«Still Alice»: El dolor de olvidar
Entiendo que esas preguntas las puede contestar un neurólogo, pero «Still Alice» nos ahorra la visita al consultorio al ser un drama delicado y comedido que despierta la curiosidad de las respuestas demostradas con lo que sería, si no me equivoco, la mejor actuación en la carrera de Julianne Moore.
Y es una interpretación metódica que nos hace sentir la impotencia de lo terrible que puede ser la desorientación en el laberinto de los efectos de Alzheimer, una vez que surgen en el cerebro de la Dra. Alice Howland (Julianne Moore).
Pero en un principio la Alice no lo sabe. Ella todavía es Alice. Todavía es la exitosa profesora de lingüística de la Universidad de Columbia que vive una vida cotidiana y normal con su esposo, John Howland (Alec Baldwin) y sus tres hijos.
Sin embargo, la cosa se complica en el instante que comienza a desconocer números, palabras, detalles y hasta momentos, y es diagnosticada con Alzheimer. Por lo que la enfermedad pondrá a prueba los límites de la persistencia de su retentiva mientras atraviesa el período de la devaluación.
Hasta ese punto el rostro de pesadumbre de Moore lo dice todo. Ella realmente captura la tragedia de una paciente de Alzheimer con realismo descollante. Manifestado en cada plano con la torpeza de un declive afectivo que, en última instancia, encierra a Alice dentro de la tristeza de un tremendismo sincero.
Eso se debe a que la fuerza de la actuación favorece el sentimentalismo de la narrativa y de la música empática de Ilan Eshkeri, para lograr la naturalidad melodramática de las escenas. A veces, uno barrunta la ansiedad y la desesperación del personaje central cuando se da cuenta que la enfermedad le roba la identidad gradualmente y que su suerte para rememorar los momentos se acabó.
Precisamente por eso la profundidad emocional de la película produce interés, porque muestra -a través de unos breves planos subjetivos- cómo la degeneración de las reminiscencias altera la percepción en contra de nuestra voluntad y nos pone a deambular en un círculo vicioso de lo desmemoriado.
Tal es así que Richard Glatzer y Wash Westmoreland consiguen que las escenas de la película mantengan el ritmo y la esencia, sin ceder ni un segundo la exposición de la temática. Y eso, sin evocar tanto, es difícil de olvidar.