Periodismo, academia y realidad  (1 de 2)

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

 

 
 Rafael Peralta Romero, un docto de las letras, ha puesto al periodismo dominicano en la cima. 
 Peralta Romero, a quien conocí cuando me iniciaba en el periodismo (mediados de 1979) cuando trabajábamos como reporteros del noticiario de la estatal Radio Televisión Dominicana, fue incorporado como miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua.
 Por tan alta distinción es que proclamo, y no es que lo esté sobredimensionando, que Peralta Romero  prestigia al periodismo que se ejerce en República Dominicana. Porque el veterano catedrático universitario es periodista.
 Explicación técnica: Nuestro estimado colega fue elegido -es lo que precisa la Real Academia de la Lengua Dominicana- «para cubrir la posición dejada por  el académico Lupo Hernández Rueda, quien ocupaba el sillón LI, pero por acuerdos de carácter administrativo pasó al sillón C, que dejara posteriormente el académico Ramón Emilio Reyes». 
 Los periodistas dominicanos debemos sentirnos regocijados -y llenos de orgullo- por estar dignamente representados en tan prestigioso organismo cuyo principal propósito es purificar, lo más que se pueda, el exigente idioma castellano. 

Rafael Peralta Romero.
 En un extenso discurso, pronunciado  en el acto organizado para incorporarlo  a la Academia Dominicana de la Lengua, Peralta Romero abordó el espinoso y complejo tema de nuestro idioma.
Uno de los segmentos que más aprecié, dentro de su análisis gramatical, es el referente a la ortografía.
 Este es un aspecto que un considerable por ciento de los periodistas dominicanos no acaba de dominar del todo.
 Su explicación: «La iniciativa de crear palabras es poco lo que puede afectar la unidad de la lengua española, a pesar de las diferencias léxicas   que pueda suscitar, puesto que nuestra lengua  se sostiene  sobre  zapatas tan firmes como el ordenamiento  gramatical y por la ortografía».
 El laureado escritor y periodista es un celoso vigilante del buen escribir y, por consiguiente, anhela  a que -aunque no lo enfocó en su perorata-  nuestros reporteros o periodistas, especialmente los que trabajan en los periódicos, sean más cuidadosos a la hora de redactar sus crónicas, reportajes o artículos.
 Aclaro que no soy lingüista y mucho menos maestro de la rica gramática castellana, pero siempre trato de que en mi labor de periodista no se “deslicen”  elementales errores, como ocurre con frecuencia en los medios noticiosos locales.
 Este espacio es limitado. De manera que será en la segunda entrega cuando seguiré con el interesante tema.
JPM
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