Sencillamente Martha Beato

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

«¿Qué es un espíritu cultivado? Es el que puede mirar las cosas desde muchos puntos de vista»

Han pasado muchos años. Quizás veinte, treinta o tal vez menos o más. ¡Que importa! Así es la memoria, a veces codifica, almacena y recupera información del pasado; otras veces deserta de nuestro cerebro y se nos vuelve secundaria a causa de un cambio físico en la estructura de acoplamientos neuronales.

Lo que sí recuerdo es que hace tanto tiempo de ese feliz encuentro que no me acuerdo de qué color era el atardecer misterioso ni tampoco por qué no es del mismo color el amanecer siendo el cielo azul. Lo que sí recuerdo de aquel hermoso lugar eran las aves de diferentes matices y tonos correteando, cantando, otras cacareando y jugando en las ramas de los árboles de un verde esmeralda resplandeciente.

Me aventuro en mi alucinación, tratando afanosamente de descubrir el misterio del atardecer, a navegar en el río azul de la Patagonia donde los intelectuales y poetas argentinos y uruguayos se ejercitan y recogen las más maravillosas respuestas, para decir dulcemente, que los rayos de luz del sol que vemos al amanecer vienen desde abajo y al atardecer vienen desde arriba y el aire refracta los rayos de distintas maneras. Ahí creo que podría estar el enigma del color del atardecer y del amanecer.

La hacienda donde ocurrió la interesante reunión profesional se me muestra en este momento un tanto imprecisa o vago, como si se perdiera espontáneamente en cada recodo de aquel camino agreste, no obstante asequible que transitábamos para llegar a aquel emplazamiento, por demás desconocido.

Otra circunstancia que me permito evocar en este trabajo es la ocasión en que una joven de admirable figura le exigió gentilmente al chofer detener el vehículo en el que viajábamos y al ella ver una flor que galantemente mostraba su belleza notoriamente expuesta en un jardín campestre tomó la flor en sus manos de seda y la pasó lentamente por su rostro y al oler su particular frescura exclamó: ¡Hemos entrado a un paraíso encantador!

¿Quién era aquel bombón de mujer que rivalizaba con aquella flor bucólica del campo? Nada más y nada menos que Martha Beato, la cautivadora y sensual psicóloga de Santiago de los Caballeros que sin proponérselo enloquecía al hombre más irresistible y hacía que éste se arrodillara apasionado y casi fervorosamente ante aquella virtuosa efigie de carne y huesos.

Asistíamos en esa oportunidad a un curso sobre técnica de análisis transaccional que impartirían dos profesores extranjeros: el reputado psicólogo estadounidense Mr. Thompson y la también psicóloga francesa Madame Richardson. ¿De qué trata la materia conocida como análisis transaccional? Es un sistema de psicoterapia individual y social que envuelve la psicología humanista propuesta en 1950 por el psiquiatra estadounidense Eric Berne. El análisis transaccional es un juego creado por Berne que persigue que la persona pueda cambiar sentimientos, pensamientos y comportamientos.

La mansión donde se impartiría tan interesante materia perteneció a la familia Trujillo, según los informes que pudimos recoger en el área. Fue usada, conforme nos dijeron los lugareños, para la crianza de caballos de paso fino.

Al entrar al portón de la estancia fuimos recibidos por dos precioso gallos con sus hermosos cantos parecidos a aquella señal que emitían los guardas romanos estacionados en las escalinatas de la fortaleza Antonia de Jerusalén. Una atractiva gallina, con su plumero de gran dama y con sus pollitos debajo de sus alas, estaba al lado de uno de los gallos, el de más lindas plumas y bello rasgos, pero fue la gallina y no el apuesto gallo quien encantó a Martha, quizás por la idealización que tiene la mujer de la maternidad y no por celos de la  gallina.

En tan interesante y especial circunstancia conocí a mi amiga Martha. El grupo de estudiantes los integrábamos profesionales de un variado elenco academicistas, todos con excelentes referencias, incluyendo un sacerdote católico oriundo de Santiago, cuyo nombre me reservo, aunque ya no es cura.

