Stefan Zweig, el genio de las biografías

Hacer una biografía es una pasión y más cuando se escribe con toda la pasión del arte. El biógrafo logra describir las múltiples facetas de una persona y con la magia de su creatividad es capaz de transformar un detalle, al parecer irrelevante, en un punto luminoso en el universo de una vida. El eminente escritor austríaco Stefan Zweig, puede ser, si ignoramos a Emil Ludwig, el gran maestro en la escuela de cómo se debe componer una excelencia biografía. En este ámbito, nadie discute que Zweig fue un genio inigualable.

 

Las biografías en la antigüedad dejaron de ser labores de chapuceros  para convertirse en el arte de finos ebanistas o diestros escultores de la palabra escrita: Platón (Apología de Sócrates), Diógenes Laercio (Vida de los filósofos más ilustres), Plutarco (Vidas paralelas). Los biógrafos aprendieron a darle nuevo aroma a la narración de la historia. Los sucesos tomaron matices renovados y otro mundo emergió a los ojos de quienes navegaban en los mares de los acontecimientos del ayer.

 

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Stefan Zweig

 

La historia en manos de los biógrafos se llenó de vida y fascinación, porque sus protagonistas terminaron erigidos en leyendas y sus acciones se transformaron en epopeyas. Siglos después, en la era moderna surgen hábiles labradores de este extenso terreno y el género biográfico cautiva a los escritores: Emil Ludwig (Napoleón), Marquerite Yourcenar (Las memorias de Adriano), Manuel de Jesús Galván (Enriquillo), Gabriel García Márquez (El general en su laberinto) y Stefan Zweig (Fouché, el genio tenebroso).

 

En estos autores los personajes y los acontecimientos del pasado adquieren otros tonos. Ellos les dan remozadas  luces a la historia. Pero fundamentalmente Zweig, quien oferta variados y sugerentes retratos y semblanzas de muchos hombres y mujeres influyentes de la historia universal. En la política: Julio César, Cicerón, Calvino, María Estuardo, Napoleón, María Antonieta, Fuché. En aventura: Magallanes, Américo Vespucio, Scott.En literatura: Balzac, Romain Rolland,  Hölderlin, Kleist , Nietzsche, Goethe, entre otros.

 

STEFAN ZWEIG (Austria 1881-1942). EL NIÑO RICO

 

Al mirar el álbum familiar de los Zweig resaltan rostros alegres: dos jovencitos vestidos elegantemente, una dama con pose de princesa en cuyos hombros se deja caer un brazo varonil que simboliza la unión y el amor entre ellos. Su madre Ida Brettauer, resume los valores éticos de una estirpe de moral incuestionable.  Provenía de una familia adinerada de banqueros italianos. Su esposo Moritz Zweig, de origen judío, fue un próspero empresario de textiles. Sus bonanzas en los negocios les permitió ofrecer a sus dos hijos comodidad, en un ambiente en el cual nunca faltó abundancia de pan, ni recursos para pagar buena educación y premiar a sus vástagos con caras vacaciones en el extranjero.

 

Zweig, pudo haber sido un pobre espiritual por el hecho de nacer rico desde la cuna. Pero el dinero heredado no influyó en la fortuna de sabiduría que buscó en los libros, consciente  de que ese atributo, nadie lo puede recibir en sucesión por más acaudalados que sean los progenitores.

 

Y si el tiempo es dinero, Zweig tuvo que ahorrar millares de horas para aumentar, por su cuenta, el caudal de su capital intelectual. Su banco fue su mente, allí depositó el fruto de su trabajo. Hoy todos somos herederos de ese inmenso patrimonio de obras dejadas a la posteridad por este millonario del saber.

 

UNA LUPA SOBRE EL BIÓGRAFO

 

Basil Hallward, es el pintor que hace el retrato de Dorian Gray en la obra maestra de Oscar Wilde. A él le he recomendado ilustrar la imagen de Stefan Zweig, tomando en consideración las siguientes características de este autor: su temperamento es frío, pero no en el trato con los demás, sino en su plena concentración. Sin ella no se produce el milagro de la obra de arte. En su rostro existe la plenitud de una sinceridad sin hipocresía. Si tuviese acordes musicales diría que es el “Claro de luna” interpretado a piano por Beethoven. Sus cejas son aventureras, parecen navegar rumbo al delgado espacio del perfil de su nariz, como si buscaran el estrecho descubierto por Magallanes. Basil no debe olvidar que la estatura de Zweig está en relación con el nivel de su producción literaria. Es decir, alta, muy alta.

