Soy el 14 de febrero

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

«Amo como amo el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?». Fernando Pessoa.

 

Si Estefanía fuera hoy a llevarle una flor a la tumba de Dada (Tristán Tzara), el poeta sin humor y rabiosamente furioso le diría que él es mucho más que un catorce de febrero.

 

Estefanía muy sensible por la ruptura del amor con un contextualista bebedor de tequila comienza a vivir un estado interior en el que se colocaba por encima de las seguidoras de Vaquero y Mozart La Para.


Se decía por doquier lo difícil que era penetrar el corazón de la bella Estefanía. Los jóvenes del pueblo dejaban hermosos y aromáticos manojos de flores en la puerta de su casa temprano por la mañana intentando con esta expresión que al aflorar el día por una hendija de la sensibilidad de la bella mujer la fragancia del elogio pudiera influir en el amor de esta dama como si fuera el hijo hermoso de la diosa Venus enamorado de la preciosa Estefanía.

Todas las mañanas Estefanía tomaba las flores de todas las esencias en sus manos de seda, las recogía en su pecho con cariño y frenesí, las besaba con dulce ternura deseando quizás que alguna de las flores conmoviera exquisitamente su corazón ansioso de amor.

Una y otra vez se repetía la escena de aquellas flores que aparecían reposadas en el vestíbulo del hogar de Estefanía y nada sucedía. Los padres de la bella Estefanía contemplaban desolados y ansiosos a su hija recoger cada aurora los ramos de flores que les eran depositados suavemente a sus pies por quienes soñaban con el amor de su hija.

Un día, al despuntar hermoso el crepúsculo, Estefanía descubrió entre sorprendida y desconsolada que no habían aquellas bellas flores en el umbral, en cambio, encontró un papel de un color brillante con una escritura hecha al parecer con letras esculpidas en oro el cual contenía un poema que leía:

“Te contaré deseos en tus labios, el placer será mi arma para soñar, recorreré tu alma y secuestraré tu amor. No habrá rescate: solo la pasión».

Estefanía, al leer el poema, entró en una especie de fantasía o de sueño muy profundo. Se vio transportada en un trineo tirado por ángeles celestiales vestidos de terciopelo que salía izado de aquellas letras provenientes de un corazón de un corazón enamorado. En ese mundo fascinante ella lee otro poema que dice:

«Hoy salgo al mar desde el río sobre una barca en busca de los caminos que me acerquen a tu templo. En tu altar, en una isla, donde duermen mis recuerdos, te encenderé mi sonrisa con las velas del deseo. En liturgia muy privada yo te cantaré mis salmos para entregarte mi alma en los versos de un “te amo”».

La madre de Estefanía, que desde su habitación alcanzó a ver el rostro encendido de su hija, encendido de un color carmín como si reclamara amor, le dice: «Hija de mi alma, noto en tus labios rojos el signo del deseo de la sensualidad. Dime si en algunos de esos hermosos versos que has recibido con tanta felicidad estará tu anhelado Cupido».

«Madre, al leer estos poemas maravillosos, siento que he entrado por primera vez en un universo espiritual de muchos cupidos que colman mis pasos de bellas rosas como si fuese el dios Eros que la ha colocado a mis pies para seducirme a vivir una sensualidad especial y soberbia».

Aquel hogar de tantas ilusiones afanosas y pletóricas y ante el renovado y luminoso semblante de Estefanía estaba coloreado el amor, el cual había llegado graciosamente en el pincel perfumado de un artista.

Estefanía recibe luego otro mensaje. Como si la nota viniera labrada en hilos dorados de la mano de un artista del pincel. Esta vez alguien ha tomado prestada la hermosa pluma del poeta portugués Fernando Pessoa para manifestarse de esta manera:

«Amo como amo el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?»

Estefanía se envuelve otra vez en una lectura apasionada y tierna como sintiéndose en una grata navegación astral. Se pasea de un lado a otro leyendo excitadamente la frase que halló escrita en aquel inesperado papel. Dentro de su entusiasmo le comenta a la madre: «Presiento que estoy siendo amada por alguien. Ansío conocer este amoroso pretendiente, como la bellísima doncella Psiqué quiso encontrar a Cupido en aquella leyenda de la mitología clásica».

Tiempo después llegan a los preciosos pies de la bella Estefanía manojos de flores y de poemas en un solo acto de ofrenda de amor. El corazón de ella vive sensaciones deliciosas de amor por el cual sueña enardecidamente. De pronto siente la inspiración de una poetisa fascinada y sentada en su mesa de noche comienza a escribir:

«Nunca hemos hablado, pero yo puedo escucharte. No he tocado tu piel, pero puedo sentir tu cuerpo. No he visto tu sonrisa, pero me estremecen tus besos. Cuánto deseo dormir y pronto entrar en mi mundo de sueños. Es aquí donde puedo amarte sin límites acariciarte y consentirte sin temores ni miedos. Besar tus labios con ternuras y pasiones, abrazarte a tu cintura implorando un beso. Apoyar mi brazo en tu hombro mientras me dices “te amo” y mirarte a los ojos cuando te digo “te quiero”».

Después de escribir se sienta en el viejo piano de su abuelo y acaricias sus teclas de nacares; Estefanía parece haber enloquecido de amor. Aparece la musa y se inspira en una canción hermosísima de Camila que lleva como título «Amor eterno», que canta frente a un piano tembloroso de seducción y de amor:

«Hoy amanecí con el deseo firme de  continuar, nunca tuve tantas ganas de entregarme hasta el final. El temor se ha ido y descubrí el amor en ti. Escuchando mis latidos que gritaban fuerte tu nombre me bastó sentir para entender y saber hacia donde vivo con la idea de entregar y aprender a amar».

Una noche de plenilunio alguien toca con puño de seda en la puerta de la casa de Estefanía. Al abrir el postigo una joven dama de hermosa cabellera y rostro angelical se presenta con labios luciendo una sonrisa complaciente. Un joven apuesto en el umbral de la puerta al verla vestida de princesa exclama: «Soy ese amor que tanto soñaste. Soy el catorce de febrero».

jpm

 

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