Perdón, Delcy

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

 

No te conocía, no te traté, pero al reflexionar sobre tu muerte concluyo en que te mató el sueño dominicano; no se la perspectiva que tenías sobre la sociedad dominicana, si experimentabas inconformidad o indignación en la coyuntura que vivimos, y lo que pensaras lo respeto, pero la labor a la que te dedicabas por tu fe y deseo de sentirte útil, dice que no eras de las que te limitabas cuestionar, ponías tu grano de arena para engrandecer al país ayudando a crear gente buena.

El país en el que nacimos y nos criamos es distinto al viven nuestros hijos y nietos, independiente de que hayas conocido el sol en un hogar de clase media, la pobreza siempre nos ha acompañado y no es la generadora por sí  del nivel de descomposición que ha creado la situación que nos ha llevado a una sociedad insegura, por el contrario de ella ha emanado el liderazgo de la sociedad y la inmensa mayoría de las personas que destacan en todas las actividades, hasta el punto aún no hemos tenido un gobernante que haya nacido rico.

La mayoría de nuestros padres se inspiraron en sus limitaciones y ofrendaron todo sacrificio para que sus hijos procurasen la trascendencia, misión en la que nos sembraron amor, vocación de sacrificio, entrega y sensibilidad humana.

La generación que ha provocado tu muerte no ha desarrollado un trastorno antisocial por las carencias materiales, sino porque ha sido una de mínima sociabilización, no hunde sentimientos en vínculos enraizados en valores de contención: viejas amistades, catecismo, ligas deportivas, escuelas bíblicas, clubes culturales, cooperativas, etcétera y ni siquiera el sentido de pertenencia a una familia.

Decimos que tenemos un grave problema que es el de niñas pariendo niños, pero el asunto ya va peor, son los hijos de esas niñas pariendo niños, por lo que, en mayoría de los casos, ya no aparecen los abuelos que puedan suplir los roles de padres, entonces en las características de los jóvenes que andan delinquiendo vamos a encontrar el denominador común de la carencia afectiva.

El vacío de los padres o de la familia sustituta lo suple la pandilla barrial en la que se gana la membresía con nefastas pruebas de iniciación complementadas con el consumo de alcohol y de drogas, que se convierten en adición que pasa a sustentarse con robos, atracos y sus secuelas.

Algunos cuestionan que la escuela dominicana que ha acumulado un grave retraso cualitativo, tenga el atractivo de tres comidas que son una aventura en los hogares más empobrecidos, pero es un paliativo que puede contribuir a disminuir el ejército de la criminalidad, pero es solo un componente de un problema multifactorial.

Sin embargo, hay sociedades que, con carencias similares, han logrado controles efectivos de seguridad ciudadana en sus áreas céntricas.

Aunque nos falte camino por recorrer no hay manera de entender que te ocurriera eso en el Polígono Central de Santo Domingo, como tampoco puede haber explicaciones para el asesinato de Jacqueline de la Cruz en una parada del Metro.

Las mujeres o los hombres que decidan aportar como lo estabas haciendo, cuando menos en las áreas céntricas deberían hacerlos con plena seguridad, y que no me digan que debo decir que tiene que ser igual en todo lugar porque en todas partes del mundo hay áreas donde la protección es más frágil, y el país que no tiene garantías de seguridad en su cabecera no las tiene en parte.

 

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