Santiago en marzo de 1844 (I)

La ciudad de Santiago de los Caballeros, en el corazón de la región del Cibao, fue el escenario donde se desarrolló uno de los combates decisivos para consolidar la Independencia Nacional. Se cumplen ahora 177 años de la Batalla del 30 de marzo de 1844. Fue un suceso histórico de gran significación.

Gran batalla llamó Federico Henríquez  y Carvajal a la sostenida en Santiago el 30 de Marzo de 1844. Tenía razón ese gran sabio dominicano al darle esa elevada calificación.

Allí, ese día, estaba planeando en todo su esplendor, como un ave de esperanza, el espíritu trinitario. Era el estímulo complementario del coraje y decisión de los combatientes dominicanos.

Ese acontecimiento de nuestras glorias patrióticas fortaleció la voluntad permanente de la mayoría de los dominicanos de no aceptar jamás que fuerzas extranjeras pisoteen su tierra y cercenen su libertad; aunque algunos lo hayan catalogado con desdén, infravalorándolo y pintándolo como un cuadro de la mitología criolla.

Apenas había transcurrido un mes del nacimiento de la República Dominicana  cuando decenas de miles de soldados haitianos invadieron el país por diferentes puntos del sur, bajo el mando del presidente de Haití Charles Riviére-Hérard.

Muchos de esos fueron vencidos en la batalla librada en el lugar conocido como Fuente del Rodeo, en la jurisdicción de Neiba, que desde entonces se considera como el bautismo de fuego del pueblo dominicano ya independiente.

El grueso de esos agresores que penetraron por la parte austral de la geografía nacional mordió el polvo de la derrota el 19 de marzo de 1844, en Azua de Compostela.

De manera simultánea con los arriba aludidos intrusos, y en igual condición, más de 10 mil militares haitianos fuertemente armados entraron por el norte del país, encabezados por el terrible general Jean-Louis Pierrot.

Su objetivo principal era ocupar y destruir la ciudad de Santiago de los Caballeros, entonces y ahora el centro poblacional más importante de la zona del Cibao.

Los registros históricos contienen la información de que el sol estaba radiante, en su cenit, cuando arreciaron los combates, luego de que poco antes aparecieron por la sabana del lado oeste de Santiago de los Caballeros miles de invasores que pretendían en la primera fase de sus macabros propósitos destruir las defensas dominicanas representadas en los Fuertes llamados Dios, Patria y Libertad.

Han sido publicistas haitianos quienes han divulgado que el general Pierrot, luego de tomar la segunda ciudad del país, aniquilaría a sus habitantes en un espantoso genocidio. Luego seguiría su avance mortífero hacia la capital de la República.

Sobre las bajas en combates

Tal vez nunca habrá datos comprobables sobre las bajas (muertos y heridos) de los dominicanos que cayeron defendiendo la soberanía nacional en la Batalla del 30 de marzo de 1844.

Más que ver como una farsa algunas cifras que aparecen recogidas en las páginas amarillas de nuestro pasado creo que hay que verlas como parte reservada de la verdad estratégica, tan común en todas las guerras.

Así reflexiono sobre las opiniones vertidas al respecto por los historiadores García (José Gabriel, Leonidas y Alcides, padre e hijos) y lo escrito en sus notas personales por José María Imbert, uno de los principales héroes de aquel hecho épico de nuestra historia.

Ese tipo de verdad estratégica se ha asimilado como parte natural de todo enfrentamiento armado.

En el pasado la verdad en el campo de la guerra quedó arropada con pólvora, catapulta, munición, plomo, una panoplia de lanzas, sables, machetes, cuchillos, espadas y artefactos de asta.

Ahora esa verdad se cubre con propelente de cohetes, proyectiles, y todo tipo de armas tácticas y estratégicas de alta gama.

Es un tema abordado con curiosa fascinación desde el filósofo y general chino Sun Tzu (que habló de ella hace más de 2,500 años, y que figura en la obra El arte de la guerra, que recoge su pensamiento militar), pasando por los comentarios vertidos por Tucídides, Heródoto, Jenofontes, Salustio, Eneas y otros filósofos e historiadores  que vivieron hace siglos.

