¿Son inocentes?

 
A propósito de los arrestados por el caso Odebrecht, es posible que el promedio de los políticos dominicanos por la no institucionalidad, y protegidos por la impunidad que nos caracteriza como sociedad, “desconozcan” cuándo violan las leyes y ciertas normativas.
 
En República Dominicana los actos de corrupción y el irrespeto secular a la institucionalización devienen en actos de inconsciencias. Y, por esos desatinos que se han convertido en una práctica, ahora, todos son “inocentes”.
 
Sin embargo entendemos que tal vez con muy pocas excepciones, en nuestra política contemporánea sólo un individuo con vigencia política ha instalado entramados en la cosa pública conscientemente; de forma taimada, y con esmerado cálculo.
 
Pero, como se dice; “en el país de los ciegos el tuerto es rey”. El  clientelismo político y el fanatismo, enceguece.  Se erigen catapultas que dan impulsos a narcisistas para los que, su ego, está por encima del bien y del mal.
 
Por lo demás, parecería que persiste lo que expuso Joaquín Balaguer en su libro “Memorias de un cortesano de la era de Trujillo”, cuando tras el ajusticiamiento del dictador dijo sobre sus familiares en el poder que, “no tenían la menor idea de lo que debía ser un gobierno democrático”.
 
Y, el presente nos dice que muy a pesar de la desaparición del sátrapa, no hay una diferencia abismal entre los políticos de ahora y las nefastas intenciones de eternizarse de los parientes, familiares y otros adláteres del otrora tirano.  Habría que preguntarse si todavía queda entre nosotros, en las políticas públicas, el ADN de esa malhadada generación.
 
A todo lo expuesto se suma, también con excepciones, las debilidades de una justicia conformada por representativos “bien agradecidos” en flancos por demás estratégicos.  De ahí es, que por ello sólo se hace justicia por presión de sectores progresistas o externos, como ocurre en el escenario al que hoy asistimos.
 
Muy a pesar de los que creen que el latrocinio y demás actos de corrupción en el ámbito político no es cultural sospechamos que podría devenir en esa condición sí, como hemos dicho, es un hábito el soslayar lo institucional. La costumbre no únicamente hace ley, se troca en herencias.
 
Empero, esto no significa que desmayemos y obviemos el aplicar justicia; de ningún modo, hay que dar el ejemplo ya. Hay que presionar para que se origen las consecuencias que ajusticien a los protagonistas de la anomia que nos mantiene en ascuas.
 
Así las cosas, el surgimiento del movimiento verde que demanda el cese de la corrupción  y la  impunidad, es un buen ejercicio y  ejemplo para que todos reformulemos con equidad nuestro accionar político.
 
De hecho, habría que hilar fino sobre ese asunto.  Pero, de una vez por todas, hay que empezar y dejar sentado que ser funcionario no es, exactamente, el disfrute de una existencia sibarita.
of-am-sp
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