En aquel entonces Martha era y sigue siendo no solo una profesional supremamente inteligente, además, era una mujer extraordinaria e inmensamente fascinante como el poema del mismo nombre de Josse Maria, que dice: «Fascinante la luz de la luna, que golpea la ventana cuando vivo de las velas, fascinante se me hace el mar cuando hace de las suyas…».

Los participantes fuimos escogidos de manera selectiva por los profesores extranjeros tomando en consideración una serie de factores, entre lo que estaba de manera excepcional la calidad y bagaje profesional. Todos éramos jóvenes aún, por lo que la presencia física de Martha, su caminar rítmico, el color de su piel, sus labios carnosos produjeron en ciertos compañeros una especie de enajenación o locura, hasta el grado que un joven y esbelto profesor de psicología de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, de nacionalidad española, un tanto confundido con la personalidad sincera y franca de este encantador ejemplar de mujer, lo hizo enloquecer de tal manera que hubo de ser varias veces amonestado.

Martha y yo siempre estábamos juntos, quizás por ser ambos santiagueses, más que por cualquier otra motivación. Asimismo, yo procedía de los Estados Unidos, recién graduado de abogado de una prestigiosa universidad norteamericana y tenía la ventaja de que podía comunicarme mejor que los demás con los profesores en idioma inglés, aunque ellos hablaban la lengua de Cervantes.

Continuando con mi relato, terminado el curso creo que Martha viajó finalmente a Méjico becada. De Martha debo decir, con plena sinceridad, que es una profesional muy dedicada, tanto en lo que sabe y en lo que enseña. Por eso, como escritor estadounidense y amigo de esta gran dama, me atrevo a manifestar que la edición ampliada del libro «Querida Martha», el cual no he leído todavía, se convertirá prontamente por la fina fragancia de la autora en una obra que merece ser leída y aquilatada por su contenido y consejos.

Como dejé entrever anteriormente, habiendo sido escrita esta obra por una profesional del calibre y con la ingeniosidad de Martha Beato, quien goza de una competencia absolutamente incuestionable en el país como psicóloga y, sobre todo, como es ella, un ser humano sumamente cariñoso, leal y solidario, no he de dudar que sus recomendaciones vengan revestidas de un didactismo paradigmático.

Hay que deducir entonces que sus consejos no suelen ser simples exhortaciones que quedan impresos en un vídeo o papel meramente para entretener al lector, sino que es sustancia que va a producir cambios importantes en el comportamiento y actitud social de las personas interesadas.

No deseo visitar el Yaque dormilón que aparece en la canción «Santiago», de Juan Lockward, por lo que ahora representa ni mucho menos la ría Ozama, en cuyas aguas reinan las lilas y otras cosas de distintos olores; prefiero volver en este trabajo especial al río azul de la Patagonia, por lo que simboliza el color azul: frescura, genera tranquilidad y al estar asociado su cromatismo a la mente y con la intelectualidad aprovecho para decirle a Martha Beato: «Felicidades por tu libro, querida Martha».

Sé que alumbraste esta interesantísima obra sin los pujos de una escritora inexperta, sino más bien con la experiencia de una especialista a quien debemos darle nuestro merecido respaldo por el valor intrínseco que tienen sus producciones escriturales.

Sin querer partir de esta narración, un tanto intimista, debo despedir este escrito a mi amiga Martha con una frase del gran novelista argentino, Julio Cortázar, la cual sintetiza muy bien el valor de la escritura, cualidad que también ella aprecia y cultiva: « (…) Lo que me gusta es escribir y cuando termino es como cuando uno se va dejando resbalar de lado después del goce, viene el sueño y al otro día ya hay otras cosas que te golpean en la ventana. Escribir es eso, abrirles los postigos y que entren».

 escotto.escotto@gmail.com

Martha Beato.
Martha Beato.

 

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