al ruido que la nubla.
Estar presente nuevamente dentro de todo el mundanal que nos rodea es una labor que se alcanza empleando la disciplina del observador. Entender que somos como hormiguitas bobas que se mueven constantemente en un ritmo provocado por las otras y que terminaremos agotados si no detenemos esa marcha de pretensiones, chismes, elucubraciones y demás especulaciones de pretender ser portadores de verdades infundadas.
Alcanzar la paz interior dentro del tumulto es posible. Sí, vamos reduciendo los ruidos externos e internos, sustituyéndolos por el bienestar del amor. Desear el bien continuamente, aún sea a quienes no nos caen bien, nos sumirá en un trayecto de bondades que se reflejaran en nuestra vida, dándonos todo lo que deseamos en salud, dinero y amor.
La magia existe y está en cada uno de nosotros. Solo que la incredulidad también se viste de ruido que no nos deja tocarla. Comencemos a bajar el volumen, a mirarnos más adentro hasta descubrir las energías que poseemos. Utilicémoslas en el bien, porque todo lo bueno solo nos traerá cosas buenas.
El ruido está infectado de vibraciones dislocadas y confusas. Hay que vibrar en armonía porque solo así alcanzaremos estabilizarnos y en consecuencia estabilizar a los demás. Regresaré a esa montaña para besarla y abrazarla. Le agradeceré lo que me enseñó en breves minutos de silencio absoluto donde el mar cercano y el cielo abrigador se fundieron conmigo recordándome que soy parte del paisaje de la vida. !Salud! Mínimo Caminero
jpm-am
tinnitus