Semana Santa festiva

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Nunca antes había visto yo personas tan contentas por la muerte de alguien. Nunca había oído tanto júbilo entre gente organizada por la muerte de su líder. Nunca había visto tanta algarabía de feliz celebración por la muerte de Cristo.
El Jueves Santo pasado, 17 de abril del 2014, pasa a la historia religiosa de la República Dominicana como el día en que una parte de la “cristiandad” dominicana armó la más grande fiesta para expresar su alegría por la muerte hace 2014 años de quien ellos llaman “su salvador”.
Temprano en la noche de este Jueves Santo, y aprovechando el respaldo del Ayuntamiento de Santo Domingo y sus piscinas en el Malecón, una organización “cristiana” inició la fiesta a ritmo de merengue, seguido de otros ritmos tan rumberos y contagiosos como la salsa, y tan modernos como el “mambo violento”, mientras animadores y cantantes se empeñaban en mostrar su contento haciendo que la gente vociferara, se moviera, perreara, levantara los brazos, brincara, se estrujaran unos a otros y demostraran lo contentos y felices que estaban porque Cristo había sido muerto en una cruz.
Pero si lo del Jueves Santo fue rumboso, lo del Viernes Santo no se le quedó atrás, desfilando por la misma tarima varios grupos de diferentes ritmos, destacando el rock modernísimo, rayano en el rock metálico que ya parece dejó de ser satánico para convertirse al cristianismo rumbero del Malecón.
El Sábado Santo la alegría no descansó. Arrancó temprano también animada por locutores cantantes que tanto hablaban como cantaban, mientras intercalaban aullidos que se extendían recorriendo las calles aledañas e invadiendo hoteles, residenciales y hospitales de la antiguamente tranquila Gazcue, cuyos habitantes no salíamos del estupor de ver y oír el derroche de contentura por la muerte del antiguamente venerado Jesús.
Por una decisión que no contó con el parecer de los habitantes de Gazcue, el Ayuntamiento del Distrito Nacional ha decidido desde hace algunos años que todo lo que haya que celebrar en Santo Domingo con ruido, sirenas, bocinas, aullidos, explosiones, música de la peor, vociferantes, desgañitados y todo lo que moleste el sentido del oído, sea realizado en la intersección de la Avenida Máximo Gómez con George Washington.
Así tenemos que las fiestas de enero, el carnaval, las competencias de amplificadores de vehículos, la Semana Santa, el festival del merengue, las rumbas patrióticas, todas las cumbiambas y festivales hasta llegar a Navidad y Año Nuevo, se celebran en dicha intersección, sin importar las clínicas y hospitales cercanos, los residenciales de la zona ni el derecho a la paz que tenemos quienes habitamos en esta parte de la ciudad de Santo Domingo.
Todo se celebra en este sitio de la misma manera, con el mismo ruido, sin el más leve asomo de respeto a la paz ajena, casi siempre con tiroteos, robos, rotura de vehículos, pedreas, agresiones, violaciones a los espacios residenciales, acoso a las mujeres y jóvenes, viéndose los habitantes de Gazcue obligados a montar guardia por sus casas o abandonar el sector mientras duran las bataholas auspiciadas por el Ayuntamiento y su incumbente.
Con la muestra obtenida esta Semana Santa válido es anotar el cambio para los historiadores de la idiosincrasia del dominicano. Es decir, la muestra antropológica y sociológica que destacaba en los dominicanos una religiosidad ancestral, recogimiento en la época de la llamada Semana Mayor, consideración con sus vecinos y respeto por una celebración de cientos de años, debe considerarse como desaparecida, y ni siquiera por consecuencias espontáneas, sino por auspicios del gobierno local.
Aquella información que nos ilustra sobre dos mil años de sosegada celebración cristiana en Semana Santa; de la dedicación que a ella destinaron cientos de los más famosos compositores de todos los tiempos; de las composiciones sacras de autores como Mozart, Bach, Haendel y otros, inspiradas en la liturgia cristiana; de la inspiración de arquitectos y artistas que llevaron a construcciones y pinturas murales la recogida conmemoración del padecimiento de Cristo; aquella información, repito, aparece ahora fuera de su contexto original, manipulada al extremo de convertirse en una ocasión para la dilapidación y en ensañamiento del comercio contra la población en brutal asociación con las autoridades.
Somos ahora una población que no respeta nada porque esa es la nueva enseñanza. Somos un pueblo manipulado por la publicidad comercial y política. Somos el resultado de un plan de Estado para llevarnos al más mínimo concepto del conocimiento de la cultura general y del derecho.

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