Rafael Molina Morillo, el último maestro

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

 

«Digno o indigno de su fin, el periódico es siempre conciencia, razón y opinión pública«. Eugenio María de Hostos

 

Nuevamente, la gran familia periodística dominicana se ha llenado de duelo con el fallecimiento del periodista Rafael Molina Morillo, el día 2 de abril  de 2017. Quienes fuimos colaboradores de la Revista ¡Ahora! y del periódico El Nacional en algún momento mientras vivíamos en los Estados Unidos, la ausencia de tan eminente periodista e intelectual vegano deja abierto un espacio de pobreza en el interior de la sociedad dominicana, similar a la herida que nunca pudo cicatrizar en el corazón de Helena a la muerte de su esposo el legendario rey de Esparta, Menelao o el gran pesar del pueblo argentino a  la muerte de Borges.

 

Otra muerte tan sensible y tan desoladora para el periodismo nacional como fue la del eximio periodista banilejo, don Rafael Herrera Cabral, ocurrida un lóbrego 25 de noviembre de 1994 cuyo fallecimiento produjo una profunda oquedad que al mirarla desde lo alto de nuestros corazones generó una  sensación de soledad de la cual no podíamos escapar ni mitigar la ausencia pues se hacía imborrable en la mente de un pueblo que llegó a considerar a este finado un guía espiritual extraordinario a través de sus editoriales.

 

El paso de Rafael Molina Morillo por el oficio de embajador eminente en los Estados Unidos, Canadá y como Jefe de Misión Permanente de la República Dominicana ante la ONU, en Nueva York, así como en la secretaria de la embajada Dominicana en México, ha significado para el país una labor que ha dado sus frutos a través de los años, frutos que se han traducidos en una siembra provechosa de amistad, solidaridad y de negocios entre estos Estados cuyos beneficios recoge el país hoy aun después de esta cosecha por la calidad, prestigio y destreza diplomática de este distinguido emisario.

 

La libertad de expresión bajo su presidencia en el Centro para la Libertad de Expresión en la República Dominicana, debió de ser y lo fue, una tarea bastante esforzada la que combinó con la tenacidad y el celo que Molina Morillo le solía imprimir a todas las funciones que le tocó dirigir durante sus provechosos ochenta y siete años de vida terrenal productiva.

 

Poder expresarse con liberad entraña un asunto fundamental y primario que es la capacidad que tiene el hombre de pensar consciente y responsablemente lo que expresa. El escritor francés, Anatole France, manifestó, que la independencia del pensamiento es la más orgullosa aristocracia.

 

Partiendo de esta realidad, el escritor y humanista español, José Luis Sampedro, enunció lo siguiente: «Para mí la clave de la libertad es la libertad de pensamiento. Se habla mucho de la libertad de expresión. Hay que reivindicar la libertad de expresión, por ejemplo, en la prensa, pero si lo que usted expresa en la prensa es un pensamiento que no es propio que ha adquirido sin convicción y sin pensarlo, entonces no es usted libre por mucho que le dejen expresarse«.

 

Independencia de pensamiento y autentica libertad de expresión fueron dos conceptos consustanciales con la lucha que libró Molina Morillo en todo su quehacer como periodista y desde el aula universitaria cuya eminencia pedagógica tuvo la intención de conformar un profesional de la comunicación que fuera capaz de informar y explicar apegado a principios que rigen el periodismo inteligente alejado del mal periodismo que solo describe sin ninguna conexión o referencia al contexto histórico.

 

Los libros escritos por Molina Morillo, como son: «La prensa y la ley en Santo Domingo«, «Gloria y repudio: Biografía de Pedro Santana«, sirvieron, unos de alimento intelectual y el otro, «Personalidades Dominicanas«, no cabe duda que ha sido una fuente hermosa de identificación y aquilatamiento de aquellos personajes que le dieron brillo con sus actuaciones a los acontecimientos históricos, sociales y políticos de la nación dominicana.

 

Rafael Molina Morillo gozó siempre de la consideración, cariño y estimación de su pueblo, sobre todo, de los periodistas, escritores e intelectuales hispanoamericanos por la solidez de sus principios, lo inconmovible de su ideario, la sabiduría de su pluma, la firmeza de su fe cristiana, el amor inigualable a su esposa, doña Francisca Espaillat, con quien creó una familia de un hombre y cuatro mujeres que le hicieron sentir orgulloso de  su descendencia.

 

Durante sus delicadas y difíciles funciones de Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) debió de dirimir conflictos, conciliar las contradicciones en la ideología del periodismo mundial, buscar acuerdos o avenencias entre dueños de medios y los trabajadores de la prensa en cuestiones de salarios y promoción o respeto del escalafón, afanes que mejoraron grandemente los medios y contribuyeron a darle seguridad a los periodistas asalariados.

 

Desde las mesas de dirección  de los periódicos El Día y del vespertino El Nacional, sus editoriales fueron cátedras magistrales de sabia orientación social y sus directrices llevaban al ávido lector a modificar comportamiento, a concientizarse sobre aspectos  fundamentales de la política, la economía y la sociología y coadyuvaba a la formación ciudadana cuyo objetivo era lograr un dominicano mejor dotado y dispuesto a contribuir al desarrollo de su país.

 

Fue un profesional y un ser humano cuya figura destilaba una civilidad y una gallardía  propia de un caballero escocés de vuelos admirables, como aquel personaje de la novela «El caballero del cisne«, del periodista español, Ramón López Soler, que nos deleitó con su estilo y sus pasajes sobre la historia de España que despertaba la atención de los lectores.

 

Esta muerte de Rafael Molina Morillo, tan súbita y tan lamentable, ha conmovido el alma de su pueblo y no cabe duda que el vacío que ha dejado en el corazón sensible del periodismo nacional será imperecedero como aquella dolorosa y sorprende exclamación de Nietzsche: “Dios ha muerto”, sin que con  esto queramos decir que Rafael Molina Morilla ha muerto verdaderamente en la conciencia de los dominicanos, sino que es la forma que se nos antoja describir la sensación que  nos queda de esta muerte y que nos deja al mismo tiempo excelentes e inolvidables reflexiones éticas y morales.

 

Cuando hurgamos sobre la muerte, el mero hecho de referirnos a ella  nos causa espasmos; lo mismo suele suceder cuando nos detenemos absorto frente a un féretro observando el cuerpo sin vida de una figura egregia, principalmente en la luctuosa ocasión de la muerte del último y verdadero maestro del periodismo dominicano, Rafael Molina Morillo, mi mente discurrió pausada y como buen cristiano medité brevemente sobre la expresión del escritor, poeta y político francés, Alphonse de Lamartine: «A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd«.

 

Después retiré mi confusa imaginación del cuerpo sin vida de Molina Morillo y pensé en una expresión del novelista estadounidense, Jim Butcher, que intenta decirnos que la vida es una excursión temporal y breve sobre un gran universo de fascinación y de metáforas. Reflexionemos sobre la contundencia de esta frase: «La vida es un viaje. El tiempo es un rio. La puerta esta entreabierta«.

 

La familia periodística dominicana podría decir al despedir a tan ilustre periodista y maestro insigne. Rafael Molina Morillo, como expresara el periodista y escritor mexicano, Carlos Fuente en algún momento: «Qué injusta, que maldita, qué cabrona la muerte que no nos mata a nosotros sino a los que amamos«.

jpm

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