Suiza: donde la cháchara socialista no germina
Generalmente acostumbro a mediado de año y entrando el verano, realizar un viaje de placer en compañía de mi esposa y casi siempre al viejo continente de Europa. En esta ocasión viajamos a mitad de este mes de junio a Suiza, nación a la cual siempre anhelaba conocer.
Suiza está ubicada en la Europa Central con apenas una población de 8.5 millones de habitantes y es más pequeña que la República Dominicana, pues tiene un área de 41.277 Km2 y sin salida al mar, haciendo frontera con Francia, Alemania, Italia, Austria y Liechtenstein.
Se le considera uno de los países más rico del Viejo Mundo, su economía una de las más sólida, desarrollada y moderna, a la vez que su PIB es uno de lo más altos en toda Europa. El nivel de vida de sus ciudadanos es altamente envidiable y el índice de desempleo uno de los más bajo. Su capital es Berna, la segunda ciudad en importancia económica es Zurich en donde se concentran cientos de grandes empresas, bancos y comercios mundiales y Ginebra, sede de diversos organismo internacionales. Sus ciudadanos tienen una amplia formación académica y es una nación políglota ya que sus habitantes hablan alemán en su mayoría, francés, italiano y romanche.
Suiza es un país que goza de amplio prestigio por su postura de mantenerse alejada de las confrontaciones internacionales, su imparcialidad y su política de neutralidad en los conflictos armados. Esto tuvo su origen tras la Batalla de Marignano en 1515 y en donde perecieron 10 mil soldados suizos y así ha permanecido hasta el día de hoy.
Lo que pude conocer en Suiza
A parte de Suiza ser para un turista como «una postal» por sus bellezas y encantos, tiene marcas famosas que la distinguen en el mundo como el afamado Nescafé suizo, la fábrica de alimentos Nestlé, los relojes Rolex, Patek Philippe, TAG Heuer, Tissot, Rado y Longiness; sus famosas navajas militar «Swiss Army»; ser productora de finos quesos, productos lácteos, exquisitos chocolates y su reconocida estirpe ganadera. Suiza también tiene muchas otras y cualidades que hacen que el turista se sienta a gusto y encantado de caminar por sus calles y avenidas.
La educación de sus ciudadanos y su comportamiento social, la tranquilidad de sus calles y el respeto al medio ambiente; la protección de que gozan sus ciudadanos al tener una policía eficiente y vivir en una sociedad en donde la delincuencia es casi nula. Los peatones gozan de respeto por parte de los conductores y yo mismo pude comprobarlo cuando al querer cruzar una calle, simplemente levanté mi mano y el tránsito se detenía. Las calles son limpias, transitables y es raro el sonar de las bocinas de autos. La basura de los hogares no se ven en las calles y la colocan en diversas bolsas de colores de acuerdo a lo que contenga (reciclaje) y se sacan en días determinados.
El sistema de transporte público consta de tranvías, buses, trenes y su puntualidad es admirable. No se paga al montarse sino que se confía en la honestidad de los pasajeros los cuales validan en su interior los boletos adquiridos para el transporte diario, semanal o mensual. Obviamente, se hacen chequeos y quienes violen las reglas son multados fuertemente. No se ven vehículos viejos ni deteriorados circulando y deben de estar en perfectas condiciones. Hay puestos de flores en diversos parques, en los cuales las personas hacen sus arreglos, utilizan las parafernalias para ello y pagan ellos mismos dando muestra de honestidad ciudadana.
Lo que yo no vi en Suiza
A diferencia de como se ejerce y de quiénes participan en las lides políticas de latitudes mucho menos desarrolladas que la helvática, el ejercicio político de los líderes, los partidos y las organizaciones sociales, son diametralmente distinta al populismo barato, chabacano e izquierdista de la América Latina.
En efecto, en naciones con un alto nivel cultural y de desarrollo socio-económico, es muy raro que la cháchara y la verborrea utópica del populismo izquierdista tenga resonancia, aceptación o atención en la sociedad suiza. Es por eso que su presencia en este escenario sea rara. Aparte de que la realidad social y de desarrollo en todas la área que disfrutan los ciudadanos, le hace cuesta arriba superar lo que ya existe u ofrecer algo mejor de lo que ya hay.
Estos mercenarios de la izquierda rancia que tanto daño han causado a la humanidad, sus peroratas vacía, sus utópicas promesas y su poses de «los nuevos redentores y salvadores de los pueblos», sólo germinan en las naciones con poco acervo cultural entre sus ciudadanos, con alta tasa de pobreza y un ejercicio político corrupto e inmoral, en el centro y sur de la América Morena y de la región del Caribe. Casi en su totalidad, se venden como el «remedio» para las enfermedades sociales de los pueblos y resulta que la cura que ofrecen son peores que la misma enfermedad. Tal es el caso de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
A los facinerosos de la política izquierdista usted no los verá en naciones como Suiza, Noruega, Dinamarca, Suecia y en gran parte de Europa destilando sus odios, resentimientos y frustraciones como acostumbran en la América Latina; pero sí podrás verlos depositando en los bancos suizos sus grandes fortunas robadas a los pueblos, a sus familiares paseando y comprando en las lujosas tiendas y disfrutando «la bonne vie» (la buena vida en francés) en estas naciones del viejo continente.
El éxito social y económico alcanzado por una nación territorialmente pequeña como Suiza, se debe exclusivamente al federalismo político que allí se implementa con suma dignidad, decoro, eficiencia y honestidad. Como podemos deducir, estas últimas cualidades son las que no tienen los carcamanes de la izquierda política que germinan en la América Latina como la Portulaca oleracea.
Si hay algo que caracteriza el escenario político de Suiza y los líderes que en el participan, es la moral en su comportamiento frente a la sociedad y a la nación. Es por eso que el médico y escritor francés Alexis Carrel dijo al respecto: «El sentido moral es de gran importancia. Cuando desaparece de una nación, toda la estructura social va al derrumbe». Suiza lo ha demostrado.
Post-Data: Quiero agradecer por este medio a los esposos Luz María y Walter Landmann por habernos acogidos en su hogar durante nuestra estadía en la ciudad de Zurich, Suiza.