En nuestra época una miríada de expertos han emitido juicios retóricos unos, y explicativos otros, sobre esa visión de la verdad de lo que ocurre en los escenarios de las guerras.

Por sólo citar un caso de lo anterior cabe mencionar el ensayo titulado Bailen la batalla que cambió el rumbo a Napoleón, publicado en el 2005 por José Antonio Alcaide Yebra sobre la batalla que tuvieron franceses y españoles el 19 de julio de 1808 en tierra de Jaén, Andalucía, España.

A modo de antecedentes

Para marzo del año 1844 muchos hechos aciagos habían creado entre los moradores de la ciudad de Santiago de los Caballeros una suerte de pesimismo, sin que ello les quitara su espíritu de combate y su capacidad de resiliencia, cuando esa última palabra no existía en los diccionarios pero sí la sustancia de su significado en la actitud de las personas.

El primer Santiago de América ha sido marcado por desgracias colectivas desde los primeros años de su fundación.

Una de sus desdichas, que no la primera, pues antes hubo, está en un informe enviado a Madrid por el capitán general de Caracas, Manuel de Guevara Vasconcelos, tal y como así consta en los anales de la época colonial.

El historiador César Herrera Cabral vació el referido informe en su ensayo titulado Toussaint en Santiago de los Caballeros.

De Guevara relata muchos episodios que se derivaron de dicha indeseada presencia en esa ciudad dominicana. Incluso se menciona un enfrentamiento de Toussaint Louverture con el obispo francés Guillermo Moviell, recién llegado allí por órdenes de Napoleón Bonaparte.

Así arranca la referida nota informativa, redactada en marzo de 1802, conteniendo uno de los tantos hechos que han marcado a la población  santiaguera: “Llegó en fin el deseado Mesías a la ciudad de Santiago de los Caballeros. Después de tres días de haber estado todo el mundo sobre las Armas para esperar al Señor Gobernador Toussaint se apareció éste el domingo seis de los corrientes a la una de la tarde en medio del estrépito de la Artillería, y acompañado de más de cien Oficiales, con una numerosa escolta de sus Dragones…”1

Para entender mejor el comportamiento bizarro de los dominicanos en la Batalla del sábado 30 de Marzo de 1844 es válido saber algunas cosas que ocurrieron antes en la histórica ciudad de Santiago de los Caballeros.

Por ejemplo es importante decir que el 25 de febrero de 1805 Santiago y gran parte de los pequeños pueblos y campos cercanos fueron devastados, al nivel de tierra arrasada, por los diabólicos Jean-Jacques Dessalines  y  Henri Christophe.

Ese día aciago era lunes de carnaval, según señala Summer Welles en su obra La Viña de Naboth.

El aludido Christophe, un mandinga practicante del animismo nacido en la  volcánica isla de Saint Kitts (San Cristóbal), en la parte oriental del archipiélago antillano, había sido ayudante de Louverture y también de Dessalines.

Dessalines fue el mismo que el 12 de abril de 1805, ya instalado en su cuartel general del poblado Laville, en la zona de Plaisance, no muy lejos de Cabo Haitiano, justificó sus desmanes en tierra dominicana diciendo que “ hay una verdad que no admite duda: donde no hay campos no hay ciudades.”

Como antecedente de los avatares de la pujante ciudad de Santiago de los Caballeros no se puede olvidar tampoco la famosa rebelión de los capitanes, ocurrida allí en la segunda década del siglo XVIII contra el jefe colonial español Fernando Constanzo Ramírez, caracterizado por ser auspiciador de muchas arbitrariedades en la zona, incluyendo el fomento para su beneficio del estraperlo, así como constantes exacciones en perjuicio de comerciales y productores agrícolas de la zona.

1-Divulgaciones Históricas. Editora Taller, 1989.Pp71-75.César Herrera Cabral.

 

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