Pensar en el “día después”
Cuando se está en la oposición cuatro años es mucho tiempo. Pero en el poder, pasan rápido. Es un asunto de percepción. Lo mismo sienten aquellos que están privados de su libertad. Para éstos, el tiempo parece transcurrir de forma mortificantemente lenta. Contrario a la sensación de quienes disfrutan las mieles del poder.
Extasiados por la ‘magia’ y por los beneficios y los privilegios que da el poder, para sus usufructuarios el tiempo se va volando. Y hasta en un arranque de negación y rebeldía ante lo irremisible de que todo pasa, se preguntan, por qué el reloj no se detuvo en el disfrute de la magia del poder, o por lo menos, fue más benévolo en su transcurrir.
Y es que la sensación envolvente del poder y el embelesamiento que provoca es tan fuerte que no da lugar a pensar en lo efímero del mismo ni en lo cambiante que son las circunstancias que lo rodean.
La noción del tiempo, no es la misma para quienes están “arriba” que para los que están “abajo”. Por eso, a los primeros les digo que no se envanezcan, que no piensen que el poder es eterno, que el tiempo pasa veloz y que en la “bajadita” se encontrarán a quienes ignoraron y a quienes vieron con cierto desdén y aire de superioridad.
Como desde la perspectiva de “arriba”, el tiempo pasa a un ritmo más acelerado, pronto tendremos a algunos preguntándose cómo fue que pasaron cuatros años como si fueran un soplo y por qué el paraíso que vivieron fue tan pasajero. Esta realidad perceptiva también debe aplicarse a algunos políticos en los que mucha gente creyó de buena fe y que se vendieron como el prototipo de la nueva y buena gobernanza.
Verbigracia, contamos con funcionarios, que hasta ofrecieron formulitas salvadoras y solucionadoras y que ahora no saben qué hacer con ellas, pero que tienen el tupé de aparecer en público sin sentir vergüenza, mostrando su impermeabilidad a las miradas desaprobatorias. En éstos, se cumple a la perfección que una cosa es con guitarra y otra es con violín.
Los funcionarios, de todos los gobiernos, nos han enseñado que ‘todo depende de la dependedura’, como decía Juan Bosch. Que nada en sí es bueno o malo y que todo depende de quien lo haga. Es como si matar fuera justificable de acuerdo al nombre del criminal.
En este contexto, los préstamos no tienen la misma onerosidad ni cargan por igual el futuro de país si lo hace tal o cual gobierno. Es la pura ley de la relatividad aplicada como norma gubernamental.
Los políticos que tuvieron la credibilidad como medalla colgante, de tanto desdecirse y contradecirse; de tanto hacer lo que le criticaron a otros, pronto verán agotado su capital social y político. Ya no tendrán cara (si tienen algo de vergüenza) para presentarse ante la opinión pública para que le revalide el liderazgo, la simpatía y la aceptación que tuvieron.
Es por eso que debieran pensar desde ahora en el “día después”, cuando tengan que someterse nuevamente a la mirada escrutadora de un pueblo que lo observa silencioso y que le pedirá cuenta sobre su coherencia, integridad y moralidad.
JPM