Saturación pornográfica
Desde las arterias comerciales más grandes, hasta cualquier vía de barrio, las hileras de películas pornográficas insisten en decorar con mal gusto las calles de la capital y de la provincia Santo Domingo.
Otras ciudades grandes empiezan a ser invadidas por ese material que sus vendedores exponen a la vista de grandes y chicos y lo peor, muchos de los que atienden ese negocio son niños.
Agentes de la Policía patrullan por esas zonas e incluso descansan cerca de donde son expendidas las cintas con cuya venta es cometido un doble delito, la piratería y el más grave, la exposición de menores a pornografía, puesto que las explicitas caratulas son exhibidas con todo desparpajo.
Aunque algunos asumen que verla puede ayudarles a mejorar su vida sexual, lo cierto es que la pornografía deshumaniza la sexualidad, la reduce a un contacto en el que solo cuenta la penetración.
Amén de que estudios arrojan que los hombres se sienten incapaces frente a la resistencia de sus pares en esas escenas y las mujeres ven sus cuerpos apocados ante féminas que cumplen con los patrones de belleza que nos han inculcado.
Sin sublimidad, sin diálogo e incluso sin protección con la que evitar enfermedades, los actores ejecutan ese exhibicionismo, que al parecer no tiene más razón que fomentar el morbo y con ello las ganancias económicas. Eso la convierte en otra forma de prostitución.
A diferencia del erotismo, carece de recursos que despierten la capacidad de análisis y no va más allá de fomentar el deseo sexual de forma mecánica. Por eso el erotismo es arte, la pornografía no.
No obstante, consumir ese tipo de material es una opción muy personal. A lo que no hay derecho es a imponerlo en las calles y a someter a niños a verlo y a venderlo.