¿Se pasó en el bar el repentista Emiliano?

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

      

«Se ha dicho que el efecto tequila puede traicionar a un gran artista».

Conocer a Emiliano Sardiña es conocer a uno de los grandes repentistas cubanos, sin embargo, cuando el artista se descuadra en un escenario fácilmente deja escapar las cosas ordinarias que saturan el mundo como los cánticos innecesarios a políticos opacos y las loas tan presentes en una sociedad que se pone de noche y de día el traje de la postmodernidad y que a veces de pronto nos marea y nos estruja en nuestro propio rostro las imperfecciones humanas.

Después de lo observado en el espectáculo ofrecido por el repentista o improvisador cubano en el bar del Gran Teatro del Cibao confieso que prefiero al repentista sin loas que al lisonjero que sin conocer la sociedad de Santiago de los Caballeros se excedió en regar incienso en todo el bar de la respetable institución, símbolo del arte de esta ciudad norteña.

Tenemos que reconocer que Emiliano el repentista, quien nos honra con su visita, es muy bueno en ese género de poesía popular oral. Sin embargo, tenemos que lamentarnos amargamente que a pesar de su eminente refinamiento el artista debió pensar en su talento sin caer innecesariamente en descomedimientos baladíes salpicados de majaderías. Frente a este exceso del repentista cubano valdría traer una frase  del prestigioso jurista español Ángel Ossorio y Gallardo: «Sé orgulloso, porque en el orgullo va el respeto a la dignidad de tu persona y de tu labor».

No supo el distinguido artista cubano ni tampoco fue informado sobre la particularidad diferente del hombre y la mujer santiagueses, un pueblo que si bien es cierto lo que se habla de su extremada cortesía no es menos cierto que también es una clase de ciudadano reconocido por su altivez, sin caer en los excesos de lo socialmente impertinente o jactancioso. 

La ascendencia o abolengo en estas tierras ubérrimas del Cibao son harto conocidas y tomadas muy en cuenta por propios y extraños. Así las cosas, debo aconsejar que el forastero cuando de emitir lisonjas se trate debe ser prudente para evitar herir sensibilidades o en otro caso pasarle ungüento a alguna piel social al mezclar errónea e inoportunamente lo político con lo eminentemente culto.

Pienso que el afamado repentista cubano pudo haber confundido por equivocación estos dos términos durante su presentación en el bar del Gran Teatro del Cibao. Además, habría que entender, al mismo tiempo, el estado de entusiasmo de Emiliano cuando al notar la presencia del Ministro de Cultura de la República Dominicana perdió la concentración, desconociendo que no es personaje querido en el Santiago que es Santiago.

Cuando Emiliano se esforzaba o perdió su autocontrol emitiendo halagos hasta el grado que clavó sus dos rodillas sobre el piso del bar donde tuvo lugar su espectáculo, como si el artista se encontrara en aquel momento ante la diosa Minerva y no frente a una dama de carne y hueso, en lo que podría llamarse un alarde de excesiva adulación nunca visto en el Gran Teatro del Cibao. En ese instante el gran artista y repentista cubano dejó lo exquisito de su arte y cayó lamentablemente de bruces en el campo de la politiquería.

Fue precisamente ese acto de prosternación política lo que colmó aquel ambiente y produjo al mismo tiempo urticaria social entre quienes de seguro fueron allí a observar en escena al gran Emiliano, uno de los repentistas cubanos más admirados y quien con su actuación el pueblo de Santiago de los Caballeros esperaba recordar aquellos viejos tiempos en que el repentismo significó en los campos del Cibao una manera de hacer poesía oral.

El gran Emiliano debió haber aprovechado aquella ocasión para revivir en suelo dominicano al «sinsonte de la sierra», como se le llamó certeramente al poeta y repentista oriundo de Las Villas, Leoncio Yanes Pérez, quien al decir del poeta Ricardo Riverón Rojas fue «un hombre salomónico e indulgente, un creador y maestro que le aportó a sus coterráneos-contemporáneos una visión distinta sobre la espinela».

No sé si las decimas de Emiliano parten de la escuela del hijo de Camajaní, Yanes Pérez, en la provincia de la hoy Villa Clara o de Justo Vega y Adolfo Alfonso, dos de los más afamados repentistas de Cuba y del continente americano.

Le sugiero a Emiliano que cuando vuelva a presentarse en el Gran Teatro del Cibao o en cualquier otro escenario no necesita apoyarse ni en la política dominicana ni en ser un obsequioso exagerado, porque a mi entender este artista de la espinela tiene suficiente madera para encantar un pueblo como el de Santiago de los Caballeros, que detesta los elogios inútiles cuando vienen de un artista de la estatura de Emiliano Sardiña.

Las damas que abandonaron el bar del Gran Teatro del Cibao en medio de aquella actuación de Emiliano, la cual pudo haber constituido una verdadera y animada noche de guateque en nuestro Santiago, salieron grandemente desilusionadas de aquel espectáculo. Y es que la zalamería exorbitante en boca de un personaje como Emiliano ni era esperada por el público allí presente ni tampoco debe ser el estilo de un artista con la notoriedad de este repentista cubano.

Finalmente, después de esta actuación sé que el gran Emiliano se dirá asimismo: «No sabía si era yo el que hacía siempre malas elecciones de las compañías o la gente era diferente de lo que esperaba».:

jpm

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