 

Los ojos de Stefan Zweig muestran melancolía, en el fondo ocultan una extraña nostalgia. Pero cuidado con darle el color de la depresión porque pueden presagiar el suicidio. De los pies a la cabeza el retrato de este genio debe mostrar la resistencia y la tenacidad de la laboriosidad. Zweig debe parecer incansable en el esfuerzo de producir grandes obras. Ojalá su imagen quede envuelta entre rayos luminosos que reflejen su inteligencia y su solidez de carácter. Basil, para que el retrato de Stefan Zweig quede perfecto, te sugiero usar una lupa.

 

HAITÍ,  ZWEIG Y YO

 

En el año 1984, recién graduado de Doctor en Derecho, fui designado  Cónsul de República Dominicana en Cabo Haitiano, Haití. Antes de salir con mi modesto equipaje, entré a una librería y por sugerencia de un amigo compré las Obras Completas de Stefan Zweig. Recuerdo que eran cuatro tomos de la Editorial Juventud, parecían Biblias por su encuadernación (lomo crema con tapa verde) y su fino papel. Nunca había leído nada de este extraño escritor.

 

Durante el viaje la curiosidad me hizo ver cada uno de los gruesos tomos. El primero se titulaba “NOVELAS”. El segundo y el tercero “BIOGRAFÍAS”. El último, tomo IV, “MEMORIAS Y ENSAYOS”. ¿Por dónde empezar? Me pregunté, pero preferí llegar a mi destino porque en verdad eran demasiadas páginas.

 

Pasaron más de dos semanas y aquellos libros dormían. Un día en que visité la playa, un hermoso lugar llamado Cormier Plage Resort, -no olvido ese lugar  porque en este pequeño paraíso pude apreciar las cayenas de mayor belleza que jamás yo haya visto-, allí comencé a leer a Zweig. Me inicié con “Veinte cuatro horas en la vida de una mujer”, una novela corta cuya trama me robó la playa. Mis ojos lo ignoraron todo. Continué con “Momentos estelares de la humanidad”, luego con “María Estuardo”, entre muchas otras.

 

El mundo se concentró en esta apasionada lectura. Desde entonces no tuve paz. Título tras título fueron emborrachando mi sed por beberme entero sin descanso a Stefan Zweig. Ningún otro autor me había enfermado de esta manera. ¿Pero y el trabajo? Se preguntarían ustedes, y yo respondería: ¿cuál trabajo? ¡Bueno!, me la pasaba (con mis libros abiertos en el escritorio) sellando los pasaportes con las visas para ir a República Dominicana. Hubo personas que llegaron a bromear y decían, “il ira fou” (se volverá loco). Por eso afirmo que este escritor fue, en mi estadía de dos años en Haití, el homicida de mi tiempo de ocio y de trabajo, que eran la misma cosa.

 

En Haití descubrí que este gran admirador del novelista francés Honoré de francés Honoré de Balzac (1799-1850), era por su extensa y variada producción literaria, otro nuevo genio. Es decir, otro Balzac. Si Honoré significaba el río Nilo, porque dedicaba 15 horas al día a escribir, Stefan Zweig representaba el caudaloso río Amazonas.

 

La obra de este gigante no tenía nada que envidiar al monte Everest, cuya altura compite con el cielo. Igualmente, a esa cumbre literaria de Zweig, se puede llegar a pie, a caballo, en avión y hasta en un globo dirigido. El que arribe a este espacio de creatividad que contiene la obra de este venerado escritor, no podrá salir con facilidad.  Zweig nos encadena y con satisfacción nos sentimos presos de sus libros.

 

Allá en Cabo Haitiano, en la soledad de una playa llena de turistas pero que mi concentración no advertía, me convencí leyendo a Stefan Zweig de que, nada tan grato como el placer de leer. Ese paseo al mundo de las emociones empina el deseo de vivir. Por eso, el mejor amigo del hombre no es el perro, es el libro, porque no muerde ni traiciona.

 

LA EMOCIÓN DE UN LECTOR

 

Invito al lector a apreciar estos títulos de biografías de Zweig: La curación por el espíritu: Franz Mesmer, Mary Baker Eddy y Sigmund Freud (1931). Américo Vespucio: La historia de un error histórico (1931).  Erasmo de Rotterdam (1934). El conquistador de los mares: la historia de Magallanes (1938). Romain Rolland: el hombre y su obra (1921). Paul Velaine. Balzac: La novela de una vida (1920). Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoyevski. Castellio contra Calvino. Montaigne. Tres poetas de su vida: Casanova, Stendhal, Tolstoi. El mundo de ayer (autobiografía). Brasil un país de fututo (Ensayo).

