Sobre adversarios, enemigos políticos y sucios competidores

He asistido a varias conferencias de dominicanos de diversas parcelas políticas en las que los disertantes refieren que no tienen enemigos políticos, sino, adversarios políticos.  El uso errado de esas palabras llama mi atención desde el punto de vista semántico (significado de las palabras), pues lo que ellos quieren significar es que no tienen enemigos políticos, sino, competidores políticos.  Este criterio está en abierta contradicción con la acepción de las palabras adversarios y enemigos, puesto que según el diccionario de la Real Academia y los diccionarios políticos, ambos términos son sinónimos; para más, en la mayoría de los casos, los competidores aludidos son sucios competidores.

 

Lógicamente, de lo expuesto se deduce que si queremos significar – en un plano de lucha política civilizada y democrática – que nuestros contrarios políticos no son nuestros enemigos, ni rivales, ni adversarios, entonces debemos usar el término competidores (competir, contender, lidiar, batallar, disputar, debatir, contraponer opiniones, puntos de vista, etc.) entre sí, aspirando unos y otros en buena lid, a una misma cosa.

 

En este contexto ni en ningún otro, por lo ya explicado, no deben usarse las palabras adversarios y enemigos como si fuesen cosas diferentes o antónimas, y más, cuando se hace para conciliar en el plano político con poderes sociales, políticos y económicos opuestos, que por sus características particulares de clase (corruptos, ladrones, explotadores, indolentes sociales, etc.,) no están, ni estarán a favor de la causa buena del pueblo; la que Bosch definió como la lucha por la liberación de los pueblos, por la liberación de los hombres; la que señala un rumbo hacia el futuro, un camino hacia el mayor bienestar de la humanidad, no de una minoría que viva a expensas del resto de la humanidad, sino de la humanidad completa.

 

Ahora bien…entre los políticos dominicanos (salvo raras excepciones), no hay una batalla de las ideas, sino de intereses, en lo que entra una competencia feroz entre quien se hace más rico robándole al pueblo.  En este dramático acontecer, si Fulano, siendo un funcionario público, digamos, presidente de la República, senador, diputado, ministro, síndico, regidor, funcionario de la justicia, o un empresario evasor de impuesto y explotador del obrero, es un ladrón de los recursos del pueblo, uno que ha hipotecado la República endeudándola y firmando contratos de bienes y servicios onerosos, que ha deshonrado las funciones para las cuales fue juramentado, que ha traicionado su patria con acciones deleznables, ese Tal, es un enemigo del pueblo, y a un enemigo del pueblo, los ciudadanos conscientes y que le duele su patria, debemos tratarlo como enemigo, no como un competidor, y más, si ese Tal es un sucio competidor.

 

Juan Bosch, en su libro «Crisis de la democracia de América en la República Dominicana», en el capitulo xv, en uno de sus párrafos nos dice: «adversario en Santo Domingo, significa enemigo a muerte».  Hoy en día, este criterio y su sentimiento para con los políticos ladrones, se ha globalizado.  Es tan así, que ya en muchas países se está haciendo una norma, repudiar, abuchear a estos especímenes en donde quiera que se les encuentren; es más, ya hay muchas naciones que a los corruptos hasta se le hecha del seno familiar, y se le degrada cívicamente; mientras que en nuestro país a los corruptos se les trata de honorables, e incluso, nuestra legislación impide que los ciudadanos interpongan querellas contra ellos por sus actos de corrupción.

 

En el caso concreto de la República Dominicana, donde un grupo de políticos que en el ayer eran pobres de solemnidad y hoy millonarios a costa de robar al pueblo a través del Estado, a cuyo tenor exhiben grandiosas mansiones en la montañas y playas del país y del exterior, carros, ropas y relojes lujosos, yates, aviones jet, helicópteros privados y cuentas bancarias en casos particulares hasta de 27 mil millones de pesos.   A esos no es justo, ni racional, ni decente, ni moral, llamarles competidores políticos, sino enemigos jurados, adversarios a muerte del pueblo dominicano.

 

Querer darles tratamiento de «honorables competidores» a unos vulgares ladrones, para eufemísticamente conciliar o mediar con poderes sociales, políticos y económicos enemigos del pueblo, no es más que una transacción inmoral, una actitud cobarde e irresponsable que tiende a legalizar inconductas y a fraternizar con quienes por respecto a nuestros héroes y heroínas, al pueblo, jamás deberíamos de tratar como «honorables señores», sino como lo que son:  Vulgares ladrones, y al efecto luchar para que sobre ellos caiga todo el peso de la ley dictada por jueces de incuestionable probidad.

 

A los lectores, les dejo la palabra.

jpm

 

 

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