 

Leer una de las biografías de Stefan Zweig es un encuentro de emociones vibrantes, palpitantes, que nos envuelven de forma sutil y sublime en la narración.  Quisiéramos descargar todas las emociones en el libro; levantar la obra y estrellarla sobre el suelo en un acto de frenesí que no puede ser calmado instantáneamente. – ¡Qué bendito libro!, expresamos en ese estado de locura del lector que solo se apacigua trasladando aquella energía sobre el cuerpo inocente del texto.

 

El lector termina ebrio por la brillantez del autor. Las brisas tempestuosos de su creación nos dejan cicatrices, abren surcos profundos sobre el alma y los personajes biografiados terminan integrándose a nuestro existir. No sé cuántas veces he viajado con Fernando Magallanes en su barca, temeroso de un naufragio. Tampoco he contado las circunstancias en que he salido corriendo para no saludar al hipócrita y traidor de Fouché. Y de María Antonieta no digo nada, porque la detesto y la quiero. Esos son los dos sabores que nos quedan al leer la biografía.

 

¿Quién es el culpable de mi actitud, del rechazo de estos seres verdaderos de la historia universal? Simplemente el genio de las biografías, Stefan Zweig. Su pluma es un pincel, dibuja caracteres con el dominio de un Leonardo da Vinci. Su maestría reflejando el alma de los personajes es un cuadro surrealista al estilo de su amigo Salvador Dalí.

 

En sus novelas las imágenes de los temperamentos parecen estudios profundos como los realizados por su también amigo Sigmund Freud. Se puede apreciar en la siguiente lista: Ardiente secreto. Caleidoscopio, conjunto de relatos breves. La estrella bajo el bosque (1903). Los prodigios de la vida (1903). En la nieve (1904). Amok o el loco de Malacia (1922). Carta de una desconocida (1927). Veinticuatro horas en la vida de una mujer (1929). La piedad peligrosa (1939). Novela de ajedrez (1941). La embriaguez de la metamorfosis. ¿Fue él?  El candelabro enterrado. Sendas equivocadas.

 

Estas novelas son fotografías o dibujos parecidos al arte que exhibe hoy, el joven pintor iraní Imán Maleki, considerado el mejor pintor realista del mundo, porque sus dibujos compiten con las mejores cámaras digitales. Zweig tenía el mismo dominio de este artista al narrar sus biografías y sus novelas, o mejor dicho, sus especies de películas contadas sobre el papel.

 

REVELACIÓN

 

Hoy revelo por primera vez que Zweig está detrás de mí cuando escribo. E incluso, en este momento que cometo el atrevimiento de hablar de su figura, de su prestigio y de su fama. Su maestría se posa vuelta sombra en mi puño guiando mis dedos en el teclado. Puedo asegurar que estoy casi poseído. Y he llegado a pensar que me ha quitado el derecho de escribir sobre él. Por esa razón estoy cediendo a Stefan Zweig el humilde poder de mi mente para que él mismo sea quien diga lo trascendente de su vida.

 

HABLA  STEFAN ZWEIG

 

-Saben que morí en pecado porque me suicidé junto a mi joven esposa el 22 de febrero de 1942, en la ciudad de Petrópolis, Brasil. Nunca más me había atrevido a expresar mis ideas. Mi pensamiento está en los libros que escribí. En ellos está también mi vida, por eso cuando no pude escribir, cuando mi ánimo creativo descendió a la nada, dejé de existir. Sin embargo, el suicidio se inició cuando Hitler me obligó, por ser judío, a salir de mi patria. Él es el real autor intelectual de mi muerte.

 

Lo mío más que un suicidio fue una liberación. Quería escapar para siempre del nazismo, pero aunque me marché a Brasil en búsqueda de libertad, no pude romper las ataduras de ese régimen perverso de Adolfo Lucifer Hitler. Entre los seis millones de judíos caídos deben incluirme con mi mujer. Quienes lean mi obra dramática Jeremías (1917) encontrarán mi protesta anticipada sobre las guerras. Inspirada en las Sagradas Escrituras logré adaptar el libro. Ya antes había publicado dos piezas teatrales: “Tersites” (1907) y “La casa junto al mar” (1911). En este mismo año salió a la venta la novela con la que me inicié en ese género, “Primera experiencia”.

 

Desde entonces en cada uno de mis trabajos (suman casi 80) hay un mensaje oculto, una protesta y un discurso esperanzador. No es arte por el arte. Es escribir por el compromiso de un cambio de paradigma en la sociedad. No formaba parte de ningún partido político. Mis novelas, biografía, relatos y poemas, eran el partido.

 

Busqué el poder no en las elecciones sino en las páginas de los escritos que producía. No obstante, la muralla de combate fue bombardeada por la propaganda maligna del monstruo sanguinario de Hitler. Me da asco pronunciar este nombre, aun los años que tengo de muerto todavía siento náuseas por ese tipo.

 

En otro aspecto, en mi autobiografía “El mundo de ayer”, doy detalles de mi niñez. Me río porque debí empezar diciendo que nací en Viena, Austria, el 28 de noviembre de 1881, “en un imperio grande y poderoso -la monarquía de los Habsburgos-, pero no se molesten en buscarlo en el mapa: ha sido borrado sin dejar rastro. Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada a la condición de ciudad de provincia alemana.

 

En la lengua en que la había escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas –la soberbia sin límites del Satán alemán-. De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos. También he perdido a mi patria propiamente dicha, la que había elegido mi corazón, Europa, a partir del momento en que ésta se ha suicidado desgarrándose en dos guerras fratricidas.»

 

EL AUTOR INTERRUMPE

 

-Señor Zweig, entorpezco sus palabras porque estoy indignado con ese cobarde acto de Hitler de quemar sus libros. La considero una acción vil e imperdonable. No puede haber un ejemplo de temor por encima de ese crimen. Pero es bueno que lo sepan todos los pichones de tiranos que puedan crecer en el presente y en el futuro: “podrán quemar todos los libros del mundo y el pueblo aprenderá a leer en las cenizas”. Por favor continúe señor Stefan Zweig.

 

ZWEIG: -Subrayo que siempre fui amante de la lectura, pero odiaba los libros llamados clásicos porque me aburrían. Me propuse escribir en un estilo que el lector se interesara desde el primer párrafo. Es decir, agarrarlo al comienzo y no soltarlo hasta el final. Quizás por eso en la década de 1930-1940, dicen que yo era el más leído.

 

Me casé dos veces, primero con Friderike Maria Burger von Winternitz (1882-1971), luego con Charlotte (Lotte) Elizabeth (1908-1942), -le llevaba 27 años de edad-. Antes estudié y me gradué de Doctor en Filosofía. De esa profesión solo me quedó el título y sus saberes. Estos últimos vistieron de profundidad muchos de mis personajes. También realicé cursos sobre historia de la literatura, herramienta fundamental para el escritor oculto que había detrás del traje de filósofo.

 

Como niño rico jugué poco con los demás pequeños del sector residencial donde crecí, aunque también usé tirapiedras, monté bicicletas y correteé en los bosques. No faltaron las noviecitas y los besitos a escondidas en algunos cumpleaños. Mis primeras páginas poéticas salieron de un corazón enamorado, muchas veces no correspondido. Comencé pequeño a narrar historias, era la manera de decir “las verdades de mis mentiras”.

 

Puede parecer pedante de mi parte, pero yo cultivé amistad con grandes personalidades de la época. Conocí a Thomas Mann, premio nobel de Literatura 1929, célebre por su novela “La montaña mágica”. Fui igualmente compañero del escritor ruso Máximo Gorki, autor de la novela revolucionaria “La madre”, quizás el mejor escritor de su país en ese momento. Dentro de mi círculo afectivo estuvo Rainer Maria Rilke, uno de los poetasmás importantes de la literatura universal. Además, Auguste Rodin, apreciado como uno de los «padres de la escultura moderna. No debo olvidar a Arturo Toscanini. el más grande director de orquesta de su tiempo.

 

Como tampoco se me debe pasar por alto el también compositor y director de fama mundial Richard Strauss. Siempre le agradeceré el gesto solidario de decirle a Hitler que no iba a eliminar mi nombre como libretista en la obra “La mujer silenciosa”, aunque la respuesta de este bárbaro fue prohibir el estreno de la pieza.

 

EL GENIO PERDONADO

 

Es innegable que existen  personas que parecen destinadas a lo grande, a lo extraordinario. Sus hazañas marcan la diferencia entre lo normal y lo sobresaliente. Ciertamente, tales voluntades supremas son mis personajes universales, astros que orbitan en el firmamento exclusivo de los “genios”.

 

En el centro de este universo, se proyecta la imagen de Stefan Zweig reposado entre resplandores alboréales. Ha sido perdonado por su pecado. Pese a que no debió nunca atentar contra su vida, porque los dones de inteligencia que Dios les concedió eran inmensamente abundantes, como para apreciar lo malo y lo bueno. Finalmente, ya veo palomas blancas volar sobre su memoria y sobre sus obras. Su canto celestial se escucha con claridad: paz infinita para tu alma Stefan Zweig.

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